Las Tres Economías (I): La Economía Financiera.
Durante
la Edad Media, tiempo de ignorancia, nació una parodia de la ciencia
empírica llamada “alquimia”. La alquimia era totalmente inútil,
pero enmascaraba su falta de resultados con una generosa dosis de
complejidad, confusión, y secretismo, expresado todo en una jerga
incomprensible. De esa forma se lograba vender que la alquimia
funcionaba, y el único problema era que algunos no la aplicaban
correctamente. La economía financiera es, sin duda, la alquimia de
nuestros días.
Durante
la Edad Media, tiempo de ignorancia, nació una parodia de la ciencia
empírica llamada “alquimia”. La alquimia era totalmente inútil,
pero enmascaraba su falta de resultados con una generosa dosis de
complejidad, confusión, y secretismo, expresado todo en una jerga
incomprensible. De esa forma se lograba vender que la alquimia
funcionaba, y el único problema era que algunos no la aplicaban
correctamente. La economía financiera es, sin duda, la alquimia de
nuestros días.
josé antonio sánchez cabezas / L.d.
17 de julio de 2017
Una
pregunta muy directa: ¿cómo se pone en circulación el dinero? ¿lo
saben?
Cuidado,
aunque la cuestión parezca sencilla, es engañosa. De hecho, es muy
probable que usted ya haya caído en el equivalente intelectual a una
ilusión óptica. Posiblemente, al leer “¿cómo se pone en
circulación en dinero?”, su mente lo haya traducido de otra
manera. “¿Cómo se gana el dinero?” es una buena candidata; a
todos nos preocupa el tema de cómo ganar dinero. “¿Cómo se crea
el dinero?” es otra posibilidad. Vamos a intentar responder las
tres:
Sobre
como se gana el dinero poco puedo decirles que ya no sepan – lo
siento-. Robando puede ganar mucho, muy rápido, pero solo hasta que
les pillen. Trabajando ganarán dinero, pero nunca mucho dinero.
Estafar es una alternativa mucho mejor; ganas mucho dinero, muy
rápido, y es difícil que te pillen. Ni siquiera es necesario violar
la Ley; puedes, por ejemplo, fabricar zapatillas malas en el tercer
mundo, con un coste de 5 euros el par, y venderlo por 80 euros en
occidente. Un verdadero timo.
Sobre
la segunda cuestión, de cómo se crea el dinero... bueno, el dinero
físico se imprime en los Bancos Centrales. Antiguamente se hablaba
de “acuñar”, pero eso solo se aplica a las monedas, y hoy en día
el dinero físico es, mayoritariamente, billetes.
De
cualquier manera, no tiene mayor misterio: le das al botón, y la
máquina comienza a acuñar/imprimir dinero. Lo mismo que hacen los
falsificadores en oscuros sótanos, pero en plan legal.
Más,
dicho sea en honor a la verdad, lo cierto es que el dinero físico NO
es todo el dinero. Ni siquiera la mayoría. No, señor. En torno al
99% del dinero que existe en el mundo es dinero bancario. Eso es,
anotaciones en cuentas bancarias. Y no se equivoquen; no hay nada que
respalde esas anotaciones en cuenta. De hecho, si los clientes de un
banco acudiesen a retirar – por ejemplo- la mitad de sus depósitos,
descubrirían que el banco no se lo puede dar. No porque no lo tengan
en esa sucursal en concreto, sino porque no lo tienen. En ningún
sitio.
El
dinero bancario lo crea el propio banco cuando otorga un préstamo.
La creencia generalizada es que el dinero que el banco entrega a los
que solicitan un préstamo (uno hipotecario, por ejemplo), sale del
dinero de los ahorradores. Sin embargo, si te paras a pensar, hay
algo que no cuadra: los ahorradores pueden sacar su dinero cuando
quieran. Incluso los que invierten a plazo fijo pueden sacarlo en
algunos casos, sufriendo la debida sanción. Más aún: los préstamos
hipotecarios se fían a 15, 25 o 40 años. Y nadie realiza depósitos
a plazo fijo a tan largo plazo.
El
dinero que prestan los bancos no sale de los ahorradores. De hecho,
no sale de ninguna parte; lo crean de la nada. Abren una cuenta, y
escriben en ella la cantidad que se va a prestar. Paralelamente,
crean una cuenta de débito – deuda- que genera vencimientos
parciales a plazo (las famosas letras del préstamo) que el infeliz
prestatario debe de ir abonando, si puede, y mientras pueda.
“Pero
veces el prestatario exige el dinero físicamente.”, pensará
usted.
Bueno,
es un caso más infrecuente de lo que parece. Los bancos muestran una
cierta resistencia a operar con efectivo. Y es normal. Ocurre que el
banco tiene una cierta cantidad de efectivo con el que va realizando
las operaciones diarias, incluidas puntuales entregas de grandes
cantidades. Pero ese dinero es una diminuta fracción de la
cantidades que maneja el banco; la inmensa mayoría son solo
anotaciones en cuenta. El truco no se descubre porque la inmensa
mayoría de los clientes no suelen sacar físicamente todo el dinero,
de forma que los reembolsos van compensándose – más o menos- con
los ingresos de dinero físico que realizan otros clientes.
Algún
día – y creo que no dista mucho- habrá un pánico bancario a
nivel mundial, y los hasta entonces confiados clientes acudirán en
masa a las sucursales a sacar su dinero. Y descubrirán que no
existe. No físicamente. Por consiguiente, no se lo pueden entregar.
Crash.
O
tal vez no. Tal vez los que dirigen las cosas se adelanten al
problema y eliminen el dinero físico. En Dinamarca ya lo han
propuesto. Así que ya veremos qué llega antes: la prohibición del
dinero físico, o el pánico bancario mundial. La carrera, en
cualquier caso, será muy ajustada.
Llegados
a este punto, hemos de afrontar la primera pregunta que había
planteado: ¿cómo entra en circulación el dinero? Pues... en forma
de deuda.
El
Banco Central imprime/acuña el dinero, pero luego no lo regala. Lo
presta. Eso es, lo entrega a alguien – a los Estados, o a los
bancos comerciales, por lo general- con la condición de que sea
devuelto, y con intereses. Es como se ha hecho siempre, desde el
principio.
Acto
seguido, los Estados ponen en circulación ese dinero a través del
gasto público, y luego tratan de recuperarse a través de los
impuestos. Deben recuperarlo, pues tienen la obligación de devolver
todo lo prestado al Banco Central, y con intereses.
La
banca comercial, por su parte, utiliza el dinero prestado por los
Bancos Centrales para entregar préstamos. Préstamos que generan
dinero bancario, pero que también generan una cantidad todavía
mayor de deuda, pues todos esos préstamos deben pagarse con
intereses.
No
hay que ser muy avispado para darse cuenta de como acaba el asunto:
dado que se está generando constantemente más deuda que dinero, el
sistema económico está condenado, sí o sí, a acabar colapsando
por la cantidad ingente de deuda impagable. Es, de hecho, lo que
ocurre periódicamente, y es inevitable que ocurra aunque tanto
familias como Estados y empresas se guíen con mesura y corrección.
Porque todo el dinero que existe es el justo y necesario para pagar
el principal de las deudas, pero no existe el dinero para cubrir los
intereses.
Sin
embargo, este no es un problema sin solución. Toda la economía
financiera, después de todo, es una convención, un invento humano,
pura alquimia. Si nos ponemos todos de acuerdo – o si así lo
deciden los que mandan-, esas deudas pueden borrarse. Y ya está. No
es tan raro. Lo hacían en la Antigua Babilonia y en el Japón de los
Shogun. También en la Europa Medieval. Se decreta una condonación
generalizada de las deudas, y ya está. El sistema se reinicia.
Claro
está que lo dicho solo sirve en un sistema en el que el Estado es
más fuerte que los bancos. Y no estamos en ese sistema. Vivimos en
un sistema en el que los Estados – los políticos- están
subordinados a los bancos, por lo que los créditos de estos últimos
son sacrosantos. No puede haber condonación generalizada. No lo
permiten. Así pues, la forma de reiniciar el sistema es a través de
terribles crisis periódicas, que conllevan quiebras, ruina y
sufrimiento. Las deudas desaparecen junto con las empresas, que,
devoradas por la avalancha de deuda, desaparecen. Y con ellos los
puestos de trabajo de millones de trabajadores, que a su vez deben
entregar a los bancos todo lo que tienen para intentar –
normalmente sin conseguirlo- pagar sus propias deudas con los bancos,
con lo cual estos últimos acceden a bienes reales (coches, casas,
etc) a cambio de ese dinero bancario que habían creado de la nada.
Todo
es falso, amigos. Pero, como la alquimia, no importa que no sea real.
Lo que importa es que la gente crea que es real. Que el dinero que ve
en su cuenta bancaria existe. Que las deudas se pueden – y se
deben- pagar. Que los pobres y endeudados lo son por su propia culpa.
Y que el sistema no se puede cambiar.
Pero
resulta que sí se puede cambiar. Y se debe cambiar. Es más: el
cambio es inevitable. Porque sosteniendo toda esa economía
financiera, toda esa alquimia, existe una economía real (fabricación
de bienes y servicios) y una economía fundamental (gestión de
recursos básicos). Y resulta que ninguna de las dos van a sostenerse
por mucho más tiempo...
josé antonio sánchez cabezas / L.d.
17 de julio de 2017
Una
pregunta muy directa: ¿cómo se pone en circulación el dinero? ¿lo
saben?
Cuidado,
aunque la cuestión parezca sencilla, es engañosa. De hecho, es muy
probable que usted ya haya caído en el equivalente intelectual a una
ilusión óptica. Posiblemente, al leer “¿cómo se pone en
circulación en dinero?”, su mente lo haya traducido de otra
manera. “¿Cómo se gana el dinero?” es una buena candidata; a
todos nos preocupa el tema de cómo ganar dinero. “¿Cómo se crea
el dinero?” es otra posibilidad. Vamos a intentar responder las
tres:
Sobre
como se gana el dinero poco puedo decirles que ya no sepan – lo
siento-. Robando puede ganar mucho, muy rápido, pero solo hasta que
les pillen. Trabajando ganarán dinero, pero nunca mucho dinero.
Estafar es una alternativa mucho mejor; ganas mucho dinero, muy
rápido, y es difícil que te pillen. Ni siquiera es necesario violar
la Ley; puedes, por ejemplo, fabricar zapatillas malas en el tercer
mundo, con un coste de 5 euros el par, y venderlo por 80 euros en
occidente. Un verdadero timo.
Sobre
la segunda cuestión, de cómo se crea el dinero... bueno, el dinero
físico se imprime en los Bancos Centrales. Antiguamente se hablaba
de “acuñar”, pero eso solo se aplica a las monedas, y hoy en día
el dinero físico es, mayoritariamente, billetes.
De
cualquier manera, no tiene mayor misterio: le das al botón, y la
máquina comienza a acuñar/imprimir dinero. Lo mismo que hacen los
falsificadores en oscuros sótanos, pero en plan legal.
Más,
dicho sea en honor a la verdad, lo cierto es que el dinero físico NO
es todo el dinero. Ni siquiera la mayoría. No, señor. En torno al
99% del dinero que existe en el mundo es dinero bancario. Eso es,
anotaciones en cuentas bancarias. Y no se equivoquen; no hay nada que
respalde esas anotaciones en cuenta. De hecho, si los clientes de un
banco acudiesen a retirar – por ejemplo- la mitad de sus depósitos,
descubrirían que el banco no se lo puede dar. No porque no lo tengan
en esa sucursal en concreto, sino porque no lo tienen. En ningún
sitio.
El
dinero bancario lo crea el propio banco cuando otorga un préstamo.
La creencia generalizada es que el dinero que el banco entrega a los
que solicitan un préstamo (uno hipotecario, por ejemplo), sale del
dinero de los ahorradores. Sin embargo, si te paras a pensar, hay
algo que no cuadra: los ahorradores pueden sacar su dinero cuando
quieran. Incluso los que invierten a plazo fijo pueden sacarlo en
algunos casos, sufriendo la debida sanción. Más aún: los préstamos
hipotecarios se fían a 15, 25 o 40 años. Y nadie realiza depósitos
a plazo fijo a tan largo plazo.
El
dinero que prestan los bancos no sale de los ahorradores. De hecho,
no sale de ninguna parte; lo crean de la nada. Abren una cuenta, y
escriben en ella la cantidad que se va a prestar. Paralelamente,
crean una cuenta de débito – deuda- que genera vencimientos
parciales a plazo (las famosas letras del préstamo) que el infeliz
prestatario debe de ir abonando, si puede, y mientras pueda.
“Pero
veces el prestatario exige el dinero físicamente.”, pensará
usted.
Bueno,
es un caso más infrecuente de lo que parece. Los bancos muestran una
cierta resistencia a operar con efectivo. Y es normal. Ocurre que el
banco tiene una cierta cantidad de efectivo con el que va realizando
las operaciones diarias, incluidas puntuales entregas de grandes
cantidades. Pero ese dinero es una diminuta fracción de la
cantidades que maneja el banco; la inmensa mayoría son solo
anotaciones en cuenta. El truco no se descubre porque la inmensa
mayoría de los clientes no suelen sacar físicamente todo el dinero,
de forma que los reembolsos van compensándose – más o menos- con
los ingresos de dinero físico que realizan otros clientes.
Algún
día – y creo que no dista mucho- habrá un pánico bancario a
nivel mundial, y los hasta entonces confiados clientes acudirán en
masa a las sucursales a sacar su dinero. Y descubrirán que no
existe. No físicamente. Por consiguiente, no se lo pueden entregar.
Crash.
O
tal vez no. Tal vez los que dirigen las cosas se adelanten al
problema y eliminen el dinero físico. En Dinamarca ya lo han
propuesto. Así que ya veremos qué llega antes: la prohibición del
dinero físico, o el pánico bancario mundial. La carrera, en
cualquier caso, será muy ajustada.
Llegados
a este punto, hemos de afrontar la primera pregunta que había
planteado: ¿cómo entra en circulación el dinero? Pues... en forma
de deuda.
El
Banco Central imprime/acuña el dinero, pero luego no lo regala. Lo
presta. Eso es, lo entrega a alguien – a los Estados, o a los
bancos comerciales, por lo general- con la condición de que sea
devuelto, y con intereses. Es como se ha hecho siempre, desde el
principio.
Acto
seguido, los Estados ponen en circulación ese dinero a través del
gasto público, y luego tratan de recuperarse a través de los
impuestos. Deben recuperarlo, pues tienen la obligación de devolver
todo lo prestado al Banco Central, y con intereses.
La
banca comercial, por su parte, utiliza el dinero prestado por los
Bancos Centrales para entregar préstamos. Préstamos que generan
dinero bancario, pero que también generan una cantidad todavía
mayor de deuda, pues todos esos préstamos deben pagarse con
intereses.
No
hay que ser muy avispado para darse cuenta de como acaba el asunto:
dado que se está generando constantemente más deuda que dinero, el
sistema económico está condenado, sí o sí, a acabar colapsando
por la cantidad ingente de deuda impagable. Es, de hecho, lo que
ocurre periódicamente, y es inevitable que ocurra aunque tanto
familias como Estados y empresas se guíen con mesura y corrección.
Porque todo el dinero que existe es el justo y necesario para pagar
el principal de las deudas, pero no existe el dinero para cubrir los
intereses.
Sin
embargo, este no es un problema sin solución. Toda la economía
financiera, después de todo, es una convención, un invento humano,
pura alquimia. Si nos ponemos todos de acuerdo – o si así lo
deciden los que mandan-, esas deudas pueden borrarse. Y ya está. No
es tan raro. Lo hacían en la Antigua Babilonia y en el Japón de los
Shogun. También en la Europa Medieval. Se decreta una condonación
generalizada de las deudas, y ya está. El sistema se reinicia.
Claro
está que lo dicho solo sirve en un sistema en el que el Estado es
más fuerte que los bancos. Y no estamos en ese sistema. Vivimos en
un sistema en el que los Estados – los políticos- están
subordinados a los bancos, por lo que los créditos de estos últimos
son sacrosantos. No puede haber condonación generalizada. No lo
permiten. Así pues, la forma de reiniciar el sistema es a través de
terribles crisis periódicas, que conllevan quiebras, ruina y
sufrimiento. Las deudas desaparecen junto con las empresas, que,
devoradas por la avalancha de deuda, desaparecen. Y con ellos los
puestos de trabajo de millones de trabajadores, que a su vez deben
entregar a los bancos todo lo que tienen para intentar –
normalmente sin conseguirlo- pagar sus propias deudas con los bancos,
con lo cual estos últimos acceden a bienes reales (coches, casas,
etc) a cambio de ese dinero bancario que habían creado de la nada.
Todo
es falso, amigos. Pero, como la alquimia, no importa que no sea real.
Lo que importa es que la gente crea que es real. Que el dinero que ve
en su cuenta bancaria existe. Que las deudas se pueden – y se
deben- pagar. Que los pobres y endeudados lo son por su propia culpa.
Y que el sistema no se puede cambiar.
Pero
resulta que sí se puede cambiar. Y se debe cambiar. Es más: el
cambio es inevitable. Porque sosteniendo toda esa economía
financiera, toda esa alquimia, existe una economía real (fabricación
de bienes y servicios) y una economía fundamental (gestión de
recursos básicos). Y resulta que ninguna de las dos van a sostenerse
por mucho más tiempo...
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