La propiedad privada, en el carlismo, está sometida a las necesidades comunitarias.
Para el carlismo, la propiedad comunal, los comunales municipales, supone el control de los recursos y medios de producción por parte de la comunidad, de la generalidad, de "lo público".
Ello viene desde el origen histórico del comunal en manos campesinas.
Para el carlismo, la propiedad comunal, los comunales municipales, supone el control de los recursos y medios de producción por parte de la comunidad, de la generalidad, de "lo público".
Ello viene desde el origen histórico del comunal en manos campesinas.
LEGITIMISTA DIGITAL
15 de octubre de 2016
Las
comunidades y aldeas locales en el pasado tenían acceso libre y
directo a la tierra, para extraer de ella el sustento que necesitaban
aquellos habitantes para vivir de forma autogestionaria, libre e
independiente. Ello suponía una auténtica soberanía alimentaria,
económica, política y territorial.
La
llegada del feudalismo significó una situación permanente de
debilidad e incertidumbre para aquellas comunidades locales que
antiguamente gozaban de una protección mayor derivada de la
autoridad imperial romana, pero, que una vez entra en crisis, dejó a
las aldeas y comunidades locales completamente desprotegidas y a
merced de señores locales patricios poderosos, o nuevos señores de
la guerra, caudillos de los pueblos bárbaros.
Aquellos
habitantes campesinos necesitaron buscar y ponerse bajo la protección
de los señores feudales; cuanto más fuerte fuera el señor feudal,
más garantías tendrían de vivir en paz, pero ya no como antes.
¿En
qué se fundamentaba la diferencia?
La
enfiteusis por el contrato feudal, suponía la entrega del derecho de
propiedad de la tierra por parte de los campesinos a los señores
feudales, con la condición, que estos les defendieran de peligros e
incertidumbres frente a bandas de forajidos y peligrosos mercenarios.
Esa entrega de la propiedad colectiva a los señores feudales, se
hacía bajo unas condiciones muy determinadas que implicaba un
compromiso de bilateralidad: “Te entregamos el derecho de propiedad
de la tierra, para que nos defiendas”. Básicamente este era el
compromiso que representaba el juramento de vasallaje entre los
patricios y los plebeyos, entre la nobleza y el pueblo.
Una
de esas condiciones radicaba en la conservación e inalteración del
feudo, del territorio que estaba bajo la protección del señor
feudal, y ello implicaba la imposibilidad de hacer con él, lo que le
diera la gana.
El
factor tierra, el uso de la misma, estaba reconocido a los
campesinos, a los habitantes de las aldeas que podían acudir
libremente como antaño a cubrir sus necesidades, su sustento. La
propiedad comunal, aunque sesgada porque estaban entregados los
derechos de propiedad a los señores feudales, seguía vigente bajo
el reconocido derecho de usufructo para los habitantes del lugar. Por
tanto, afirmamos, que el derecho de propiedad privada tal y como hoy
se entiende y establece socava los fundamentos de la propiedad
colectiva vinculada al usufructo de los ciudadanos.
El
derecho a la propiedad privada está hoy reconocido en la Declaración
Universal de Derechos Humanos. Es el derecho, por cierto, más
pisoteado por los “fuertes” de este mundo: la plutocracia
neoliberal capitalista.
El
derecho a la propiedad privada, es el alegato de los ricos
transmitido a los estamentos populares, para que acepten la jerarquía
y las acumulaciones patrimoniales financieras, monetarias, dinerarias
y en especie, que tienen por objetivo el control de los medios de
producción en unas pocas manos, en manos plutócratas, dejando a las
clases populares completamente desprotegidas y a merced de esas
oligarquías financieras.
Mientras
que en la monarquía feudal el rey y los nobles tenían que aceptar
unos códigos y reglamentos de usufructo consuetudinario de los
habitantes, como los derechos de pastoreo y de acceso a la tierra
para la obtención legítima de su sustento, en el capitalismo, se
quiebra este derecho de libre acceso a los recursos y a los bienes de
la naturaleza, porque se privatiza, se parcelan las tierras, y la
propiedad históricamente comunal pasa a ser propiedad privada
absoluta en manos de los nuevos ricos, financieros y comerciantes,
nuevos terratenientes y viejos propietarios aristócratas que
aceptarán el nuevo régimen liberal burgués capitalista hoy
convertido en neoliberal y neocapitalista.
Cuando
el marxismo denuncia como mucho antes lo hicieron autores
tradicionalistas, como Fenelon, y socialistas utópicos como
Saint-Simon o Prohudon, no significa que sea una cuestión y una
denuncia estrictamente marxista, porque era una denuncia y una
protesta social que ya venía de lejos entre el campesinado víctimas
de estos desafueros que significó para ellos la limitación e
impedimento del acceso al usufructo de la tierra y los medios de
producción.
Marx
señala y reconoce como durante el feudalismo los campesinos y
artesanos si son dueños de los medios de producción a pesad de la
entrega de los derechos de propiedad jurídica, de derecho, a los
nobles y señores feudales. Marx habla por ejemplo de como durante el
feudalismo los trabajadores no estaban alienados en el trabajo porque
cuando elaboraban sus productos, los bienes que ponían a la venta,
habían sido elaborados por ellos desde su origen, de manera manual,
artesanal, pasando por todo el proceso de producción hasta su
finalización, lo que implicaba para aquellos trabajadores campesinos
y artesanos una concienciación y personalización del trabajo, lo
que implicaba la traslación al precio final del Valor del Trabajo,
que era el precio, el coste, el esfuerzo y las horas dedicadas a la
producción de un par de zapatos o a la recogida de la cosecha.
Y
esto, es algo que Marx simplemente describe y detalla, él no inventa
nada, únicamente va tomando nota de todo el proceso y forma de vida
de aquellas comunidades antiguas, como se organizaban en el comunal.
Los
tradicionalistas y socialistas denunciarán los hacinamientos y
lamentables condiciones de vida de los obreros, señalando la
implicación negativa de la nueva interpretación que adquiere en el
seno del capitalismo el derecho de propiedad privada, que no tenía
nada que ver con el derecho de propiedad privada amortizada y
relativa del contexto medieval.
Pero
los mercaderes son los que ganan la partida y nos escriben la
historia para describir un concepto de propiedad privada afín a sus
intereses privados y lucrativos.
Con
la aparición de la banca y la concentración de los recursos en
pocas manos, lo que se busca es un nuevo enfeudamiento que no respete
la propiedad privada amortizada y relativa de contexto medieva, sino
que rompa todos los reglamentos y códigos del pasado amparados en
los Fueros, para pasar a la situación de libre mercado, dejando a la
mano invisible, a las fuerzas de la oferta y la demanda que serán
quienes determinen un nuevo concepto de propiedad privada
desamortizada y absoluta con el triunfo de las revoluciones liberales
burguesas capitalistas en el mundo.
Así,
las tierras que estaban amortizadas y vinculadas a los comunales
municipales del campesinado, a la Iglesia y a la nobleza, pasaron a
partir de 1833 a manos de la oligarquía capitalista.
La
ruptura de los Estamentos históricos: Clero, Nobleza y Tercer
Estado, significó la división de los mismos entre los grandes y
pequeños, entre el Alto Clero y el bajo clero, entre la Alta Nobleza
y los pequeños hidalgos, entre la Burguesía y el campesinado. Esa
ruptura social significó el sometimiento de “los pequeños” por
“los grandes”. Un enfrentamiento de lucha de clases que se inició
por parte de los plutócratas que al influir en las políticas
ilustradas de la monarquía de despotismo ilustrado y posteriormente
en las liberales a partir del siglo XVIII, implicó la concentración
de los recursos y los medios de producción en pocas manos, en manos
de la oligarquía capitalista y financiera que se declaró en
rebeldía con la vieja monarquía tradicional y se organizó en la
Nación. La burguesía capitalista representada por la Nación decía
representar al pueblo, cuando realmente representaba sus intereses de
clase capitalista y expropiadadores.
Los
viejos reinos se convirtieron en naciones que rompieron su pacto
histórico con los monarcas, disolvieron los Estados o Estamentos y
dejaron como intérprete al Estado-Nación Liberal Burgués
Capitalista. Ese nuevo Estado, copado por la plutocracia capitalista
es el que realizaría todas y cada una de las nuevas medidas
liberales desamortizadoras que pondría el comunal de los municipios
en manos privadas bajo el nuevo concepto e interpretación liberal de
propiedad privada. Ello ha significado a partir de 1830-1833 que los
intereses económicos individuales de los grupos oligárquicos
poderosos quedarían por encima de las necesidades económicas
colectivas de los ciudadanos del mundo, no solo de las Españas. Y
por tanto, ese derecho de propiedad privada que aparece en los
Derechos Humanos, es una burla en realidad al acceso de los pueblos y
ciudadanos libres a la tierra y en general a los recursos y medios de
producción que se encuentran hoy como ayer, desde el siglo XIX, en
manos de los capitalistas burgueses.
Que
el derecho de propiedad privada es en realidad la excusa de los ricos
para someter a la población mundial, que viene a impedir, limitar el
acceso a los comunales públicos que tradicionalmente siempre
estuvieron en manos de la sociedad, y por tanto en manos públicas
porque la Corona se erigía en garante de la protección de “lo
público” de ese contexto público del que aquí estamos tratando.
El
ciudadano común piensa que la denuncia marxista, socialista utópica,
anarquista o tradicionalista al modelo económico capitalista y a la
propiedad privada supone la desposesión de su casa, de su coche, …
Nada más lejos de la realidad. Son las clases plutócratas, las
interesadas en transmitir esta idea desenfocada a los ciudadanos del
mundo, al hacerles creer que todo planteamiento comunista, significa
la pérdida del derecho de propiedad personal e individual que
realmente no afecta ni daña el funcionamiento y desarrollo de la
economía comunal de los distintos países y estados.
La
propiedad privada que se denuncia es la capitalista, porque es la que
realmente expropia al campesinado y a los pueblos de sus casas y
viviendas ancestrales, de su trabajo, de su vida,...
La
propiedad privada capitalista es la que se erige en el mundo de
manera absoluta y permite a las grandes corporaciones financieras
incidir muy negativamente en las comunidades locales del mundo, al
ser la plutocracia financiera y capitalista la que determina los
designios del colectivo. Cuando la propiedad privada se pone al
servicio de intereses individuales y egoístas que dañan al
colectivo, nosotros los carlistas rechazamos esa propiedad privada.
No aceptamos la propiedad privada que forma una masa financiera
especuladora que aplasta la soberanía de los países y las naciones
del mundo, y que favorece un nuevo enfeudamiento en manos de
banqueros y capitalistas que viven de la usura y el trabajo del
obrero.
El
carlismo, los carlistas no aceptamos la propiedad privada de los
recursos y los medios de producción porque significa que estos
medios al estar en poder de una minoría plutócrata burguesa,
significa como ha significado en el pasado y sigue significando en el
presente, la postración de una mayoría social, obrera y trabajadora
completamente desposeíada y desarraigada, que no tiene conciencia de
clase, y que sigue a merced de esos usureros, y más todavía hoy,
cuando han quedado las ideas socialistas huérfanas de Partido.
A
la respuesta de ¿qué propiedad necesitamos?, habría que matizar el
tipo de propiedad privada. El tradicionalismo siempre fue enemigo de
la propiedad privada tal y como lo estaban desarrollando y
considerando los liberales. No podemos quedarnos los carlistas con el
simplismo de la aceptación de la propiedad privada, porque sería
falso pensar que el carlismo es defensor o siempre lo fue, de la
propiedad privada, es radicalmente falso. Si precisamente tuvo fuerte
afluencia entre el campesinado carlista su rechazo al capitalismo
liberal era precisamente por los efectos de la expropiación que
sufrieron del comunal municipal. Esa expulsión del comunal público
los dejó sin posibilidad de sustento y ante un mayor
empobrecimiento. Precisamente, fue la propiedad privada, la defensa
que hacían de ella los liberales, la que dejó al campesinado
carlista en la miseria más absoluta, y esto fue lo que impulsó a
las masas carlistas a luchar por Don Carlos.
La lucha por el Rey
Carlos fue una lucha por hambre de tierras, que al paso de las
victorias carlistas en el campo de batalla, significaba la
redistribución de las propiedades que habían sido privatizadas por
los liberales, y que tras las victorias carlistas se repartían a los
campesinos sin tierras, restableciendo los comunales municipales que
el régimen liberal burgués capitalista había privatizado. Por esto
el carlismo es incompatible con el concepto de propiedad privada,
absoluta liberal y desamortizadora que impone el capitalismo. La
única propiedad privada que el carlismo permite es la personal, la
amortizada, que es una propiedad privada que es relativa porque se
somete a las decisiones colectivas de nuestra sociedad, porque impide
y tiene el objetivo de impedir el gobierno financiero de las grandes
corporaciones plutócratas internacionales en las decisiones libres y
soberanas de los distintos pueblos y colectivos; porque sostiene el
principio de democracia foral participativa bajo las decisiones
tomadas en los Concejos. Por tanto las sociedades anónimas son
estructuras capitalistas que no tienen ninguna justificación en una
economía comunal como la carlista.
Que
los comunales municipales no eran ni mucho menos islas de propiedad
privada para los campesinos. Esta interpretación sesgada, rompe
completamente con el contexto y devenir histórico de la existencia
del comunal público. Con el comunal público pasa como con las
reservas ecológicas ambientales, no son cotos privados; hoy nos
parecen privados y minoritarios porque la dinámica del capitalismo
se ha impuesto, y nos ha hecho creer que esto era una excepción y
que lo que impera es la norma. Era al contrario. Imperaba el comunal
público como imperaban los grandes bosques y reservas
ecológicas-ambientales, solo que la entrada de las políticas
feudales, primero, y políticas liberales privatizadoras, después,
fueron agrediendo al comunal, privatizándolo, igual que ha pasado
con los bosques y reservas naturales, pues hoy nos creemos que se
trata de un “coto privado protegido”, de algo extraordinario en
un contexto capitalista. No entender esto, es no entender la historia
del comunal, su devenir histórico, sus enemigos y sus agresiones.
Hasta
la tragedia de los comunes tiene dos lecturas, una capitalista y
liberal que denuncia las ineficiencias económicas del comunal con el
objetivo de hacerlo desaparecer en nombre de la propiedad privada,
que no podemos defender los carlistas.
La
tragedia de los comunes tiene que ver con el desarrollo de las
economías de subsistencia y el incremento de la población. Hasta la
Edad Media muchos habitantes habían vivido de forma comunal en los
claros de los bosques, al margen de la ley imperante. Los comunales
legales amparados por las leyes Forales y Constituciones locales se
situaban en los extrarradios poblacionales y limitaban con los
bosques. Un día las gentes que vivían en los claros de los bosques
al margen de la legalidad medieval, se encontraron con los habitantes
que tenían acceso al comunal amparados en aquella legalidad feudal.
El incremento de la población significó la derrota del comunal. Las
gentes del comunal legal no querían facilitar el acceso a las gentes
que habían vivido en los claros de los bosques hasta la extinción
de los mismos. La nueva situación dio lugar a la absorción de
aquellos nuevos habitantes que habían vivido al margen de la ley, lo
que significó un intento de privatización del comunal por parte de
aquellos que no querían compartirlo con los nuevos habitantes.
Aquí
empieza la tragedia de los comunes, cuando algunos de ellos son
cómplices con la privatización por egoísmo, por no querer
compartirlo. El problema real de lo que significó la disminución de
la tierra per cápita, puso en evidencia que esas tierras eran
insuficientes para alimentar a toda la población. Ante la
desorganización comunitaria, los liberales influidos con las leyes
de la reforma protestante, permitieron la parcelación de aquellas
tierras comunales y su privatización, condenando a una buena parte
de los habitantes a jornaleros, quienes muchos de ellos se vieron
obligados a desplazarse del campo a la ciudad, a trabajar como
proletarios en las fábricas de los burgueses capitalistas.
El
desarrollo de la industrialización capitalista y los desmanes y
desafueros cometidos por la nueva clase plutócrata dirigente, supuso
la organización de los descendientes de aquellos jornaleros
condenados a emigrar a la ciudad. A partir de 1833 es cuando se
expresan las ideas socialistas, se extrapolaba la situación
tradicional del campo y el mundo rural feudal, que aquí contamos, a
las ciudades, de manera que en ese contexto burgués y capitalista,
los desheredados pedían justicia social, con el objetivo de
constituir un comunal o comunales en el seno de las ciudades
industriales. La lucha entre “lo público” y “lo privado” que
había acontecido en el mundo rural desde la caída del Imperio
Romano, se extrapolaba ahora al contexto de las ciudades. Lo que
algunos pensaban se había solucionado en el campo, se trasladó
irremediablemente a las ciuadades. Al carlismo también le afectó
esta situación en los años 60 y 70 del siglo XX, y planteó la
lucha legitimista desde posiciones socialistas autogestionarias
emanadas como afirmo, desde la tradición comunal frente a toda
privatización.
La bandera Foral para el carlismo, significa también
la recuperación, no sólo del comunal de los municipios en el mundo
rural, sino la recuperación y establecimiento del comunal público a
través del socialismo autogestionario, donde los trabajadores,
nuestra sociedad sea dueña de los recursos y los medios de
producción. Por esto en el carlismo estamos por la socialización de
los medios de producción de manera autogestionada, y que permita a
los colectivos la democracia socialista económica, y no la entrega
de nuestra soberanía económica a esos lacayos del capital.
LEGITIMISTA DIGITAL
15 de octubre de 2016
Las
comunidades y aldeas locales en el pasado tenían acceso libre y
directo a la tierra, para extraer de ella el sustento que necesitaban
aquellos habitantes para vivir de forma autogestionaria, libre e
independiente. Ello suponía una auténtica soberanía alimentaria,
económica, política y territorial.
La
llegada del feudalismo significó una situación permanente de
debilidad e incertidumbre para aquellas comunidades locales que
antiguamente gozaban de una protección mayor derivada de la
autoridad imperial romana, pero, que una vez entra en crisis, dejó a
las aldeas y comunidades locales completamente desprotegidas y a
merced de señores locales patricios poderosos, o nuevos señores de
la guerra, caudillos de los pueblos bárbaros.
Aquellos
habitantes campesinos necesitaron buscar y ponerse bajo la protección
de los señores feudales; cuanto más fuerte fuera el señor feudal,
más garantías tendrían de vivir en paz, pero ya no como antes.
¿En
qué se fundamentaba la diferencia?
La
enfiteusis por el contrato feudal, suponía la entrega del derecho de
propiedad de la tierra por parte de los campesinos a los señores
feudales, con la condición, que estos les defendieran de peligros e
incertidumbres frente a bandas de forajidos y peligrosos mercenarios.
Esa entrega de la propiedad colectiva a los señores feudales, se
hacía bajo unas condiciones muy determinadas que implicaba un
compromiso de bilateralidad: “Te entregamos el derecho de propiedad
de la tierra, para que nos defiendas”. Básicamente este era el
compromiso que representaba el juramento de vasallaje entre los
patricios y los plebeyos, entre la nobleza y el pueblo.
Una
de esas condiciones radicaba en la conservación e inalteración del
feudo, del territorio que estaba bajo la protección del señor
feudal, y ello implicaba la imposibilidad de hacer con él, lo que le
diera la gana.
El
factor tierra, el uso de la misma, estaba reconocido a los
campesinos, a los habitantes de las aldeas que podían acudir
libremente como antaño a cubrir sus necesidades, su sustento. La
propiedad comunal, aunque sesgada porque estaban entregados los
derechos de propiedad a los señores feudales, seguía vigente bajo
el reconocido derecho de usufructo para los habitantes del lugar. Por
tanto, afirmamos, que el derecho de propiedad privada tal y como hoy
se entiende y establece socava los fundamentos de la propiedad
colectiva vinculada al usufructo de los ciudadanos.
El
derecho a la propiedad privada está hoy reconocido en la Declaración
Universal de Derechos Humanos. Es el derecho, por cierto, más
pisoteado por los “fuertes” de este mundo: la plutocracia
neoliberal capitalista.
El
derecho a la propiedad privada, es el alegato de los ricos
transmitido a los estamentos populares, para que acepten la jerarquía
y las acumulaciones patrimoniales financieras, monetarias, dinerarias
y en especie, que tienen por objetivo el control de los medios de
producción en unas pocas manos, en manos plutócratas, dejando a las
clases populares completamente desprotegidas y a merced de esas
oligarquías financieras.
Mientras
que en la monarquía feudal el rey y los nobles tenían que aceptar
unos códigos y reglamentos de usufructo consuetudinario de los
habitantes, como los derechos de pastoreo y de acceso a la tierra
para la obtención legítima de su sustento, en el capitalismo, se
quiebra este derecho de libre acceso a los recursos y a los bienes de
la naturaleza, porque se privatiza, se parcelan las tierras, y la
propiedad históricamente comunal pasa a ser propiedad privada
absoluta en manos de los nuevos ricos, financieros y comerciantes,
nuevos terratenientes y viejos propietarios aristócratas que
aceptarán el nuevo régimen liberal burgués capitalista hoy
convertido en neoliberal y neocapitalista.
Cuando
el marxismo denuncia como mucho antes lo hicieron autores
tradicionalistas, como Fenelon, y socialistas utópicos como
Saint-Simon o Prohudon, no significa que sea una cuestión y una
denuncia estrictamente marxista, porque era una denuncia y una
protesta social que ya venía de lejos entre el campesinado víctimas
de estos desafueros que significó para ellos la limitación e
impedimento del acceso al usufructo de la tierra y los medios de
producción.
Marx
señala y reconoce como durante el feudalismo los campesinos y
artesanos si son dueños de los medios de producción a pesad de la
entrega de los derechos de propiedad jurídica, de derecho, a los
nobles y señores feudales. Marx habla por ejemplo de como durante el
feudalismo los trabajadores no estaban alienados en el trabajo porque
cuando elaboraban sus productos, los bienes que ponían a la venta,
habían sido elaborados por ellos desde su origen, de manera manual,
artesanal, pasando por todo el proceso de producción hasta su
finalización, lo que implicaba para aquellos trabajadores campesinos
y artesanos una concienciación y personalización del trabajo, lo
que implicaba la traslación al precio final del Valor del Trabajo,
que era el precio, el coste, el esfuerzo y las horas dedicadas a la
producción de un par de zapatos o a la recogida de la cosecha.
Y
esto, es algo que Marx simplemente describe y detalla, él no inventa
nada, únicamente va tomando nota de todo el proceso y forma de vida
de aquellas comunidades antiguas, como se organizaban en el comunal.
Los
tradicionalistas y socialistas denunciarán los hacinamientos y
lamentables condiciones de vida de los obreros, señalando la
implicación negativa de la nueva interpretación que adquiere en el
seno del capitalismo el derecho de propiedad privada, que no tenía
nada que ver con el derecho de propiedad privada amortizada y
relativa del contexto medieval.
Pero
los mercaderes son los que ganan la partida y nos escriben la
historia para describir un concepto de propiedad privada afín a sus
intereses privados y lucrativos.
Con
la aparición de la banca y la concentración de los recursos en
pocas manos, lo que se busca es un nuevo enfeudamiento que no respete
la propiedad privada amortizada y relativa de contexto medieva, sino
que rompa todos los reglamentos y códigos del pasado amparados en
los Fueros, para pasar a la situación de libre mercado, dejando a la
mano invisible, a las fuerzas de la oferta y la demanda que serán
quienes determinen un nuevo concepto de propiedad privada
desamortizada y absoluta con el triunfo de las revoluciones liberales
burguesas capitalistas en el mundo.
Así,
las tierras que estaban amortizadas y vinculadas a los comunales
municipales del campesinado, a la Iglesia y a la nobleza, pasaron a
partir de 1833 a manos de la oligarquía capitalista.
La
ruptura de los Estamentos históricos: Clero, Nobleza y Tercer
Estado, significó la división de los mismos entre los grandes y
pequeños, entre el Alto Clero y el bajo clero, entre la Alta Nobleza
y los pequeños hidalgos, entre la Burguesía y el campesinado. Esa
ruptura social significó el sometimiento de “los pequeños” por
“los grandes”. Un enfrentamiento de lucha de clases que se inició
por parte de los plutócratas que al influir en las políticas
ilustradas de la monarquía de despotismo ilustrado y posteriormente
en las liberales a partir del siglo XVIII, implicó la concentración
de los recursos y los medios de producción en pocas manos, en manos
de la oligarquía capitalista y financiera que se declaró en
rebeldía con la vieja monarquía tradicional y se organizó en la
Nación. La burguesía capitalista representada por la Nación decía
representar al pueblo, cuando realmente representaba sus intereses de
clase capitalista y expropiadadores.
Los
viejos reinos se convirtieron en naciones que rompieron su pacto
histórico con los monarcas, disolvieron los Estados o Estamentos y
dejaron como intérprete al Estado-Nación Liberal Burgués
Capitalista. Ese nuevo Estado, copado por la plutocracia capitalista
es el que realizaría todas y cada una de las nuevas medidas
liberales desamortizadoras que pondría el comunal de los municipios
en manos privadas bajo el nuevo concepto e interpretación liberal de
propiedad privada. Ello ha significado a partir de 1830-1833 que los
intereses económicos individuales de los grupos oligárquicos
poderosos quedarían por encima de las necesidades económicas
colectivas de los ciudadanos del mundo, no solo de las Españas. Y
por tanto, ese derecho de propiedad privada que aparece en los
Derechos Humanos, es una burla en realidad al acceso de los pueblos y
ciudadanos libres a la tierra y en general a los recursos y medios de
producción que se encuentran hoy como ayer, desde el siglo XIX, en
manos de los capitalistas burgueses.
Que
el derecho de propiedad privada es en realidad la excusa de los ricos
para someter a la población mundial, que viene a impedir, limitar el
acceso a los comunales públicos que tradicionalmente siempre
estuvieron en manos de la sociedad, y por tanto en manos públicas
porque la Corona se erigía en garante de la protección de “lo
público” de ese contexto público del que aquí estamos tratando.
El
ciudadano común piensa que la denuncia marxista, socialista utópica,
anarquista o tradicionalista al modelo económico capitalista y a la
propiedad privada supone la desposesión de su casa, de su coche, …
Nada más lejos de la realidad. Son las clases plutócratas, las
interesadas en transmitir esta idea desenfocada a los ciudadanos del
mundo, al hacerles creer que todo planteamiento comunista, significa
la pérdida del derecho de propiedad personal e individual que
realmente no afecta ni daña el funcionamiento y desarrollo de la
economía comunal de los distintos países y estados.
La
propiedad privada que se denuncia es la capitalista, porque es la que
realmente expropia al campesinado y a los pueblos de sus casas y
viviendas ancestrales, de su trabajo, de su vida,...
La
propiedad privada capitalista es la que se erige en el mundo de
manera absoluta y permite a las grandes corporaciones financieras
incidir muy negativamente en las comunidades locales del mundo, al
ser la plutocracia financiera y capitalista la que determina los
designios del colectivo. Cuando la propiedad privada se pone al
servicio de intereses individuales y egoístas que dañan al
colectivo, nosotros los carlistas rechazamos esa propiedad privada.
No aceptamos la propiedad privada que forma una masa financiera
especuladora que aplasta la soberanía de los países y las naciones
del mundo, y que favorece un nuevo enfeudamiento en manos de
banqueros y capitalistas que viven de la usura y el trabajo del
obrero.
El
carlismo, los carlistas no aceptamos la propiedad privada de los
recursos y los medios de producción porque significa que estos
medios al estar en poder de una minoría plutócrata burguesa,
significa como ha significado en el pasado y sigue significando en el
presente, la postración de una mayoría social, obrera y trabajadora
completamente desposeíada y desarraigada, que no tiene conciencia de
clase, y que sigue a merced de esos usureros, y más todavía hoy,
cuando han quedado las ideas socialistas huérfanas de Partido.
A
la respuesta de ¿qué propiedad necesitamos?, habría que matizar el
tipo de propiedad privada. El tradicionalismo siempre fue enemigo de
la propiedad privada tal y como lo estaban desarrollando y
considerando los liberales. No podemos quedarnos los carlistas con el
simplismo de la aceptación de la propiedad privada, porque sería
falso pensar que el carlismo es defensor o siempre lo fue, de la
propiedad privada, es radicalmente falso. Si precisamente tuvo fuerte
afluencia entre el campesinado carlista su rechazo al capitalismo
liberal era precisamente por los efectos de la expropiación que
sufrieron del comunal municipal. Esa expulsión del comunal público
los dejó sin posibilidad de sustento y ante un mayor
empobrecimiento. Precisamente, fue la propiedad privada, la defensa
que hacían de ella los liberales, la que dejó al campesinado
carlista en la miseria más absoluta, y esto fue lo que impulsó a
las masas carlistas a luchar por Don Carlos.
La lucha por el Rey
Carlos fue una lucha por hambre de tierras, que al paso de las
victorias carlistas en el campo de batalla, significaba la
redistribución de las propiedades que habían sido privatizadas por
los liberales, y que tras las victorias carlistas se repartían a los
campesinos sin tierras, restableciendo los comunales municipales que
el régimen liberal burgués capitalista había privatizado. Por esto
el carlismo es incompatible con el concepto de propiedad privada,
absoluta liberal y desamortizadora que impone el capitalismo. La
única propiedad privada que el carlismo permite es la personal, la
amortizada, que es una propiedad privada que es relativa porque se
somete a las decisiones colectivas de nuestra sociedad, porque impide
y tiene el objetivo de impedir el gobierno financiero de las grandes
corporaciones plutócratas internacionales en las decisiones libres y
soberanas de los distintos pueblos y colectivos; porque sostiene el
principio de democracia foral participativa bajo las decisiones
tomadas en los Concejos. Por tanto las sociedades anónimas son
estructuras capitalistas que no tienen ninguna justificación en una
economía comunal como la carlista.
Que
los comunales municipales no eran ni mucho menos islas de propiedad
privada para los campesinos. Esta interpretación sesgada, rompe
completamente con el contexto y devenir histórico de la existencia
del comunal público. Con el comunal público pasa como con las
reservas ecológicas ambientales, no son cotos privados; hoy nos
parecen privados y minoritarios porque la dinámica del capitalismo
se ha impuesto, y nos ha hecho creer que esto era una excepción y
que lo que impera es la norma. Era al contrario. Imperaba el comunal
público como imperaban los grandes bosques y reservas
ecológicas-ambientales, solo que la entrada de las políticas
feudales, primero, y políticas liberales privatizadoras, después,
fueron agrediendo al comunal, privatizándolo, igual que ha pasado
con los bosques y reservas naturales, pues hoy nos creemos que se
trata de un “coto privado protegido”, de algo extraordinario en
un contexto capitalista. No entender esto, es no entender la historia
del comunal, su devenir histórico, sus enemigos y sus agresiones.
Hasta
la tragedia de los comunes tiene dos lecturas, una capitalista y
liberal que denuncia las ineficiencias económicas del comunal con el
objetivo de hacerlo desaparecer en nombre de la propiedad privada,
que no podemos defender los carlistas.
La
tragedia de los comunes tiene que ver con el desarrollo de las
economías de subsistencia y el incremento de la población. Hasta la
Edad Media muchos habitantes habían vivido de forma comunal en los
claros de los bosques, al margen de la ley imperante. Los comunales
legales amparados por las leyes Forales y Constituciones locales se
situaban en los extrarradios poblacionales y limitaban con los
bosques. Un día las gentes que vivían en los claros de los bosques
al margen de la legalidad medieval, se encontraron con los habitantes
que tenían acceso al comunal amparados en aquella legalidad feudal.
El incremento de la población significó la derrota del comunal. Las
gentes del comunal legal no querían facilitar el acceso a las gentes
que habían vivido en los claros de los bosques hasta la extinción
de los mismos. La nueva situación dio lugar a la absorción de
aquellos nuevos habitantes que habían vivido al margen de la ley, lo
que significó un intento de privatización del comunal por parte de
aquellos que no querían compartirlo con los nuevos habitantes.
Aquí
empieza la tragedia de los comunes, cuando algunos de ellos son
cómplices con la privatización por egoísmo, por no querer
compartirlo. El problema real de lo que significó la disminución de
la tierra per cápita, puso en evidencia que esas tierras eran
insuficientes para alimentar a toda la población. Ante la
desorganización comunitaria, los liberales influidos con las leyes
de la reforma protestante, permitieron la parcelación de aquellas
tierras comunales y su privatización, condenando a una buena parte
de los habitantes a jornaleros, quienes muchos de ellos se vieron
obligados a desplazarse del campo a la ciudad, a trabajar como
proletarios en las fábricas de los burgueses capitalistas.
El
desarrollo de la industrialización capitalista y los desmanes y
desafueros cometidos por la nueva clase plutócrata dirigente, supuso
la organización de los descendientes de aquellos jornaleros
condenados a emigrar a la ciudad. A partir de 1833 es cuando se
expresan las ideas socialistas, se extrapolaba la situación
tradicional del campo y el mundo rural feudal, que aquí contamos, a
las ciudades, de manera que en ese contexto burgués y capitalista,
los desheredados pedían justicia social, con el objetivo de
constituir un comunal o comunales en el seno de las ciudades
industriales. La lucha entre “lo público” y “lo privado” que
había acontecido en el mundo rural desde la caída del Imperio
Romano, se extrapolaba ahora al contexto de las ciudades. Lo que
algunos pensaban se había solucionado en el campo, se trasladó
irremediablemente a las ciuadades. Al carlismo también le afectó
esta situación en los años 60 y 70 del siglo XX, y planteó la
lucha legitimista desde posiciones socialistas autogestionarias
emanadas como afirmo, desde la tradición comunal frente a toda
privatización.
La bandera Foral para el carlismo, significa también
la recuperación, no sólo del comunal de los municipios en el mundo
rural, sino la recuperación y establecimiento del comunal público a
través del socialismo autogestionario, donde los trabajadores,
nuestra sociedad sea dueña de los recursos y los medios de
producción. Por esto en el carlismo estamos por la socialización de
los medios de producción de manera autogestionada, y que permita a
los colectivos la democracia socialista económica, y no la entrega
de nuestra soberanía económica a esos lacayos del capital.
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