De súbditos a ciudadanos, ¿en serio?.
Dicen que ya no estamos en el Antiguo Régimen, cuando los habitantes de las comunidades políticas se clasificaban por estamentos -nobles, eclesiásticos, plebeyos-. Tras las revoluciones que acabaron con él, la ley nos iguala, con independencia de nuestro origen, oficio o residencia. Más aún, nos declaró adultos políticos, dejamos de ser súbditos y nos convirtió solemnemente en ciudadanos.
Dicen que ya no estamos en el Antiguo Régimen, cuando los habitantes de las comunidades políticas se clasificaban por estamentos -nobles, eclesiásticos, plebeyos-. Tras las revoluciones que acabaron con él, la ley nos iguala, con independencia de nuestro origen, oficio o residencia. Más aún, nos declaró adultos políticos, dejamos de ser súbditos y nos convirtió solemnemente en ciudadanos.
¿Pero qué significa ser auténtico ciudadano?.
Mientras que el súbdito es el sometido que vive en el miedo al poderoso, el
ciudadano es un sujeto libre, que se siente miembro activo de una comunidad, en
la que participa aportando sus opiniones al espacio público para resolver los
inevitables conflictos, solucionar problemas comunes y designando a sus
gobernantes, que deben responder ante él de su gestión.
Las fórmulas políticas
para organizar esa nueva visión de la política son variadas, de acuerdo con la
historia de cada país y de las luchas que se han desarrollado en él para
conseguirlo. Pero tienen algunos rasgos comunes: La formulación de unos
Derechos Fundamentales y la división del poder en tres áreas -ejecutiva,
legislativa y judicial- según la clásica distinción de Montesquieu... Desde el
principio, hubo dos concepciones opuestas para interpretar la nueva realidad:
la liberal, que desconfía del Estado y reclama esos derechos humanos como
anteriores y limitadores del mismo y la que
exalta la voluntad general, como origen creadora de esos derechos, sin
ningún límite al ejercicio del poder.
Conviene recordar la evolución histórica para
llevar a la práctica esos Derechos fundamentales. Al principio el sufragio
estaba restringido a los varones poseedores de un determinado nivel de riqueza.
Las luchas políticas consiguieron su universalización; costó más el de las
mujeres, las valientes sufragistas que arrostraron la cárcel y el escarnio
social acabaron consiguiéndolo. A los de primera generación, propiedad privada,
libertad de expresión y garantías jurídicas se añadirían los derechos
económicos, sociales y culturales por efecto de los sacrificios del movimiento obrero.
Factor clave en los avances democráticos fué la
existencia de una opinión pública que se convenció de su necesidad y acabó
imponiéndose. Periódicos, hojas volanderas y folletos sin censura previa,
ateneos libertarios, casas del pueblo ayudaron a la formación de corrientes de
opinión que impusieron los cambios frente a las resistencias de los poderes
dominantes. La aparición de la radio, de la televisión y más recientemente de
las nuevas tecnologías creadoras de redes sociales están dando lugar a formas
interactivas de forja de opinión. Pero con un sesgo importante: la
concentración de los medios de comunicación en manos del capitalismo y la
expansión de esa forma degenerada de liberalismo que es el capitalismo
globalizado. La implantación en las masas del pensamiento único, la
mercantilización de todas las áreas sociales, la destrucción planificada de
todas las formas comunitarias de convivencia social. El contrato social que dió
origen en Europa a la fórmula socialdemócrata del Estado del Bienestar se ha
roto. El austericidio que se va perpetrando contra sus servicios públicos universales
sigue su marcha inexorable. Los partidos políticos se han convertido en cadena
de transmisión de las consignas de los poderes económicos; las puertas
giratorias y la corrupción creciente les dominan. Los sindicatos mayoritarios
viven a costa de la ubre estatal por lo
que están amordazados, y a menudo se han contagiado de la corrupción imperante.
El resultado de todo ello es que la mayoría de
los pobladores de los países occidentales son ya mentalmente súbditos. Unos
porque nunca dieron el paso para convertirse en sujetos activos y otros porque
abdicaron de la categoría de ciudadanos que sus Constituciones les reconocen.
Refugiados en el consumismo, en sus miedos y en el sálvese quien pueda no
tienen más esperanza que la de sobrevivir a duras penas. Muchos hasta no
ejercitan su derecho al voto. Y en cuanto a los que lo hacen, ¿qué pasa cuando
lo practican los súbditos, llevados de sus miedos, tapándose las narices a la
hora de depositar la papeleta en las urnas o no, porque se han habituado al
hedor de la corrupción, al haberse encallecido sus conciencias?. ¿Y qué
ciudadanos hay que depositan críticamente sus votos y que al día siguiente
sigan ejercitando su ciudadanía, controlando desde la base a los que resultan
elegidos?
¿Pero qué significa ser auténtico ciudadano?.
Mientras que el súbdito es el sometido que vive en el miedo al poderoso, el
ciudadano es un sujeto libre, que se siente miembro activo de una comunidad, en
la que participa aportando sus opiniones al espacio público para resolver los
inevitables conflictos, solucionar problemas comunes y designando a sus
gobernantes, que deben responder ante él de su gestión.
Las fórmulas políticas
para organizar esa nueva visión de la política son variadas, de acuerdo con la
historia de cada país y de las luchas que se han desarrollado en él para
conseguirlo. Pero tienen algunos rasgos comunes: La formulación de unos
Derechos Fundamentales y la división del poder en tres áreas -ejecutiva,
legislativa y judicial- según la clásica distinción de Montesquieu... Desde el
principio, hubo dos concepciones opuestas para interpretar la nueva realidad:
la liberal, que desconfía del Estado y reclama esos derechos humanos como
anteriores y limitadores del mismo y la que
exalta la voluntad general, como origen creadora de esos derechos, sin
ningún límite al ejercicio del poder.
Conviene recordar la evolución histórica para
llevar a la práctica esos Derechos fundamentales. Al principio el sufragio
estaba restringido a los varones poseedores de un determinado nivel de riqueza.
Las luchas políticas consiguieron su universalización; costó más el de las
mujeres, las valientes sufragistas que arrostraron la cárcel y el escarnio
social acabaron consiguiéndolo. A los de primera generación, propiedad privada,
libertad de expresión y garantías jurídicas se añadirían los derechos
económicos, sociales y culturales por efecto de los sacrificios del movimiento obrero.
Factor clave en los avances democráticos fué la
existencia de una opinión pública que se convenció de su necesidad y acabó
imponiéndose. Periódicos, hojas volanderas y folletos sin censura previa,
ateneos libertarios, casas del pueblo ayudaron a la formación de corrientes de
opinión que impusieron los cambios frente a las resistencias de los poderes
dominantes. La aparición de la radio, de la televisión y más recientemente de
las nuevas tecnologías creadoras de redes sociales están dando lugar a formas
interactivas de forja de opinión. Pero con un sesgo importante: la
concentración de los medios de comunicación en manos del capitalismo y la
expansión de esa forma degenerada de liberalismo que es el capitalismo
globalizado. La implantación en las masas del pensamiento único, la
mercantilización de todas las áreas sociales, la destrucción planificada de
todas las formas comunitarias de convivencia social. El contrato social que dió
origen en Europa a la fórmula socialdemócrata del Estado del Bienestar se ha
roto. El austericidio que se va perpetrando contra sus servicios públicos universales
sigue su marcha inexorable. Los partidos políticos se han convertido en cadena
de transmisión de las consignas de los poderes económicos; las puertas
giratorias y la corrupción creciente les dominan. Los sindicatos mayoritarios
viven a costa de la ubre estatal por lo
que están amordazados, y a menudo se han contagiado de la corrupción imperante.
El resultado de todo ello es que la mayoría de
los pobladores de los países occidentales son ya mentalmente súbditos. Unos
porque nunca dieron el paso para convertirse en sujetos activos y otros porque
abdicaron de la categoría de ciudadanos que sus Constituciones les reconocen.
Refugiados en el consumismo, en sus miedos y en el sálvese quien pueda no
tienen más esperanza que la de sobrevivir a duras penas. Muchos hasta no
ejercitan su derecho al voto. Y en cuanto a los que lo hacen, ¿qué pasa cuando
lo practican los súbditos, llevados de sus miedos, tapándose las narices a la
hora de depositar la papeleta en las urnas o no, porque se han habituado al
hedor de la corrupción, al haberse encallecido sus conciencias?. ¿Y qué
ciudadanos hay que depositan críticamente sus votos y que al día siguiente
sigan ejercitando su ciudadanía, controlando desde la base a los que resultan
elegidos?
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