El Carlismo es...
No es buena idea definirse a uno mismo en razón de los propios enemigos. Muchas ideologías y movimientos políticos lo han hecho así y eso no les ha proporcionado bien alguno. Calificar al carlismo como un movimiento antiliberal no ayuda a entender gran cosa sobre su esse.
No es buena idea definirse a uno mismo en razón de los propios enemigos. Muchas ideologías y movimientos políticos lo han hecho así y eso no les ha proporcionado bien alguno. Calificar al carlismo como un movimiento antiliberal no ayuda a entender gran cosa sobre su esse.
La resistencia
que el carlismo planteó al liberalismo tiene más que ver con las incoherencias
liberales que con las querencias absolutistas.
No se trataba
de defender al Estado frente a la libre empresa, sino de tener un Estado que
defendiese a los débiles. El liberalismo fracasó como movimiento libertador al
crear un Estado clientelar, útil sólo para las élites con capacidad de
influencia.
Tampoco el
rechazo al liberalismo se fundaba en una intransigencia innata ante la
diversidad de ideas. El propio liberalismo permitió que la cosmovisión de la
principal entidad religiosa del país se trasladase repetidamente a las normas
jurídicas, sin embarazo alguno. Los carlistas lo que propugnaban era que
el poder político dejase en paz a “la” religión (y, andando el tiempo, a “todas”
las religiones).
Así, el
carlismo vino a enmendarle la plana al naciente liberalismo con muchos de los
argumentos de la actual crítica comunitarista. Podríamos decir que al hablar de
carlismo estamos frente a un comunitarismo avant
la lettre, un recordatorio constante de las insuficiencias del liberalismo
para el establecimiento de unas relaciones sociales más justas.
Pero, por
extensión, el carlismo se convirtió no sólo en la conciencia crítica del pueblo
llano frente a las insuficiencias y promesas rotas del sistema liberal. El
carlismo se alzó, tras el proceso de su propia autocrítica, como una llamada
general a la conciencia de los pueblos de las Españas.
Si no fuese
porque ya tiene sus himnos, el carlismo podría haber hecho suyo aquel canto del
genial Lluis Llach: “Compañeros, no es esto” (Companys, no és això,1978). Porque la Historia del carlismo no es
la historia de una enemistad sino la posibilidad de seguir creyendo y volverlo
a intentar cuando somos conscientes, una vez más, de nuestro fracaso colectivo.
La resistencia
que el carlismo planteó al liberalismo tiene más que ver con las incoherencias
liberales que con las querencias absolutistas.
No se trataba
de defender al Estado frente a la libre empresa, sino de tener un Estado que
defendiese a los débiles. El liberalismo fracasó como movimiento libertador al
crear un Estado clientelar, útil sólo para las élites con capacidad de
influencia.
Tampoco el
rechazo al liberalismo se fundaba en una intransigencia innata ante la
diversidad de ideas. El propio liberalismo permitió que la cosmovisión de la
principal entidad religiosa del país se trasladase repetidamente a las normas
jurídicas, sin embarazo alguno. Los carlistas lo que propugnaban era que
el poder político dejase en paz a “la” religión (y, andando el tiempo, a “todas”
las religiones).
Así, el
carlismo vino a enmendarle la plana al naciente liberalismo con muchos de los
argumentos de la actual crítica comunitarista. Podríamos decir que al hablar de
carlismo estamos frente a un comunitarismo avant
la lettre, un recordatorio constante de las insuficiencias del liberalismo
para el establecimiento de unas relaciones sociales más justas.
Pero, por
extensión, el carlismo se convirtió no sólo en la conciencia crítica del pueblo
llano frente a las insuficiencias y promesas rotas del sistema liberal. El
carlismo se alzó, tras el proceso de su propia autocrítica, como una llamada
general a la conciencia de los pueblos de las Españas.
Si no fuese
porque ya tiene sus himnos, el carlismo podría haber hecho suyo aquel canto del
genial Lluis Llach: “Compañeros, no es esto” (Companys, no és això,1978). Porque la Historia del carlismo no es
la historia de una enemistad sino la posibilidad de seguir creyendo y volverlo
a intentar cuando somos conscientes, una vez más, de nuestro fracaso colectivo.
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