El carlismo, ¿pacifista y no violento?
Puede parecer una contradicción en términos. Tres guerras civiles se diría que llevan la contraria a esta posibilidad. Y sin embargo...
Puede parecer una contradicción en términos. Tres guerras civiles se diría que llevan la contraria a esta posibilidad. Y sin embargo...
RAFAEL ARENCÓN/L. D.
17 de octubre de 2016

Don Joaquín Julián Alzáa
El pueblo carlista sabe que en las guerras todos pierden.
La fuerza de las armas no es nada comparada con la fuerza de la razón. El
carlismo no se ha mantenido vivo por haber recurrido a la violencia sino por la
justicia de sus aspiraciones.
Es en el territorio del corazón y del cerebro donde se ganan
de verdad las batallas. El carlismo está vacunado hace años del burdo e inútil
recurso a la violencia. No es un populismo que añore la revolución ni un grupo
de vanguardia que pretenda traer por la fuerza un orden nuevo. Es un grito en
favor de la legitimidad y del derecho.
¿Es posible entonces contribuir a transformar la realidad
sin hacer uso del recurso a la fuerza? Como diría el laureado poeta Bob Dylan,
la respuesta está en el viento.
Muchos carlistas la han escuchado a lo largo de la
Historia, desde el teniente coronel Joaquín Julián Alzáa (quien se negó en
abril de 1837 a bombardear a cañonazos San Sebastián) hasta Pepe Beúnza, hijo y
nieto de carlistas, y primer objetor de conciencia por motivos políticos en las
Españas.
Cuando nuevas generaciones se planteen el dilema ético de
los límites del activismo político, han de saber que la no-violencia no es una “inacción”.
Es una denuncia más, que encaja perfectamente en el cuestionamiento que el
carlismo hace sobre todo el sistema de “desorden establecido” que padecemos.
La no-violencia, en palabras del filósofo y activista
Lanza del Vasto, es “decir ¡No! a la violencia y, sobre todo, a sus formas más
virulentas, que son la injusticia, el abuso y la mentira”.
Rafa Arencón
RAFAEL ARENCÓN/L. D.
17 de octubre de 2016
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Don Joaquín Julián Alzáa
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El pueblo carlista sabe que en las guerras todos pierden.
La fuerza de las armas no es nada comparada con la fuerza de la razón. El
carlismo no se ha mantenido vivo por haber recurrido a la violencia sino por la
justicia de sus aspiraciones.
Es en el territorio del corazón y del cerebro donde se ganan
de verdad las batallas. El carlismo está vacunado hace años del burdo e inútil
recurso a la violencia. No es un populismo que añore la revolución ni un grupo
de vanguardia que pretenda traer por la fuerza un orden nuevo. Es un grito en
favor de la legitimidad y del derecho.
¿Es posible entonces contribuir a transformar la realidad
sin hacer uso del recurso a la fuerza? Como diría el laureado poeta Bob Dylan,
la respuesta está en el viento.
Muchos carlistas la han escuchado a lo largo de la
Historia, desde el teniente coronel Joaquín Julián Alzáa (quien se negó en
abril de 1837 a bombardear a cañonazos San Sebastián) hasta Pepe Beúnza, hijo y
nieto de carlistas, y primer objetor de conciencia por motivos políticos en las
Españas.
Cuando nuevas generaciones se planteen el dilema ético de
los límites del activismo político, han de saber que la no-violencia no es una “inacción”.
Es una denuncia más, que encaja perfectamente en el cuestionamiento que el
carlismo hace sobre todo el sistema de “desorden establecido” que padecemos.
La no-violencia, en palabras del filósofo y activista
Lanza del Vasto, es “decir ¡No! a la violencia y, sobre todo, a sus formas más
virulentas, que son la injusticia, el abuso y la mentira”.
Rafa Arencón
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