Soberanía y proteccionismo
Dos vertientes de la interpretación del proteccionismo entran en liza: la primera, la del egoísmo burgués ultranacionalista que fomenta en los pueblos la guerra de todos contra todos; la segunda, basada en una concepción más humanista, aspira a la solidaridad entre los pueblos, amparando su capacidad democrática en la autogestión por los derechos y coberturas sociales, laborales, ecológicas y medio-ambientales.
Dos vertientes de la interpretación del proteccionismo entran en liza: la primera, la del egoísmo burgués ultranacionalista que fomenta en los pueblos la guerra de todos contra todos; la segunda, basada en una concepción más humanista, aspira a la solidaridad entre los pueblos, amparando su capacidad democrática en la autogestión por los derechos y coberturas sociales, laborales, ecológicas y medio-ambientales.
LEGITIMISTA DIGITAL
12 de marzo de 2017
Tras
el triunfo del Brexit en Gran Bretaña y la victoria de Trump en los
EEUU, el mundo anglosajón ha alcanzado su punto de inflexión en
cuanto a su interés por el liberalismo económico traducido en
neoliberalismo desde los años 80 del siglo XX hasta la actualidad.
La
presión del bloque capitalista liderado por este mundo anglosajón
para que economías como la China se incorporasen al comercio
internacional con el objetivo de adopción de ese libre mercado, le
ha salido terriblemente caro a occidente, que pensaba vender allí
sus electrodomésticos, tecnologías, bienes y servicios.
La
situación actual del comercio internacional ha inhibido al mundo
anglosajón respecto a China, y muchos países de la Unión Europea
se preguntan qué hacer ante la inevitable presencia, no sólo del
gigante asiático sino de sus efectos en la economía internacional
al haber comprobado que dosis de mayor liberalismo económico sólo
trae cierre de fábricas y empresas en lugar de mayor prosperidad.
Aquellos
que en los años 70 y 80 presumían de liberales ante el bloque
constituido por los países socialistas, se han convertido en
reticentes a la práctica del libre comercio internacional porque ya
no les beneficia. Han venido saqueando los recursos de los países
empobrecidos que no gozan de protección social ni ambiental, y ahora
muchos de estos países, han caído en la órbita de China, al
comprar ésta grandes extensiones de tierra para proveer a sus
ciudadanos de alimentos, lo que deja a muchos países de África sin
recursos propios, sin capacidad de soberanía alimentaria porque ya
no disponen de hectáreas de terreno propias destinadas a la
autogestión alimentaria.
Ahora,
esta burguesía neoliberal capitalista, responsable de la caída del
muro de Berlín y del bloque socialista, que se ha visto durante
todos estos años con las manos completamente libres para desmantelar
los Estados, y por tanto para privatizar todos los sectores
estratégicos de la economía bajo el paradigma anglosajón del libre
comercio, nos encontramos con el egoísmo de dicha oligarquía
plutócrata más propensa a encerrarse, más proclive al
ultranacionalismo proteccionista desde el sistema capitalista.
Así,
nos encontramos bajo la amenaza que supone la presencia creciente de
las fuerzas ultraderechistas en países como Bélgica, Francia,
Austria, Alemania, por no hablar de la contribución al triunfo del
propio Brexit en Gran Bretaña y como los partidarios de Le Pen en
Francia amenazan con hacer salir al país de la Unión Europea. Ante
este contexto, no ayuda nada que las fuerzas políticas del bipartito
turnista se entiendan en Europa porque han puesto de manifiesto que
sirven como títeres a los poderes mercantiles y financieros, a una
oligarquía plutócrata que jamás se presenta a las elecciones, pero
que en realidad detenta el poder de los países en Europa y en
España, quedando en evidencia. No debe sorprender en este sentido,
lo que significa el entendimiento entre el Partido Socialista y el
Partido Popular Europeos. La socialdemocracia europea lleva quedando
en evidencia desde hace mucho tiempo al asumir y aceptar todos y cada
uno de los presupuestos económicos neoliberales capitalistas:
privatización y recortes de lo público, reducción del peso del
Estado y entrega de la soberanía monetaria a la banca privada, lo
que significa que la creación del dinero ya no es pública, sino
privada. Con la venta de las empresas públicas que daban ingresos
públicos y por tanto beneficios públicos que recalaban en la
posible reinversión pública, el Estado perdió la posibilidad de la
capacidad de la soberanía económica, una soberanía que venía de
garantizar la soberanía alimentaria y la soberanía energética. En
el momento en que se privatizan todas estas capacidades públicas,
los Estados se convirtieron en gestores del gasto público sin
ninguna posibilidad real de obtener una capacidad de acumular
ingresos públicos lo suficientemente potentes para hacer frente a
los gastos santitarios, educativos y de pensiones.
El
mundo se ha convertido en un campo de batalla de las oligarquías
plutócratas que controlan diversas áreas de influencia, y a la que
representa occidente, liderados por el mundo anglosajón, parece no
interesarles el neoliberalismo económico de la Escuela de Chicago
bajo el enfoque de Margareth Thatcher y Ronald Reagan, por ello
votaron el Brexit en Gran Bretaña y votaron a Donald Trump en los
EEUU. Ello ha dado alas a la extrema derecha que promueve un
proteccionismo económico capitalista y egoísta. Se trata de
liberales que se vuelven proteccionistas según su conveniencia, que
cuando ven que no pueden ningunear a China e imponerle su
neoliberalismo económico para venderle los productos occidentales,
sino que ocurre todo lo contrario, entonces, se deciden
convenientemente, por el proteccionismo. Paradójico resulta, que
estos liberales que acusaban de proteccionistas a los comunistas, se
hayan vuelto proteccionistas. Sólo lo han hecho porque no les ha
salido bien el resultado, ya que pensaban que occidente siempre
dominaría el tablero económico internacional. No ha sido así.
Este
pernicioso neoliberalismo económico a demás de haber contribuido
como paradigma internacional en la mentalidad de los habitantes del
Planeta, ha significado la asimilación de un planteamiento egoísta
de una guerra de todos contra todos donde domina el más fuerte, el
que tiene dinero. Ello ha puesto de manifiesto la crisis de valores
sociales en cuanto al humanitarismo y la solidaridad. Estos valores
estaban presentes en las economías que evitaban la relación y
dinámica capitalistas, la desaparición de estas economías, llevó
al triunfo irremediable del egoísmo económico. Y ahora, ese egoísmo
económico, ha pasado de ser liberal o neoliberal, a un enfoque
ultranacionalista y proteccionista desde un punto de vista
excluyente, con todas las consideraciones de racista y xenófobo,
bajo la égida del poder financiero.
¿Qué
puede hacer la izquierda ante semejante cuadro contextual?
Para
empezar, las fuerzas socialdemócratas deberían dejar de apoyar y
pactar con las fuerzas neoliberales conservadoras que nos han traído
estos lodos, para recuperar al menos, las categorías y
planteamientos de la socialdemocracia defendida en los años 40, 50 y
60 del siglo XX. Y ello significa romper con todo planteamiento
liberal que promueve la privatización de lo público, favoreciendo
la reversión de esas privatizaciones acontecidas desde los años 70
hasta la actualidad. El apoyo de las fuerzas socialdemócratas
europeas a los partidodos liberales y conservadores, lo que está
contribuyendo es al desencanto de las capas populares y los estractos
sociales que han perdido poder adquisitivo desde que empezó la
crisis económica en 2008, y que hoy día en Europa se decantan por
votar a la extrema derecha al vislumbrar la dejación que las fuerzas
socialdemócratas han hecho de la defensa de lo público.
Ante
esta situación del triunfo del egoísmo excluyente basado en el
capitalismo proteccionista ultranacionalista dotado de un racismo
asombroso y verdaderamente preocupante; ahí tenemos la respuesta de
la Unión Europea ante la crisis de los Refugiados, la respuesta, no
puede ser, ni seguir basada en apoyar gobiernos derechistas. Esto ya
ha retratado a la socialdemocracia europea, y al PSOE con la actual
gestora en brazos del Partido Popular.
En
Francia significó en el seno del Partido Socialista, el triunfo de
Manuel Valls sobre las ideas de Arnaud Montebourg. Este último,
partidario de la desglobalización plantea como respuesta a los
grandes retos y adversidades de la economía internacional, una serie
de soluciones basadas en el proteccionismo solidario socialista y
ecologista, para hacer frente al nuevo proteccionismo capitalista de
esa oligarquía que durante todos estos años nos ha impuesto el
neoliberalismo económico del libre mercado, hasta que ha notado que
ya no les beneficia, y ahora quieren recurrir a prácticas
proteccionistas basadas en la exclusión y en la xenofobia señalando
a las víctimas del sistema capitalista, entre otros, los refugiados,
símbolo de la presencia que significan los inmigrantes que vienen a
Europa a buscarse la vida, como cabezas de turco, advirtiendo con sus
discursos xenófobos y racistas que vienen a quitarnos nuestros
puestos de trabajo.
Muchos
partidarios del Brexit, en el seno del gobierno conservador, ya están
planteando medidas económicas que castiguen a los empresarios que
contraten mano de obra considerada extranjera, al no contratar mano
de obra considerada nativa “made in UK”. Los gobiernos
conservadores, ni los liberales quieren plantear esta problemática
desde la perspectiva de las soluciones y coberturas sociales basadas
en las garantías de los convenios colectivos donde absolutamente
todos los ciudadanos que vivan y estén presentes en el país, sin
exclusión y excepción, deben tener los mismos derechos de
contratación. A los liberales y a los conservadores este hecho no
les hace ninguna gracia, porque a los primeros se les acaba el chollo
de la explotación de mano de obra barata, al no tener estos
ciudadanos la posibilidad legal de ser amparados por el convenio
colectivo que regule sus salarios; y a los conservadores
ultranacionalistas, porque su objetivo es expulsar del país a toda
esta mano de obra bajo el eslogan: “nos roban nuestro trabajo”.
Pero
acceder a los mismos derechos no puede hacerse en condiciones de
precariedad. La aceptación de productos foráneos en nuestras
economías locales viene dada por la aceptación neoliberal de
posibilitar el desarrollo de las economías extranjeras, de manera
que nos encontramos numerosa cantidad de productos a precios
irrisorios que compiten de forma desleal con la industria local, de
manera que muchos productores conciben la idea de deslocalizar sus
empresas a países donde la mano de obra es barata, no existe
seguridad social, ni protección ambiental de ningún tipo. Por ello
occidente se ha encontrado ocupado por una avalancha de productos y
bienes que provienen del mercado asiático, entre otros de China.
La
idea proteccionista surge de nuevo en las mentes de los conservadores
y liberales cuando la oligarquía plutócrata a la que sirven o de la
que forman parte, ya no se beneficia de esa supuesta dinámica del
libre comercio internacional. Entonces su respuesta xenófoba recurre
al gran muro, a la prohibición de las importaciones extranjeras
tratando de convencer a una población local que no tiene donde
emplearse por la crisis, que tiene dificultades de llegar a fin de
mes, y no goza de un poder adquisitivo que le permita adquirir
productos y bienes de un mayor valor añadido.
Algunos
dirigentes de Podemos se han jactado de comprar en el “Alcampo”
como forma de empatizar con una buena parte de la población
desempleada y sin recursos que consume productos y bienes derivados
de la precarización laboral y salarial, donde los trabajadores que
elaboraron aquellos productos que se consumen en Europa, lo hicieron
en condiciones de explotación laboral lamentables e indignas al no
existir ni siquiera seguridad social, ni protección ambiental, lo
que significa que también se ha contaminado para producirlos.
La
idea del liberalismo económico que promueve el consumo y explotación
de bienes y servicios en el contexto mundial de globalización
neoliberal bajo la excusa de posibilitar el desarrollo de los países
empobrecidos y saqueados por esas mismas políticas liberales,
favorece un ciclo creciente de dependencia y empobrecimiento, que no
permite a esos países en vías de desarrollo a salir de su creciente
y profunda miseria, sino que los adentra en un lodazal de pobreza
interminable, y al mismo tiempo condiciona al mundo entero a promover
dinámicas económicas tendentes a la precarización laboral basadas
en la dinamitación de las coberturas sociales laborales y
sanitarias, así como medioambientales existentes en algunos países
occidentales, porque para poder competir con los productos foráneos
baratos, sólo existe la vía de la “chinalización” de nuestras
economías, basada en la desprotección laboral, la eliminación de
coste ambiental y ecológico, lo que implica la importación de la
asimilación de un entorno más hostil para nuestras economías. En
definitiva, al consumir productos, bienes y servicios baratos,
producidos en condiciones de explotación indignas, estamos
contribuyendo a favorecer la deslocalización de nuestras empresas e
industrias, a las que les estamos exigiendo un compromiso y garantías
sociales y ambientales, que en el resto del mundo no se aplican.
¿Cómo
evitar esta precarización de la economía sin recurrir a la
exclusión y a la xenofobia?
La
extrema derecha ha enarbolado el discurso del muro señalando a las
víctimas del capitalismo como el chivo expiatorio responsable de
todos los males de nuestra sociedad, bajo el señuelo y argumento que
“nos roban el trabajo”. Como decía arriba, en condiciones de
igualdad, sujetas a un convenio colectivo legal donde sean evidentes
las garantías laborales, sociales y medioambientales, no será
posible excluir como gusta a los liberales, a las personas que no les
ampara la ley y que están en una situación de vulnerabilidad y
dependencia inaceptable e inadmisible, porque son agentes económicos
pasto de la explotación desigual. Por ello los liberales abogan por
suprimir todos los convenios sociales y laborales, para favorecer la
desigualdad ante la posible contratación, porque el empresario
siempre contratará una mano de obra barata que no esté sujeta a
convenio colectivo alguno.
En
estos mismos términos pasa exactamente lo mismo, cuando nuestras
economías liberales han permitido la entrada de productos y bienes
considerados baratos por la demanda interna local, se han dejado de
consumir bienes y productos fabricados a nivel local, para consumir
otros foráneos, producidos en condiciones que no han respetado el
medio ambiente, ni los derechos sociales laborales básicos, en base
a la creciente desigualdad que ha permitido el contexto de
globalización neoliberal capitalista.
Proteccionismo
Solidario Socialista y Ecologista
La
respuesta ante esta situación que favorece el egoísmo
ultranacionalista y la creciente desigualdad, no puede ser ni más ni
menos que un proteccionismo solidario, socialista y ecologista que
revierta la situación y condiciones explicadas anteriormente,
utilizando los aranceles aduaneros como instrumento favorecedor de la
política social, con la intención de igualar los precios de los
productos foráneos que entran a nuestras economías, con los precios
de los productos fabricados en los países respetuosos con los
convenios colectivos sociales, laborales y ambientales. Es decir, no
nos negamos a la posibilidad del progreso de los países empobrecidos
del resto del mundo, pero los bienes y productos que nos quieran
vender deberán fabricarse en condiciones laborales, sociales y
ecológicas, dignas, y para ello, no vamos a permitir la destrucción
del tejido empresarial público comprometido con el medio ambiente y
los derechos sociales, de manera que todos los productos y bienes
foráneos que entren en las economías respetuosas con el medio
ambiente y los derechos de los trabajadores, serán automáticamente
investidos con un precio igual al de los bienes y productos
fabricados en el país que realiza la importación de esos productos.
Lo que históricamente se conoce con el nombre de “prevelement”,
una medida arancelaria que disuade a los consumidores del país
receptor de la importación de productos y bienes foráneos, con la
intención de evitar su consumo a elección del consumidor, al
encontrarse con el mismo precio de consumo de los bienes foráneos y
de los bienes locales, lo que les puede llevar más fácilmente a
considerar de manera utilitaria el favorecer el consumo de los bienes
locales, porque éstos han sido producidos en condiciones de dignidad
laboral y ambiental.
Esta
medida favorecería que en las economías de los países empobrecidos
se tomasen en serio las medidas de política proteccionistas
favorables al medio ambiente y a los derechos sociales y laborales,
de manera que el excedente que destinaran al comercio internacional
cumpliera realmente con un marco social y medioambiental en
condiciones de dignidad humanas. De esta manera, los productos que
vendieran en las economías que ya son respetuosas con estos
derechos, servirían de remesas con un mayor valor añadido que
posibilitaría el desarrollo en sus países a través de la dinámica
del impulso de un comercio justo y solidario, donde los bienes y
servicios intercambiables se hacen de acuerdo y en base a unos
convenios colectivos que garantizan la protección social, laboral
ecológica y ambiental. De manera que los países que no pongan en
marcha estas normativas de proteccionismo laboral, social y
ambiental, sus productos no tendrán nunca la posibilidad de entrar
en el círculo de consumo de bienes y servicios de las economías que
si responden y proceden con respeto a este marco aquí explicado.
En
cuanto a la contratación de los habitantes residentes y foráneos
que vivan en un país, deberían poder adherirse a un convenio social
colectivo laboral que les permitiera trabajar en las mismas
condiciones de igualdad, para evitar cualquier tipo y marco de
explotación laboral y marginación social. La desigualdad solo
favorecer el empobrecimiento, la marginación, la exclusión
potenciando además economías emisoras de gases de efecto
invernadero, muy perniciosas para el Planeta Tierra, y para toda la
humanidad. Proteccionismo SI, pero un proteccionismo socialista,
solidario y ecologista, que con el tiempo ahonde en la lectura de la
producción localista de kilómetro cero, en la soberanía
alimentaria y en la soberanía energética para lograr como objetivo
la autogestión económica de los pueblos.
LEGITIMISTA DIGITAL
12 de marzo de 2017
Tras
el triunfo del Brexit en Gran Bretaña y la victoria de Trump en los
EEUU, el mundo anglosajón ha alcanzado su punto de inflexión en
cuanto a su interés por el liberalismo económico traducido en
neoliberalismo desde los años 80 del siglo XX hasta la actualidad.
La
presión del bloque capitalista liderado por este mundo anglosajón
para que economías como la China se incorporasen al comercio
internacional con el objetivo de adopción de ese libre mercado, le
ha salido terriblemente caro a occidente, que pensaba vender allí
sus electrodomésticos, tecnologías, bienes y servicios.
La
situación actual del comercio internacional ha inhibido al mundo
anglosajón respecto a China, y muchos países de la Unión Europea
se preguntan qué hacer ante la inevitable presencia, no sólo del
gigante asiático sino de sus efectos en la economía internacional
al haber comprobado que dosis de mayor liberalismo económico sólo
trae cierre de fábricas y empresas en lugar de mayor prosperidad.
Aquellos
que en los años 70 y 80 presumían de liberales ante el bloque
constituido por los países socialistas, se han convertido en
reticentes a la práctica del libre comercio internacional porque ya
no les beneficia. Han venido saqueando los recursos de los países
empobrecidos que no gozan de protección social ni ambiental, y ahora
muchos de estos países, han caído en la órbita de China, al
comprar ésta grandes extensiones de tierra para proveer a sus
ciudadanos de alimentos, lo que deja a muchos países de África sin
recursos propios, sin capacidad de soberanía alimentaria porque ya
no disponen de hectáreas de terreno propias destinadas a la
autogestión alimentaria.
Ahora,
esta burguesía neoliberal capitalista, responsable de la caída del
muro de Berlín y del bloque socialista, que se ha visto durante
todos estos años con las manos completamente libres para desmantelar
los Estados, y por tanto para privatizar todos los sectores
estratégicos de la economía bajo el paradigma anglosajón del libre
comercio, nos encontramos con el egoísmo de dicha oligarquía
plutócrata más propensa a encerrarse, más proclive al
ultranacionalismo proteccionista desde el sistema capitalista.
Así,
nos encontramos bajo la amenaza que supone la presencia creciente de
las fuerzas ultraderechistas en países como Bélgica, Francia,
Austria, Alemania, por no hablar de la contribución al triunfo del
propio Brexit en Gran Bretaña y como los partidarios de Le Pen en
Francia amenazan con hacer salir al país de la Unión Europea. Ante
este contexto, no ayuda nada que las fuerzas políticas del bipartito
turnista se entiendan en Europa porque han puesto de manifiesto que
sirven como títeres a los poderes mercantiles y financieros, a una
oligarquía plutócrata que jamás se presenta a las elecciones, pero
que en realidad detenta el poder de los países en Europa y en
España, quedando en evidencia. No debe sorprender en este sentido,
lo que significa el entendimiento entre el Partido Socialista y el
Partido Popular Europeos. La socialdemocracia europea lleva quedando
en evidencia desde hace mucho tiempo al asumir y aceptar todos y cada
uno de los presupuestos económicos neoliberales capitalistas:
privatización y recortes de lo público, reducción del peso del
Estado y entrega de la soberanía monetaria a la banca privada, lo
que significa que la creación del dinero ya no es pública, sino
privada. Con la venta de las empresas públicas que daban ingresos
públicos y por tanto beneficios públicos que recalaban en la
posible reinversión pública, el Estado perdió la posibilidad de la
capacidad de la soberanía económica, una soberanía que venía de
garantizar la soberanía alimentaria y la soberanía energética. En
el momento en que se privatizan todas estas capacidades públicas,
los Estados se convirtieron en gestores del gasto público sin
ninguna posibilidad real de obtener una capacidad de acumular
ingresos públicos lo suficientemente potentes para hacer frente a
los gastos santitarios, educativos y de pensiones.
El
mundo se ha convertido en un campo de batalla de las oligarquías
plutócratas que controlan diversas áreas de influencia, y a la que
representa occidente, liderados por el mundo anglosajón, parece no
interesarles el neoliberalismo económico de la Escuela de Chicago
bajo el enfoque de Margareth Thatcher y Ronald Reagan, por ello
votaron el Brexit en Gran Bretaña y votaron a Donald Trump en los
EEUU. Ello ha dado alas a la extrema derecha que promueve un
proteccionismo económico capitalista y egoísta. Se trata de
liberales que se vuelven proteccionistas según su conveniencia, que
cuando ven que no pueden ningunear a China e imponerle su
neoliberalismo económico para venderle los productos occidentales,
sino que ocurre todo lo contrario, entonces, se deciden
convenientemente, por el proteccionismo. Paradójico resulta, que
estos liberales que acusaban de proteccionistas a los comunistas, se
hayan vuelto proteccionistas. Sólo lo han hecho porque no les ha
salido bien el resultado, ya que pensaban que occidente siempre
dominaría el tablero económico internacional. No ha sido así.
Este
pernicioso neoliberalismo económico a demás de haber contribuido
como paradigma internacional en la mentalidad de los habitantes del
Planeta, ha significado la asimilación de un planteamiento egoísta
de una guerra de todos contra todos donde domina el más fuerte, el
que tiene dinero. Ello ha puesto de manifiesto la crisis de valores
sociales en cuanto al humanitarismo y la solidaridad. Estos valores
estaban presentes en las economías que evitaban la relación y
dinámica capitalistas, la desaparición de estas economías, llevó
al triunfo irremediable del egoísmo económico. Y ahora, ese egoísmo
económico, ha pasado de ser liberal o neoliberal, a un enfoque
ultranacionalista y proteccionista desde un punto de vista
excluyente, con todas las consideraciones de racista y xenófobo,
bajo la égida del poder financiero.
¿Qué
puede hacer la izquierda ante semejante cuadro contextual?
Para
empezar, las fuerzas socialdemócratas deberían dejar de apoyar y
pactar con las fuerzas neoliberales conservadoras que nos han traído
estos lodos, para recuperar al menos, las categorías y
planteamientos de la socialdemocracia defendida en los años 40, 50 y
60 del siglo XX. Y ello significa romper con todo planteamiento
liberal que promueve la privatización de lo público, favoreciendo
la reversión de esas privatizaciones acontecidas desde los años 70
hasta la actualidad. El apoyo de las fuerzas socialdemócratas
europeas a los partidodos liberales y conservadores, lo que está
contribuyendo es al desencanto de las capas populares y los estractos
sociales que han perdido poder adquisitivo desde que empezó la
crisis económica en 2008, y que hoy día en Europa se decantan por
votar a la extrema derecha al vislumbrar la dejación que las fuerzas
socialdemócratas han hecho de la defensa de lo público.
Ante
esta situación del triunfo del egoísmo excluyente basado en el
capitalismo proteccionista ultranacionalista dotado de un racismo
asombroso y verdaderamente preocupante; ahí tenemos la respuesta de
la Unión Europea ante la crisis de los Refugiados, la respuesta, no
puede ser, ni seguir basada en apoyar gobiernos derechistas. Esto ya
ha retratado a la socialdemocracia europea, y al PSOE con la actual
gestora en brazos del Partido Popular.
En
Francia significó en el seno del Partido Socialista, el triunfo de
Manuel Valls sobre las ideas de Arnaud Montebourg. Este último,
partidario de la desglobalización plantea como respuesta a los
grandes retos y adversidades de la economía internacional, una serie
de soluciones basadas en el proteccionismo solidario socialista y
ecologista, para hacer frente al nuevo proteccionismo capitalista de
esa oligarquía que durante todos estos años nos ha impuesto el
neoliberalismo económico del libre mercado, hasta que ha notado que
ya no les beneficia, y ahora quieren recurrir a prácticas
proteccionistas basadas en la exclusión y en la xenofobia señalando
a las víctimas del sistema capitalista, entre otros, los refugiados,
símbolo de la presencia que significan los inmigrantes que vienen a
Europa a buscarse la vida, como cabezas de turco, advirtiendo con sus
discursos xenófobos y racistas que vienen a quitarnos nuestros
puestos de trabajo.
Muchos
partidarios del Brexit, en el seno del gobierno conservador, ya están
planteando medidas económicas que castiguen a los empresarios que
contraten mano de obra considerada extranjera, al no contratar mano
de obra considerada nativa “made in UK”. Los gobiernos
conservadores, ni los liberales quieren plantear esta problemática
desde la perspectiva de las soluciones y coberturas sociales basadas
en las garantías de los convenios colectivos donde absolutamente
todos los ciudadanos que vivan y estén presentes en el país, sin
exclusión y excepción, deben tener los mismos derechos de
contratación. A los liberales y a los conservadores este hecho no
les hace ninguna gracia, porque a los primeros se les acaba el chollo
de la explotación de mano de obra barata, al no tener estos
ciudadanos la posibilidad legal de ser amparados por el convenio
colectivo que regule sus salarios; y a los conservadores
ultranacionalistas, porque su objetivo es expulsar del país a toda
esta mano de obra bajo el eslogan: “nos roban nuestro trabajo”.
Pero
acceder a los mismos derechos no puede hacerse en condiciones de
precariedad. La aceptación de productos foráneos en nuestras
economías locales viene dada por la aceptación neoliberal de
posibilitar el desarrollo de las economías extranjeras, de manera
que nos encontramos numerosa cantidad de productos a precios
irrisorios que compiten de forma desleal con la industria local, de
manera que muchos productores conciben la idea de deslocalizar sus
empresas a países donde la mano de obra es barata, no existe
seguridad social, ni protección ambiental de ningún tipo. Por ello
occidente se ha encontrado ocupado por una avalancha de productos y
bienes que provienen del mercado asiático, entre otros de China.
La
idea proteccionista surge de nuevo en las mentes de los conservadores
y liberales cuando la oligarquía plutócrata a la que sirven o de la
que forman parte, ya no se beneficia de esa supuesta dinámica del
libre comercio internacional. Entonces su respuesta xenófoba recurre
al gran muro, a la prohibición de las importaciones extranjeras
tratando de convencer a una población local que no tiene donde
emplearse por la crisis, que tiene dificultades de llegar a fin de
mes, y no goza de un poder adquisitivo que le permita adquirir
productos y bienes de un mayor valor añadido.
Algunos
dirigentes de Podemos se han jactado de comprar en el “Alcampo”
como forma de empatizar con una buena parte de la población
desempleada y sin recursos que consume productos y bienes derivados
de la precarización laboral y salarial, donde los trabajadores que
elaboraron aquellos productos que se consumen en Europa, lo hicieron
en condiciones de explotación laboral lamentables e indignas al no
existir ni siquiera seguridad social, ni protección ambiental, lo
que significa que también se ha contaminado para producirlos.
La
idea del liberalismo económico que promueve el consumo y explotación
de bienes y servicios en el contexto mundial de globalización
neoliberal bajo la excusa de posibilitar el desarrollo de los países
empobrecidos y saqueados por esas mismas políticas liberales,
favorece un ciclo creciente de dependencia y empobrecimiento, que no
permite a esos países en vías de desarrollo a salir de su creciente
y profunda miseria, sino que los adentra en un lodazal de pobreza
interminable, y al mismo tiempo condiciona al mundo entero a promover
dinámicas económicas tendentes a la precarización laboral basadas
en la dinamitación de las coberturas sociales laborales y
sanitarias, así como medioambientales existentes en algunos países
occidentales, porque para poder competir con los productos foráneos
baratos, sólo existe la vía de la “chinalización” de nuestras
economías, basada en la desprotección laboral, la eliminación de
coste ambiental y ecológico, lo que implica la importación de la
asimilación de un entorno más hostil para nuestras economías. En
definitiva, al consumir productos, bienes y servicios baratos,
producidos en condiciones de explotación indignas, estamos
contribuyendo a favorecer la deslocalización de nuestras empresas e
industrias, a las que les estamos exigiendo un compromiso y garantías
sociales y ambientales, que en el resto del mundo no se aplican.
¿Cómo
evitar esta precarización de la economía sin recurrir a la
exclusión y a la xenofobia?
La
extrema derecha ha enarbolado el discurso del muro señalando a las
víctimas del capitalismo como el chivo expiatorio responsable de
todos los males de nuestra sociedad, bajo el señuelo y argumento que
“nos roban el trabajo”. Como decía arriba, en condiciones de
igualdad, sujetas a un convenio colectivo legal donde sean evidentes
las garantías laborales, sociales y medioambientales, no será
posible excluir como gusta a los liberales, a las personas que no les
ampara la ley y que están en una situación de vulnerabilidad y
dependencia inaceptable e inadmisible, porque son agentes económicos
pasto de la explotación desigual. Por ello los liberales abogan por
suprimir todos los convenios sociales y laborales, para favorecer la
desigualdad ante la posible contratación, porque el empresario
siempre contratará una mano de obra barata que no esté sujeta a
convenio colectivo alguno.
En
estos mismos términos pasa exactamente lo mismo, cuando nuestras
economías liberales han permitido la entrada de productos y bienes
considerados baratos por la demanda interna local, se han dejado de
consumir bienes y productos fabricados a nivel local, para consumir
otros foráneos, producidos en condiciones que no han respetado el
medio ambiente, ni los derechos sociales laborales básicos, en base
a la creciente desigualdad que ha permitido el contexto de
globalización neoliberal capitalista.
Proteccionismo
Solidario Socialista y Ecologista
La
respuesta ante esta situación que favorece el egoísmo
ultranacionalista y la creciente desigualdad, no puede ser ni más ni
menos que un proteccionismo solidario, socialista y ecologista que
revierta la situación y condiciones explicadas anteriormente,
utilizando los aranceles aduaneros como instrumento favorecedor de la
política social, con la intención de igualar los precios de los
productos foráneos que entran a nuestras economías, con los precios
de los productos fabricados en los países respetuosos con los
convenios colectivos sociales, laborales y ambientales. Es decir, no
nos negamos a la posibilidad del progreso de los países empobrecidos
del resto del mundo, pero los bienes y productos que nos quieran
vender deberán fabricarse en condiciones laborales, sociales y
ecológicas, dignas, y para ello, no vamos a permitir la destrucción
del tejido empresarial público comprometido con el medio ambiente y
los derechos sociales, de manera que todos los productos y bienes
foráneos que entren en las economías respetuosas con el medio
ambiente y los derechos de los trabajadores, serán automáticamente
investidos con un precio igual al de los bienes y productos
fabricados en el país que realiza la importación de esos productos.
Lo que históricamente se conoce con el nombre de “prevelement”,
una medida arancelaria que disuade a los consumidores del país
receptor de la importación de productos y bienes foráneos, con la
intención de evitar su consumo a elección del consumidor, al
encontrarse con el mismo precio de consumo de los bienes foráneos y
de los bienes locales, lo que les puede llevar más fácilmente a
considerar de manera utilitaria el favorecer el consumo de los bienes
locales, porque éstos han sido producidos en condiciones de dignidad
laboral y ambiental.
Esta
medida favorecería que en las economías de los países empobrecidos
se tomasen en serio las medidas de política proteccionistas
favorables al medio ambiente y a los derechos sociales y laborales,
de manera que el excedente que destinaran al comercio internacional
cumpliera realmente con un marco social y medioambiental en
condiciones de dignidad humanas. De esta manera, los productos que
vendieran en las economías que ya son respetuosas con estos
derechos, servirían de remesas con un mayor valor añadido que
posibilitaría el desarrollo en sus países a través de la dinámica
del impulso de un comercio justo y solidario, donde los bienes y
servicios intercambiables se hacen de acuerdo y en base a unos
convenios colectivos que garantizan la protección social, laboral
ecológica y ambiental. De manera que los países que no pongan en
marcha estas normativas de proteccionismo laboral, social y
ambiental, sus productos no tendrán nunca la posibilidad de entrar
en el círculo de consumo de bienes y servicios de las economías que
si responden y proceden con respeto a este marco aquí explicado.
En
cuanto a la contratación de los habitantes residentes y foráneos
que vivan en un país, deberían poder adherirse a un convenio social
colectivo laboral que les permitiera trabajar en las mismas
condiciones de igualdad, para evitar cualquier tipo y marco de
explotación laboral y marginación social. La desigualdad solo
favorecer el empobrecimiento, la marginación, la exclusión
potenciando además economías emisoras de gases de efecto
invernadero, muy perniciosas para el Planeta Tierra, y para toda la
humanidad. Proteccionismo SI, pero un proteccionismo socialista,
solidario y ecologista, que con el tiempo ahonde en la lectura de la
producción localista de kilómetro cero, en la soberanía
alimentaria y en la soberanía energética para lograr como objetivo
la autogestión económica de los pueblos.
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