La décision finale
El sistema electoral de segunda vuelta francés, obliga a la ciudadanía francesa a pronunciarse por dos candidatos: el banquero Macron, representante del sistema, y la ultranacionalista xenófoba y racista Le Pen.
El sistema electoral de segunda vuelta francés, obliga a la ciudadanía francesa a pronunciarse por dos candidatos: el banquero Macron, representante del sistema, y la ultranacionalista xenófoba y racista Le Pen.
LEGITIMISTA DIGITAL
05 de mayo de 2017

Macron y Le Pen
Francia
nunca ha dejado de sorprendernos desde antes de su revolución en
1789: Felipe IV el Hermoso contra la plutocracia encarnada en la
Orden del Temple; Luis XIV el Rey Sol, enfrentado a los tratantes de
usura representados por el famoso gran ministro de finanzas Nicholas
Fouquet, y posteriormente en su lucha contra Holanda y la Inglaterra
Orangista, potencias marítimas comerciales y coloniales que
impulsaron el poder financiero bancario internacional en Londres y
Amsterdam.

Felipe IV de Francia y los Templarios que acabaron en la hoguera
La
lucha de la vieja monarquía contra la plutocracia señalada en los
escritos del pensador católico Hilarie Belloc, nada sospechoso de
marxista, deja constancia que la monarquía nació para someter a la
oligarquía en interés del bien público, en interés de
todos, es su expresión.
Que
la monarquía antigua se convirtió en la máxima expresión del
Estado, conformando al mismo tiempo el edificio público y la base de
las políticas públicas de desarrollo de las infraestructuras junto
a una visión intervencionista del papel del Estado en la economía
que recordará Keynes cuando inspira su obra “Teoría
General del Empleo, del interés y de la moneda” en
la realizada por el ministro de economía predilecto de Luis XIV:
Jean Baptiste Colbert.

Carlos I de Inglaterra, ejecutado tras ser derrotado en la guerra civil entre realistas y parlamentarios. Oliver Cromwell se hace con el poder en 1649
Esta
política intervencionista estaba basada en mantener unos tipos de
interés del dinero muy por debajo del 5%, evitando el endeudamiento
progresivo del Estado respecto a las clases adineradas, cuyo
representante lo había sido Nicholas Fouquet, ministro de finanzas
del Rey Luis XIV.
Mientras
que la usura forzaba a la privatización de los recursos y al
endeudamiento progresivo en Inglaterra, favoreció el debilitamiento
de la Corona en cuanto al poder del Estado encarnado en ella, y ello
posibilitó que la aristocracia comercial se convirtiera en una
aristocracia financiera, la cual a través de la banca londinense y
el parlamento británico que dominaban, se convirtiera en la
verdadera dueña del país, marginando en el proceso privatizador y
desamortizador de los recursos comunales, a todas los estamentos
populares.
Los
dos mundos del siglo XVII: la Francia intervencionista frente a la
Inglaterra liberal
El
intervencionismo proteccionista francés lo encarnará Colbert frente
a Fouquet, porque éste simboliza el liberalismo capitalista de la
aristocracia mercantil que crea la banca para desmantelar el Estado
monárquico y construir otro Estado alternativo afín a sus intereses
financieros, comerciales y económicos. Se trata del nacimiento del
Estado liberal burgués desde antes de su expansión mediante la
futura revolución francesa de 1789.
La
derrota de la revolución francesa de 1789: las ideas secuestradas
El
jacobinismo francés vuelve a poner de relieve la importancia del
Estado frente a las clases privilegiadas que lo venían parasitando
desde 1760. El desmantelamiento del Estado monárquico de Luis XIV
era perseguido por una buena parte de la nobleza francesa que había
visto en el pasado con muy buenos ojos el hundimiento de la monarquía
inglesa que representaban los Stuart. Ese hundimiento del Estado
implicó el triunfo de la oligarquía aristocrática mercantil que
trabajaba por la instauración del capitalismo y la privatización de
los recursos comunales, y que consiguió a partir de la Gloriosa
Revolución de 1688, con el destronamiento de James II Stuart. Pues
bien, este modelo económico privatizador es el que se pondrá de
moda en Francia a partir del año 1760, donde la escuela liberal
fisiócrata francesa tenía unos esquemas muy similares a la
existente en Inglaterra desde que Adam Smith escribiera su libro: “La
Riqueza de las Naciones”, donde básicamente se describe los
elementos que caracterizan a las economías liberales capitalistas
bajo los parámetros de productividad, eficiencia, competitividad
dentro del esquema de la privatización del “Comunal Público”.
La
oligarquía inglesa ya había experimentado lo que significaba la
“Tragedia de los Comunes”, la expropiación del campesinado y los
Estamentos populares de sus tierras, recursos y viviendas comunales
ancestrales. Ese robo había permitido el enriquecimiento de esa
oligarquía plutócrata, y para ello, debió enfrentarse a la Corona
de Inglaterra, pues tal y como afirmaba Hilaire Belloc en “Carlos
I, Rey de Inglaterra”: “la misión y deber de la
realeza es la sujeción de los poderosos en interés de todos”
En
este sentido se entiende la oposición de la oligarquía republicana
frente a una monarquía que limitaba su crecimiento y posibilidades
de negocio. Para esa oligarquía mercantil y aristocrática el Rey
era la fuerza política que encarnaba el Estado monárquico, un
Estado que los herederos liberales en los años 70 y posteriores
tacharían de “comunista”.
La
revolución francesa jacobina desde su sentido económico fue
completamente barrida y utilizada por las fuerzas conservadoras que
representaban la oligarquía. Una oligarquía, que se había servido
de la monarquía desde 1760 a 1789, años que caracterizan el
debilitamiento del Estado, y simbolizan la privatización del mismo,
bajo la similitud de su homólogo británico. Si los jacobinos
querían devolver al Estado un papel preponderante como baluarte
defensor de los derechos colectivos frente a los intereses privados
individuales de la oligarquía, los elementos conservadores acabarían
secuestrando la revolución francesa y la terminarían haciendo suya
al utilizar al pueblo como ariete contra las instituciones
garantistas existentes durante el Antiguo Régimen. Era su forma de
desmantelar lo público en aquella época.
Comunismo
versus Capitalismo
La
historia es cíclica y se repite en base a paralelismos que nos
acercan en algunos aspectos al pasado manifestando ciertas
diferencias por la distancia en que acontecen nuevos fenómenos
históricos. Las guerras entre Inglaterra y Francia que asolaron al
mundo en el siglo XVIII por el monopolio de los dominios de ultramar
llevaba implícita otra lectura de trasfondo: el enfrentamiento entre
el orden industrial y capitalista representado por
Inglaterra contra un mundo agrario, feudal y comunal
reflejado por Francia. En estas contiendas sucesivas de la Guerra de
los Siete años y la Guerra de Sucesión Austriaca, Francia pierde
numerosos centros de aprovisionamiento de materia prima, quedando
Gran Bretaña con la inmensidad de un gran mercado y dominio colonial
que se extendería hasta la India.
En
el paralelismo cíclico de la historia, el enfrentamiento del mundo
francés contra el orden anglosajón ha dejado manifiesto la heredad
durante los años 1950 a 1980 de ver una similitud salvando las
distancias entre el enfrentamiento de la guerra fría protagonizado
por la potencia anglosajona de los EEUU y su entente capitalista
contra la URSS y el bloque de las potencias socialistas.
Las
características económicas del orden anglosajón capitalista
se fundamentan en el libre mercado y la legalización por el mismo,
de la explotación y expropiación de los recursos ajenos, mientras
que el mundo socialista trataba de aplicar la
autogestión económica desde el autoabastecimiento, el autoconsumo,
y explorar las vías de desarrollo dentro de las posibilidades
económicas del propio país sin contar con recursos ajenos. La
Francia de los siglos XVII y XVIII, por sus paralelismos económicos
de intervencionismo del Estado en la economía, reglamentaciones
aduaneras, economía agraria, existencia de gremios con gran
capacidad sindical... impedía el lucro a los que soñaban con un
sistema liberal.
Proteccionismo
versus Liberalismo
Desde
2008 venimos sufriendo en Europa una importante y terrible crisis
económica que en Francia se caracteriza por la deslocalización
empresarial. Los empresarios para hacer frente a los costes de
producción toman decisiones encaminadas a cerrar sus empresas en el
país de origen para llevarlas a producir en el exterior,
aprovechando la globalización neoliberal capitalista como fenómeno
económico donde se expande fácilmente la precarización laboral y
medioambiental.
El
pasado 23 de abril, los franceses pudieron haber elegido una opción
responsable, progresista, democrática, de izquierdas, muy crítica
con el actual proceso existente de “construcción europea”,
basada en los recortes sociales que impone la Troika Neoliberal
capitalista. Sin embargo los franceses no eligieron como fuerza
política a la France Insoumise, cuyo dirigente Jean-Luc Melenchon
rozó el 20% de los votos.
Desde
la caída del muro de Berlín en 1989, el hundimiento del bloque
socialista ha supuesto una progresiva derechización de la sociedad a
nivel europeo y mundial. Los seres humanos, en lugar de profundizar
por desarrollar, implementar y establecer políticas solidarias, de
ayuda mutua, fraternales, se han dejado engañar por el endiosamiento
del poder del dinero, la rivalidad, la competitividad, el deseo de
tener aún más, haciendo suyas las ideas económicas liberales. Ello
ha favorecido el crecimiento desde 1989 de los movimientos de extrema
derecha que se caracterizan también por sus propuestas políticas y
económicas de recoger ciertas y ambiguas reivindicaciones populares
de las que ha hecho dejación toda la “izquierda progre
oficial” representada por el Partido Socialista Francés o
el PSOE aquí en España. No hay mas que ver el desplome del Partido Socialista Francés para entender esto.
El
liberalismo económico del programa derechista conservador ha
institucionalizado en la conciencia colectiva un individualismo
económico exacerbado, y ello ha posibilitado tras el hundimiento del
bloque socialista en 1989, que surja una extrema derecha que ha
recogido los discursos tradicionalistas de la historia del pasado de
la humanidad existentes en pensadores como Chateaubriand, Chesterton
o Hilarie Belloc, o en políticos conservadores a la antigua usanza
como Benjamin Disraeli que se hubieran escandalizado por la defensa
privatizadora del comunal público de las que hacía gala la liberal
capitalista Margareth Thatcher. La extrema derecha ha recogido, con mucha vista e interés, todo el arsenal argumentario histórico tradicionalista anticapitalista, argumentos considerados populistas por la derecha e izquierda oficial, que se mueven dentro del sistema. Una buena parte de los mismos a nivel económico son compartidos por la izquierda más reivindicativa y obrerista, llamada por sus enemigos extrema izquierda, como la representada por "La France Insoumise" de Jean-Luc Melenchon, o "Podemos" de Pablo Iglesias en España, o la de Jeremy Corbyn en Gran Bretaña.

Owen Jones en un acto de apoyo a Podemos
El
propio Owen Jones, autor de “El Establishment, la casta al
desnudo” se pronuncia de la siguiente manera:
“Muchos
líderes conservadores no habían tenido ningún reparo en apoyar los
principios de intervención estatal del régimen de la posguerra, en
tratar a los líderes sindicales como iguales y en mantener unos
tipos impositivos marginales altos. En la década de los cincuenta,
los conservadores competían con el Partido Laborista por ver quién
construía más viviendas de protección oficial, un verdadero
anatema para los principios thatcheristas posteriores, los de la
propiedad inmobiliaria y los de dejar en manos del mercado las
políticas de vivienda. Muchos de aquellos líderes de la posguerra
eran patricios conservadores, entre ellos exalumnos de Eton como
Harold Macmillan. Cuando en 1975, Thatcher se convirtió en líder de
los conservadores, se sintió aislada dentro de su propio gabinete en
la sombra. Incluso durante los primeros días de su mandato se vio a
sí misma batallando contra la oposición interna del llamado “sector
blando”, que tenía miedo de las consecuencias de derribar el orden
de la posguerra. En 1985, el ex primer ministro Macmillan comparó en
público las políticas de privatización de Thatcher con venderse
“la plata georgiana” y “todos esos bonitos muebles que antes
había en el salón”. En las primeras décadas que siguieron a la
Segunda Guerra Mundial, había imperado entre los conservadores la
paternalista tradición de la “nación unida”, que había
instaurado el primer ministro conservador del siglo XIX Benjamin
Disraeli, y con el que Macmillan comulgaba. Era esta corriente la que
-para gran desdén de los paniaguados neoliberales- había aceptado
el consenso de la posguerra, y también la que había mostrado
reservas o miedo hacia el nuevo orden neoliberal. Bajo el
thatcherismo, sus miembros fueron quedando marginados hasta que
desaparecieron.”
Si
finalmente el pacto social de la postguerra se ha roto, porque los
liberales ya no tienen miedo de ningún bloque comunista que pueda
persuadirles de alguna manera para que consideren las garantías
sociales como algo fundamental a valorar en beneficio de la población
civil, en
interés de todos,
y se decidieron por la privatización descarada de los recursos y los
medios de producción, antes en manos públicas y del Estado, se
decidieron por los recortes sociales, por la deslocalización
empresarial, por el cierre de los puestos de trabajo, por la
progresiva eliminación del empleo público, por la precarización de
la sanidad y de la educación, por amenazar a los mayores con los
recortes en sus pensiones,... habrá que persuadirles de nuevo, de
alguna forma, mediante el voto para que tomen en serio las demandas
legítimas de la clase trabajadora y de los estamentos populares
empobrecidos y desheredados. Y ello, obviamente, no pasa por
respaldar al banquero Emmanuelle Macron que representa el sistema
económico neoliberal capitalista. Es por esto, por lo que Jean-Luc
Melenchon pidió el voto en blanco o la abstención, aunque los
sondeos realizados y las encuestas francesas afirman que dos tercios
de la fuerza progresista izquierdista de “La France Insoumise” se
decantará finalmente por votar por el partido de Le Pen, lo cual
tiene cierta lógica, si se excluyen los componentes xenófobos,
racistas y nazistas de la formación ultraderechista que ha copiado
el discurso económico del partido comunista francés de los años 60
y 70. La propia formación “monarchiste
de gauche”
denominada la Nouvelle
Action Royaliste
se ha pronunciado en este mismo sentido, por el voto en blanco o la
abstención.
Con
un mínimo de honestidad y sinceridad deberíamos entender que el
racismo, la xenofobia, la marginación social, la exclusión y el
autoritarismo que representa el partido que lidera Le Pen, es en
realidad manifestado de forma bien explícita y declarada por muchos
de sus militantes y simpatizantes, pero no podemos olvidar nunca, que
“La France en Marche”, más liberal, que representa Emmanuele Macron lleva bien
implícitos todos esos antivalores que representan en realidad el
sistema económico de explotación capitalista. Muchos vemos en
Macron como el gran banquero experto en banca de inversión, quien ha
favorecido la fortuna de los Rothschild,
a su predecesor histórico Nicholas Fouquet, quien aspiraba a
gobernar Francia.

Los grandes banqueros del momento en su tiempo cada uno: Nicholas Fouquet y Emmanuele Macron
LEGITIMISTA DIGITAL
05 de mayo de 2017
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Macron y Le Pen |
Francia
nunca ha dejado de sorprendernos desde antes de su revolución en
1789: Felipe IV el Hermoso contra la plutocracia encarnada en la
Orden del Temple; Luis XIV el Rey Sol, enfrentado a los tratantes de
usura representados por el famoso gran ministro de finanzas Nicholas
Fouquet, y posteriormente en su lucha contra Holanda y la Inglaterra
Orangista, potencias marítimas comerciales y coloniales que
impulsaron el poder financiero bancario internacional en Londres y
Amsterdam.
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Felipe IV de Francia y los Templarios que acabaron en la hoguera |
La
lucha de la vieja monarquía contra la plutocracia señalada en los
escritos del pensador católico Hilarie Belloc, nada sospechoso de
marxista, deja constancia que la monarquía nació para someter a la
oligarquía en interés del bien público, en interés de
todos, es su expresión.
Que
la monarquía antigua se convirtió en la máxima expresión del
Estado, conformando al mismo tiempo el edificio público y la base de
las políticas públicas de desarrollo de las infraestructuras junto
a una visión intervencionista del papel del Estado en la economía
que recordará Keynes cuando inspira su obra “Teoría
General del Empleo, del interés y de la moneda” en
la realizada por el ministro de economía predilecto de Luis XIV:
Jean Baptiste Colbert.
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Carlos I de Inglaterra, ejecutado tras ser derrotado en la guerra civil entre realistas y parlamentarios. Oliver Cromwell se hace con el poder en 1649 |
Esta
política intervencionista estaba basada en mantener unos tipos de
interés del dinero muy por debajo del 5%, evitando el endeudamiento
progresivo del Estado respecto a las clases adineradas, cuyo
representante lo había sido Nicholas Fouquet, ministro de finanzas
del Rey Luis XIV.
Mientras
que la usura forzaba a la privatización de los recursos y al
endeudamiento progresivo en Inglaterra, favoreció el debilitamiento
de la Corona en cuanto al poder del Estado encarnado en ella, y ello
posibilitó que la aristocracia comercial se convirtiera en una
aristocracia financiera, la cual a través de la banca londinense y
el parlamento británico que dominaban, se convirtiera en la
verdadera dueña del país, marginando en el proceso privatizador y
desamortizador de los recursos comunales, a todas los estamentos
populares.
Los
dos mundos del siglo XVII: la Francia intervencionista frente a la
Inglaterra liberal
El
intervencionismo proteccionista francés lo encarnará Colbert frente
a Fouquet, porque éste simboliza el liberalismo capitalista de la
aristocracia mercantil que crea la banca para desmantelar el Estado
monárquico y construir otro Estado alternativo afín a sus intereses
financieros, comerciales y económicos. Se trata del nacimiento del
Estado liberal burgués desde antes de su expansión mediante la
futura revolución francesa de 1789.
La
derrota de la revolución francesa de 1789: las ideas secuestradas
El
jacobinismo francés vuelve a poner de relieve la importancia del
Estado frente a las clases privilegiadas que lo venían parasitando
desde 1760. El desmantelamiento del Estado monárquico de Luis XIV
era perseguido por una buena parte de la nobleza francesa que había
visto en el pasado con muy buenos ojos el hundimiento de la monarquía
inglesa que representaban los Stuart. Ese hundimiento del Estado
implicó el triunfo de la oligarquía aristocrática mercantil que
trabajaba por la instauración del capitalismo y la privatización de
los recursos comunales, y que consiguió a partir de la Gloriosa
Revolución de 1688, con el destronamiento de James II Stuart. Pues
bien, este modelo económico privatizador es el que se pondrá de
moda en Francia a partir del año 1760, donde la escuela liberal
fisiócrata francesa tenía unos esquemas muy similares a la
existente en Inglaterra desde que Adam Smith escribiera su libro: “La
Riqueza de las Naciones”, donde básicamente se describe los
elementos que caracterizan a las economías liberales capitalistas
bajo los parámetros de productividad, eficiencia, competitividad
dentro del esquema de la privatización del “Comunal Público”.
La
oligarquía inglesa ya había experimentado lo que significaba la
“Tragedia de los Comunes”, la expropiación del campesinado y los
Estamentos populares de sus tierras, recursos y viviendas comunales
ancestrales. Ese robo había permitido el enriquecimiento de esa
oligarquía plutócrata, y para ello, debió enfrentarse a la Corona
de Inglaterra, pues tal y como afirmaba Hilaire Belloc en “Carlos
I, Rey de Inglaterra”: “la misión y deber de la
realeza es la sujeción de los poderosos en interés de todos”
En
este sentido se entiende la oposición de la oligarquía republicana
frente a una monarquía que limitaba su crecimiento y posibilidades
de negocio. Para esa oligarquía mercantil y aristocrática el Rey
era la fuerza política que encarnaba el Estado monárquico, un
Estado que los herederos liberales en los años 70 y posteriores
tacharían de “comunista”.
La
revolución francesa jacobina desde su sentido económico fue
completamente barrida y utilizada por las fuerzas conservadoras que
representaban la oligarquía. Una oligarquía, que se había servido
de la monarquía desde 1760 a 1789, años que caracterizan el
debilitamiento del Estado, y simbolizan la privatización del mismo,
bajo la similitud de su homólogo británico. Si los jacobinos
querían devolver al Estado un papel preponderante como baluarte
defensor de los derechos colectivos frente a los intereses privados
individuales de la oligarquía, los elementos conservadores acabarían
secuestrando la revolución francesa y la terminarían haciendo suya
al utilizar al pueblo como ariete contra las instituciones
garantistas existentes durante el Antiguo Régimen. Era su forma de
desmantelar lo público en aquella época.
Comunismo
versus Capitalismo
La
historia es cíclica y se repite en base a paralelismos que nos
acercan en algunos aspectos al pasado manifestando ciertas
diferencias por la distancia en que acontecen nuevos fenómenos
históricos. Las guerras entre Inglaterra y Francia que asolaron al
mundo en el siglo XVIII por el monopolio de los dominios de ultramar
llevaba implícita otra lectura de trasfondo: el enfrentamiento entre
el orden industrial y capitalista representado por
Inglaterra contra un mundo agrario, feudal y comunal
reflejado por Francia. En estas contiendas sucesivas de la Guerra de
los Siete años y la Guerra de Sucesión Austriaca, Francia pierde
numerosos centros de aprovisionamiento de materia prima, quedando
Gran Bretaña con la inmensidad de un gran mercado y dominio colonial
que se extendería hasta la India.
En
el paralelismo cíclico de la historia, el enfrentamiento del mundo
francés contra el orden anglosajón ha dejado manifiesto la heredad
durante los años 1950 a 1980 de ver una similitud salvando las
distancias entre el enfrentamiento de la guerra fría protagonizado
por la potencia anglosajona de los EEUU y su entente capitalista
contra la URSS y el bloque de las potencias socialistas.
Las
características económicas del orden anglosajón capitalista
se fundamentan en el libre mercado y la legalización por el mismo,
de la explotación y expropiación de los recursos ajenos, mientras
que el mundo socialista trataba de aplicar la
autogestión económica desde el autoabastecimiento, el autoconsumo,
y explorar las vías de desarrollo dentro de las posibilidades
económicas del propio país sin contar con recursos ajenos. La
Francia de los siglos XVII y XVIII, por sus paralelismos económicos
de intervencionismo del Estado en la economía, reglamentaciones
aduaneras, economía agraria, existencia de gremios con gran
capacidad sindical... impedía el lucro a los que soñaban con un
sistema liberal.
Proteccionismo
versus Liberalismo
Desde
2008 venimos sufriendo en Europa una importante y terrible crisis
económica que en Francia se caracteriza por la deslocalización
empresarial. Los empresarios para hacer frente a los costes de
producción toman decisiones encaminadas a cerrar sus empresas en el
país de origen para llevarlas a producir en el exterior,
aprovechando la globalización neoliberal capitalista como fenómeno
económico donde se expande fácilmente la precarización laboral y
medioambiental.
El
pasado 23 de abril, los franceses pudieron haber elegido una opción
responsable, progresista, democrática, de izquierdas, muy crítica
con el actual proceso existente de “construcción europea”,
basada en los recortes sociales que impone la Troika Neoliberal
capitalista. Sin embargo los franceses no eligieron como fuerza
política a la France Insoumise, cuyo dirigente Jean-Luc Melenchon
rozó el 20% de los votos.
Desde
la caída del muro de Berlín en 1989, el hundimiento del bloque
socialista ha supuesto una progresiva derechización de la sociedad a
nivel europeo y mundial. Los seres humanos, en lugar de profundizar
por desarrollar, implementar y establecer políticas solidarias, de
ayuda mutua, fraternales, se han dejado engañar por el endiosamiento
del poder del dinero, la rivalidad, la competitividad, el deseo de
tener aún más, haciendo suyas las ideas económicas liberales. Ello
ha favorecido el crecimiento desde 1989 de los movimientos de extrema
derecha que se caracterizan también por sus propuestas políticas y
económicas de recoger ciertas y ambiguas reivindicaciones populares
de las que ha hecho dejación toda la “izquierda progre
oficial” representada por el Partido Socialista Francés o
el PSOE aquí en España. No hay mas que ver el desplome del Partido Socialista Francés para entender esto.
El
liberalismo económico del programa derechista conservador ha
institucionalizado en la conciencia colectiva un individualismo
económico exacerbado, y ello ha posibilitado tras el hundimiento del
bloque socialista en 1989, que surja una extrema derecha que ha
recogido los discursos tradicionalistas de la historia del pasado de
la humanidad existentes en pensadores como Chateaubriand, Chesterton
o Hilarie Belloc, o en políticos conservadores a la antigua usanza
como Benjamin Disraeli que se hubieran escandalizado por la defensa
privatizadora del comunal público de las que hacía gala la liberal
capitalista Margareth Thatcher. La extrema derecha ha recogido, con mucha vista e interés, todo el arsenal argumentario histórico tradicionalista anticapitalista, argumentos considerados populistas por la derecha e izquierda oficial, que se mueven dentro del sistema. Una buena parte de los mismos a nivel económico son compartidos por la izquierda más reivindicativa y obrerista, llamada por sus enemigos extrema izquierda, como la representada por "La France Insoumise" de Jean-Luc Melenchon, o "Podemos" de Pablo Iglesias en España, o la de Jeremy Corbyn en Gran Bretaña.
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Owen Jones en un acto de apoyo a Podemos |
El
propio Owen Jones, autor de “El Establishment, la casta al
desnudo” se pronuncia de la siguiente manera:
“Muchos
líderes conservadores no habían tenido ningún reparo en apoyar los
principios de intervención estatal del régimen de la posguerra, en
tratar a los líderes sindicales como iguales y en mantener unos
tipos impositivos marginales altos. En la década de los cincuenta,
los conservadores competían con el Partido Laborista por ver quién
construía más viviendas de protección oficial, un verdadero
anatema para los principios thatcheristas posteriores, los de la
propiedad inmobiliaria y los de dejar en manos del mercado las
políticas de vivienda. Muchos de aquellos líderes de la posguerra
eran patricios conservadores, entre ellos exalumnos de Eton como
Harold Macmillan. Cuando en 1975, Thatcher se convirtió en líder de
los conservadores, se sintió aislada dentro de su propio gabinete en
la sombra. Incluso durante los primeros días de su mandato se vio a
sí misma batallando contra la oposición interna del llamado “sector
blando”, que tenía miedo de las consecuencias de derribar el orden
de la posguerra. En 1985, el ex primer ministro Macmillan comparó en
público las políticas de privatización de Thatcher con venderse
“la plata georgiana” y “todos esos bonitos muebles que antes
había en el salón”. En las primeras décadas que siguieron a la
Segunda Guerra Mundial, había imperado entre los conservadores la
paternalista tradición de la “nación unida”, que había
instaurado el primer ministro conservador del siglo XIX Benjamin
Disraeli, y con el que Macmillan comulgaba. Era esta corriente la que
-para gran desdén de los paniaguados neoliberales- había aceptado
el consenso de la posguerra, y también la que había mostrado
reservas o miedo hacia el nuevo orden neoliberal. Bajo el
thatcherismo, sus miembros fueron quedando marginados hasta que
desaparecieron.”
Si
finalmente el pacto social de la postguerra se ha roto, porque los
liberales ya no tienen miedo de ningún bloque comunista que pueda
persuadirles de alguna manera para que consideren las garantías
sociales como algo fundamental a valorar en beneficio de la población
civil, en
interés de todos,
y se decidieron por la privatización descarada de los recursos y los
medios de producción, antes en manos públicas y del Estado, se
decidieron por los recortes sociales, por la deslocalización
empresarial, por el cierre de los puestos de trabajo, por la
progresiva eliminación del empleo público, por la precarización de
la sanidad y de la educación, por amenazar a los mayores con los
recortes en sus pensiones,... habrá que persuadirles de nuevo, de
alguna forma, mediante el voto para que tomen en serio las demandas
legítimas de la clase trabajadora y de los estamentos populares
empobrecidos y desheredados. Y ello, obviamente, no pasa por
respaldar al banquero Emmanuelle Macron que representa el sistema
económico neoliberal capitalista. Es por esto, por lo que Jean-Luc
Melenchon pidió el voto en blanco o la abstención, aunque los
sondeos realizados y las encuestas francesas afirman que dos tercios
de la fuerza progresista izquierdista de “La France Insoumise” se
decantará finalmente por votar por el partido de Le Pen, lo cual
tiene cierta lógica, si se excluyen los componentes xenófobos,
racistas y nazistas de la formación ultraderechista que ha copiado
el discurso económico del partido comunista francés de los años 60
y 70. La propia formación “monarchiste
de gauche”
denominada la Nouvelle
Action Royaliste
se ha pronunciado en este mismo sentido, por el voto en blanco o la
abstención.
Con
un mínimo de honestidad y sinceridad deberíamos entender que el
racismo, la xenofobia, la marginación social, la exclusión y el
autoritarismo que representa el partido que lidera Le Pen, es en
realidad manifestado de forma bien explícita y declarada por muchos
de sus militantes y simpatizantes, pero no podemos olvidar nunca, que
“La France en Marche”, más liberal, que representa Emmanuele Macron lleva bien
implícitos todos esos antivalores que representan en realidad el
sistema económico de explotación capitalista. Muchos vemos en
Macron como el gran banquero experto en banca de inversión, quien ha
favorecido la fortuna de los Rothschild,
a su predecesor histórico Nicholas Fouquet, quien aspiraba a
gobernar Francia.
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Los grandes banqueros del momento en su tiempo cada uno: Nicholas Fouquet y Emmanuele Macron |
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