La monarquía carlista de origen y soporte popular
En este mensaje de S.M. Don Javier I dirigido al Congreso del Pueblo Carlista especifica la trayectoria del carlismo, su evolución y propuesta de revolución social, presentando un carlismo democrático y actual.
Evolución
Los cambios profundos de la
sociedad y de la formación de los pueblos, debidos, fundamentalmente, al avance
del progreso y de la técnica, hacen que padezcamos una fuerte crisis, tanto en
el orden humano como en el económico-social, crisis más acusada por la ausencia
de espíritu cristiano. Esta ausencia, es consecuencia de que una determinada
clase, compuesta por grupos oligárquicos, económicos e ideológicos, se haya
erigido en propietaria y administradora de los valores del cristianismo casi en
exclusiva, impidiendo que el paso, irremediable, de una sociedad estamental y
monolítica a una sociedad pluralista y de libertad se haga por vía cristiana y
no marxista.
El Carlismo no puede estar
ajeno a esta evolución porque, precisamente, su principal característica ha
sido evolucionar.
De Carlos V a Carlos VII, de
Jaime III a Alfonso Carlos I y hasta estos momentos, toda la vida del Carlismo
está marcada por una intensa vida política, por una intensa evolución. De las
guerras civiles del siglo pasado, a las luchas sociales de principios de este
siglo con los sindicatos libres carlistas; de nuestra participación en el
Alzamiento a mi total negativa a unirnos al fascismo; del enfrentamiento con el
totalitarismo a la supervivencia dentro de un régimen de represión política y a
la vuelta de un período activo de politización; todo fue evolución, todo fue
cambio.
La permanencia del Carlismo no
podría explicarse sin esta constante evolución y sin una autoridad responsable
que garantiza esta evolución conforme a sus principios básicos de busca de
justicia social y de libertad política.
El Carlismo, que mantiene sus
principios y sus fundamentos políticos, sigue necesitando evolucionar y ponerse
al día. Esta ha sido nuestra principal tarea en estos diez últimos años.
Tarea difícil, pues mientras en
unos producía escándalo por creer íbamos a un progresismo de tipo liberal, en
otros, la juventud aparecía la impaciencia porque esta evolución era lenta.
Aquí estaban los riesgos. Si el Carlismo quería subsistir y cumplir su misión
junto con el pueblo español, tenía que correr estos riesgos. Yo asumí, como en
otras ocasiones, toda la responsabilidad.
En toda su historia, en los
momentos de gran desarrollo del Carlismo siempre surgieron detractores, con un
pretexto u otro… Cuando no era dinástico, era ideológico, erigiéndose ellos,
por sí y ante sí, en definidores de doctrinas contra el Rey contra el Pueblo,
que siempre marcharon al unísono. Estos falsos definidores consiguieron, en
algunas ocasiones, presentar una imagen equívoca del Carlismo. Algunos tienen
la osadía de lanzar condenas rememorando formas antiguas y caducas. Son los que
hubieran condenado a Carlos VII o a Jaime III en su tiempo. Su actitud es farisaica,
pues se quedan solamente con cosas accesorias y circunstanciales.
Pero el llamarse Carlista y
hablar en nombre del Carlismo no es un derecho que se puede uno otorgar a sí
mismo, sino, que es un compromiso con una lealtad y una disciplina. Lealtad a
mi Dinastía que lleva consigo disciplina a los representantes del Carlismo. El
que rompe constantemente esta disciplina es porque realmente ha roto su
lealtad. Y por tanto no se puede llamar Carlista.
Los que tenemos la experiencia
de haber luchado constantemente en defensa de los valores cristianos sabemos
muy bien a dónde conducen ciertas actitudes de intransigencia y defensa de
principios erigidos en dogmas: a la mayor deserción y cobardía, con una entrega
final de los altos valores a los grupos poderosos para que especulen con ellos.
Además, los valores de que es
portador y defensor el Carlismo, no son suyos en exclusiva, pertenecen al
pueblo. Pero para que estos valores sean permanentes y aceptables deben
evolucionar constantemente, promoverlos conforme lo exijan las necesidades y
los tiempos. El inmovilismo sería la muerte y eso es lo que esperaban muchos de
los que se titulan «guardianes» de la pureza y del dogma.
No es extraño que otra vez se
desprendan algunos de nuestras filas, porque les faltará la fe. Pero habrá, y
la hay cada vez más, una constante incorporación del pueblo español cuando, con
nuestra presencia política, vea la solución ampliamente nacional que representa
el Carlismo, porque será la mayor posibilidad de asegurar a nuestra querida patria
el orden, la prosperidad, la justicia y con ésta, el bien social mayor para
todos: la paz.
El Carlismo se perfila como una
solución de hoy y de futuro. Para ello debemos presentar un Carlismo posible.
La evolución es una necesidad. Evolución nuestra y de la sociedad actual, ya
que esta no responde en absoluto a los principios de justicia y de libertad.
A fin de que todos sepan cual
es la línea política actual y no queden dudas, voy a exponer mi pensamiento
político.
Revolución Social
En la evolución constante del
Carlismo, en sus diversos intentos por resolver la problemática social y
política española, con un sentido de justicia y de libertad, algo hubo
permanente; la constante búsqueda de un pueblo junto con su dinastía, de unas
estructuras que permitieran a la sociedad resolver sus problemas por un
mecanismo democrático, devolver a la sociedad su poder de autogobernarse. Es
realmente revolucionar el planteamiento político actual para que sea acorde con
una concepción comunitaria de la vida pública.
La concepción carlista de la
Revolución Social se opone tanto a la revolución individualista capitalista
como a la colectivista comunista, fuerzas que hoy se adueñan de la sociedad
mundial, quedando entre ambas una revolución !atente, que es la social y que puede
además ser pacífica.
Hay que reconocer sin embargo,
que cada una de estas fuerzas presentan unos valores y han recorrido
experiencias interesantes. Tanto una como otra han aportado valiosos elementos
políticos al mundo actual, aunque no podamos aceptar ninguna de las dos
interpretaciones en su totalidad. La interpretación capitalista, porque no
concebimos la defensa de la libertad individual como única base de la justicia
social. La comunista, porque no concebimos la defensa de la justicia social sin
la de la libertad.
En el transcurso de la historia
contemporánea hemos podido ver que el paso de una sociedad monolítica y
clasista a una sociedad pluralista, en la mayoría de los casos ha sido empujada
por revoluciones violentas, pero hoy nos encontramos en plena metamorfosis del
cambio con el trasfondo económico de una sociedad de consumo.
La Revolución Social que
propugnamos, necesaria, pretende que las estructuras de la sociedad deben ser
de representación diferenciada, tanto de las realidades ideológicas, como
laborales y regionales.
Una Revolución Social, con la
invasión del campo de la cultura y de la investigación, por el pueblo. Este
será el signo de la nueva sociedad: la promoción del pueblo en la política, en
las ciencias, en la cultura, con una amplia libertad y sentido democrático de
la propiedad de estos bienes.
Integración de todos en los
derechos y en la igualdad de oportunidades en materia de decisión política.
Esta es nuestra Revolución
Social.
El Pacto
Si somos y nos llamamos
demócratas es porque siempre hemos definido nuestra Monarquía como popular y
sostenida por el pueblo. Mediante el Pacto, renovado entre la Corona y el
Pueblo, éste delegaba parte del poder en aquella y ambos se comprometían a la
defensa de las libertades sociales más sagradas. Hoy tenemos que saber dar una
fórmula viva y actual a este Pacto que es conciencia democrática, conciencia
viva del pueblo, expresado en las inquietudes y en los problemas de hoy.
El Pacto debe estar
fundamentado en estas tres grandes libertades: Libertad Política, Libertad
Regional y Libertad Sindical. No se cambia nada. Se perfecciona. Se avanza en
la dinámica política.
El diálogo es parte
consustancial del Pacto. Sin diálogo no puede formularse pacto. Pero el diálogo
no es posible con los que niegan los principios de justicia y libertad.
El Carlismo dialogará con todos
aquellos grupos que sean portadores de soluciones basadas en los derechos de la
persona y de estos principios de justicia y libertad, para iniciar la
reconquista de la sociedad, haciendo posible la promoción de todo el pueblo en
esta tarea.
Mi responsabilidad es grande.
He oído personalmente a la mayoría de los dirigentes del Carlismo y a gran
parte del pueblo Carlista, en su diversidad intelectual y popular. Y hoy, en esta
importante etapa de la vida nacional, he tomado la decisión de llevar al
Carlismo por caminos de una acción política clara y en consonancia con los
tiempos, con el sentir de un pueblo que pide justicia y con el sentir, en el
orden espiritual y moral, de una iglesia atenta a las realidades sociales y
dispuesta a la conquista de las almas por el camino del diálogo y de la
apertura.
He aquí la primera parte del
pacto. Ahora vemos al Pacto Social y político con el pueblo español a través de
aquellos grupos que persiguen estos mismos fines.
El Poder
Nuestra meta es el poder
político. Parecería simpleza el repetirlo si no fuera porque algunos pretenden
decir que el Carlismo tiene otras finalidades distintas. Lo repetimos, pues,
porque siempre fue el poder político el fin por el que luchó el Carlismo.
Mis antecesores los Reyes
Carlistas, no conquistaron este objetivo porque perdieron las guerras que el
pueblo hizo para ello. Pero su objetivo no era otro. Hoy sigue siendo nuestra
meta, pero no se trata de conquistar el poder por el poder, sino de crear las
estructuras nuevas de libertad que permitan devolver a la sociedad su poder de
autogobernarse.
Vemos también que estos caminos
no se recorren armónicamente sin un gran entusiasmo popular por una parte y sin
una gran autoridad moral con un liderazgo político dinámico por otra.
Muchas resistencias se tendrán
que vencer, muchos intereses creados, muchas incomprensiones, mucho miedo.
La libertad
Defendemos la libertad porque
el hombre es portador de ella. La libertad es atributo del hombre y su derecho
más sagrado. Pero esta libertad no debe quedar plasmada solamente en una teoría
del derecho, como muchos pretenden. Debe ser real y efectiva, pragmática, con
todas sus consecuencias. Los políticos tenemos la responsabilidad de abrir los
cauces naturales por donde debe discurrir.
El miedo a la libertad es el
dique que frena momentáneamente esta promoción, pero que terminará, si antes no
se abren los cauces, desbordando y arrollando el sistema que engendra este
miedo. Por eso rechazamos las soluciones políticas de «primero, el orden
público», porque mantienen la violencia de la represión como único remedio a la
violencia de la injusticia. Sostienen situaciones inadmisibles, tanto desde el
punto de vista moral como desde el punto de vista de prudencia política.
Mantienen así, una guerra civil latente, justificación de un Estado cuya
principal función es la represión.
No existe antitesis más
profunda de una concepción cristiana de la vida, que la de un Estado
totalitario o de fuerza, sea de signo comunista (en que el hombre es propiedad
del partido), sea signo fascista (en que es propiedad del Estado), sea de signo
capitalista (en que es propiedad de los grupos de presión económico-político).
Estas tres fórmulas reducen realmente a la inmensa mayoría de los ciudadanos a
ser meros individuos, sin participación ni responsabilidad. Es decir, sin
libertad, sin patrimonio social. El Carlismo proclamó siempre la libertad
política. La proclamó y la defendió para que fuese auténtica y dentro del
exponente que el hombre marcaba según el fundamento de sus derechos. Hoy la
libertad política, que es la que más escandaliza a algunos, aparece como más
consustancial que nunca con el hombre y con los pueblos.
Estructuras de libertad
Como en otras ocasiones lo he
hecho y lo ha hecho mi Junta Suprema y las demás autoridades del Carlismo,
volvemos a exponer los cauces de la libertad para poder llevar a cabo la
estructuración de la sociedad.
Si la iniciativa de promover
los cambios de estructuras políticas con la formación y participación del
pueblo, está reservada principalmente al partido político; y el de llevar la
responsabilidad de las decisiones económicas, al mecanismo sindical; la
responsabilidad en el campo de interpretación y aplicación de las leyes en la
sociedad recae principalmente sobre el municipio y sobre la región. Como
consecuencia establecemos las siguientes bases:
1º. Pleno reconocimiento y
respeto a la personalidad de los diversos pueblos que forman la nación
española. Su libertad será la vía de su promoción tanto de aquellos que tienen
ya una personalidad acusada, como de los que siguen sometidos a la presión de
un silencio impuesto y desplazados de la vida pública. Proponemos la federación
de los pueblos en una unidad de Repúblicas Sociales, presidida por la Corona.
Los Reyes de mi Dinastía no
concedían fueros o libertades, los reconocían. Cuando los Reyes carlistas
juraban los fueros no era meramente una promesa de no interferir en los asuntos
internos de los pueblos. Se comprometía el Rey, como poder político, a ser el
defensor del fuero, contra cualquiera y en primer lugar contra la misma
administración central. Carlos VII se definía, a este respecto, como el Rey de
las Repúblicas Españolas, es decir, como el que daba su garantía de libertad y
de autonomía a las estructuras regionales del país.
2º. El mundo del trabajo debe
tener sus cauces libres de representación para que a través de él pueda
participar en todas las decisiones socio-económicas. Es la libertad sindical la
que abrirá este cauce, estableciendo su propia constitución y fuero, evitando
las interferencias del poder y de los grupos oligárquicos.
3º. La libertad política, como
derecho inalienable de la persona, debe tener su cauce de representación,
abriendo también un campo de actuación a las ideologías debidamente
organizadas, evitando quede en una fórmula teórica que sólo sirva para frenar
el ansia y el derecho de los españoles.
En el mundo de las ideologías
es donde el hombre se mueve con más impaciencia y personalidad. Negar esta
realidad sería atentar contra un derecho natural del hombre. Las reglas que
marquen el ordenamiento para el quehacer político deben ser la base de una
constitución orgánica que de cabida a los grupos ideológicos o partidos
políticos, con la misión de formar, promover y encauzar la intervención del
pueblo en las tareas políticas.
Así podemos concebir un triple
sistema de fueros o libertades: los fueros de las regiones, los fueros de los
sindicatos y los fueros de los partidos políticos.
Un triple sistema de repúblicas
que corresponden a las tres principales facetas de la vida del hombre: la de su
convivencia dentro de un marco territorial o regional, la profesión o sindical
y la ideológica o de partidos políticos.
Tres campos de responsabilidad:
el de la administración del poder público, el de las decisiones
socio-económicas y el de la promoción política.
Esta triple representación,
esta triple democracia, esta triple responsabilidad es lo que considero como lo
más importante de nuestra aportación a una construcción doctrinal y encontrarán
su coordinación y equilibrio en las Cámaras.
Sobre estos tres grandes ejes
el Carlismo dará al pueblo español un proyecto político, posible y aceptable,
para que, con el ejercicio de la plena libertad, polarice adhesiones y se
construya con una gran corriente de la opinión nacional, la solución que
conduzca a la Revolución Social pacífica. Solamente ésta frenará al Capitalismo
egoísta y explotador, por un lado, y neutralizará la acción filosófica de un marxismo
materialista arrollador que no encuentra hoy barreras.
A fin de formular una doctrina
actual y profundamente estudiada sobre esta temática esencial, deseo que se
trabaje en el Carlismo. Esta labor intelectual no está reñida con la marcha
hacia el poder político, sino que va vinculada a ella.
El formular una doctrina
política nueva no se puede hacer sin la colaboración de muchos hombres que no
pertenecen a nuestro partido. De este estudio comunitario surge una
enriquecedora vinculación entre tendencias políticas y la posibilidad de una
doctrina de alcance general.
La Monarquía
Para realizar y llevar a cabo
estas estructuras de la sociedad, es necesario definamos el carácter de nuestra
Monarquía, la forma de gobierno que proponemos.
Monarquía Social, democrática y
abierta a la evolución que nazca del Pacto Social entre la Corona y el Pueblo.
Aquí la Monarquía es una sola
concepción, un solo cuerpo: Rey-Pueblo. El pueblo está eligiendo continuamente
a su representante en el ejercicio democrático de su libertad. El pueblo es
elector, no mediante un sufragio universal ficticio, sino en un sufragio a
través de los pactos que se formulan en los estados republicanos de los países,
sindicatos y partidos políticos.
Rechazamos fórmulas de imposición
y de teocracia que simulan una legitimidad. La legitimidad de ejercicio se
adquiere con el pacto y el pacto se formula de mutuo acuerdo, sin coacciones ni
imposiciones. La legitimidad de la sangre se tiene y se convalida con le
ejercicio democrático.
Si en este proceso la Monarquía
se consolida, y tiene la adhesión del Pueblo, es porque es válida.
Esta es la razón de la
Monarquía. Con esta definición, para algunos puede parecer menoscabado su
concepto, cuando, en realidad, es lo contrario. Fue cuando la Monarquía se
opuso al progreso de los pueblos, cuando perdió su razón de ser.
Este es el Carlismo
Os digo que este es el
Carlismo, el Carlismo que presido y dirijo, unido con el pueblo español que nos
sigue y participa de esta doctrina. No hay otro Carlismo. Este es el Carlismo
de ayer, renovado hoy y dispuesto a proyectarse al futuro con la evolución de
los tiempos.
Esta es la doctrina promulgada
por mí, y formulada hoy, obra de una colectividad organizada en partido,
susceptible de evolución, corrección y perfección. Abierta al diálogo y a las
aportaciones del ejercicio político de un pueblo.
Cargo con esta responsabilidad,
como vuestro Rey Legítimo que soy y como cabeza de un partido político que va a
la conquista del poder político, con el pueblo y para el pueblo español, con el
fin de que este pueda alcanzar y ejercitar su libertad. El Rey en el Carlismo
tiene hoy un necesario papel de liderazgo político de un partido que pretende
ser un partido-líder en la vida pública.
Para esta acción de organizar
el Carlismo y conducirlo al poder, tiene hoy toda mi autoridad y
responsabilidad el Príncipe, mi hijo y heredero. Yo le asisto plenamente, pues
no por ello abdico mis graves deberes ni dejo el puesto sumamente difícil que
llevo, mientras Dios me de salud y fuerza. Mi hijo, todos lo sabéis, es el
modelo de lo que debe ser hoy un Príncipe moderno y cristiano. Se le ataca
porque es incómodo. Pero recordad, para que no quepa la menor duda, que el que
le ataca a El, me ataca directamente a Mi, y por tanto al Carlismo.
Así, desde la cumbre de mis
muchos años, cuando he visto desmoronarse tantas cosas en Europa y en el mundo,
mi fe está intacta, mi confianza y amor al gran pueblo que sigue con admirable
lealtad nuestras banderas, son ilimitadas. Doy gracias a Dios por su ayuda en
tantas dificultades y peligros y espero con seguridad y confianza el porvenir
de la Causa que siempre serví, que es la de la noble nación española.
Vuestro viejo Rey:
Francisco Javier
Valcarlos – 6 de Diciembre de 1970
Evolución
Los cambios profundos de la
sociedad y de la formación de los pueblos, debidos, fundamentalmente, al avance
del progreso y de la técnica, hacen que padezcamos una fuerte crisis, tanto en
el orden humano como en el económico-social, crisis más acusada por la ausencia
de espíritu cristiano. Esta ausencia, es consecuencia de que una determinada
clase, compuesta por grupos oligárquicos, económicos e ideológicos, se haya
erigido en propietaria y administradora de los valores del cristianismo casi en
exclusiva, impidiendo que el paso, irremediable, de una sociedad estamental y
monolítica a una sociedad pluralista y de libertad se haga por vía cristiana y
no marxista.
El Carlismo no puede estar
ajeno a esta evolución porque, precisamente, su principal característica ha
sido evolucionar.
De Carlos V a Carlos VII, de
Jaime III a Alfonso Carlos I y hasta estos momentos, toda la vida del Carlismo
está marcada por una intensa vida política, por una intensa evolución. De las
guerras civiles del siglo pasado, a las luchas sociales de principios de este
siglo con los sindicatos libres carlistas; de nuestra participación en el
Alzamiento a mi total negativa a unirnos al fascismo; del enfrentamiento con el
totalitarismo a la supervivencia dentro de un régimen de represión política y a
la vuelta de un período activo de politización; todo fue evolución, todo fue
cambio.
La permanencia del Carlismo no
podría explicarse sin esta constante evolución y sin una autoridad responsable
que garantiza esta evolución conforme a sus principios básicos de busca de
justicia social y de libertad política.
El Carlismo, que mantiene sus
principios y sus fundamentos políticos, sigue necesitando evolucionar y ponerse
al día. Esta ha sido nuestra principal tarea en estos diez últimos años.
Tarea difícil, pues mientras en
unos producía escándalo por creer íbamos a un progresismo de tipo liberal, en
otros, la juventud aparecía la impaciencia porque esta evolución era lenta.
Aquí estaban los riesgos. Si el Carlismo quería subsistir y cumplir su misión
junto con el pueblo español, tenía que correr estos riesgos. Yo asumí, como en
otras ocasiones, toda la responsabilidad.
En toda su historia, en los
momentos de gran desarrollo del Carlismo siempre surgieron detractores, con un
pretexto u otro… Cuando no era dinástico, era ideológico, erigiéndose ellos,
por sí y ante sí, en definidores de doctrinas contra el Rey contra el Pueblo,
que siempre marcharon al unísono. Estos falsos definidores consiguieron, en
algunas ocasiones, presentar una imagen equívoca del Carlismo. Algunos tienen
la osadía de lanzar condenas rememorando formas antiguas y caducas. Son los que
hubieran condenado a Carlos VII o a Jaime III en su tiempo. Su actitud es farisaica,
pues se quedan solamente con cosas accesorias y circunstanciales.
Pero el llamarse Carlista y
hablar en nombre del Carlismo no es un derecho que se puede uno otorgar a sí
mismo, sino, que es un compromiso con una lealtad y una disciplina. Lealtad a
mi Dinastía que lleva consigo disciplina a los representantes del Carlismo. El
que rompe constantemente esta disciplina es porque realmente ha roto su
lealtad. Y por tanto no se puede llamar Carlista.
Los que tenemos la experiencia
de haber luchado constantemente en defensa de los valores cristianos sabemos
muy bien a dónde conducen ciertas actitudes de intransigencia y defensa de
principios erigidos en dogmas: a la mayor deserción y cobardía, con una entrega
final de los altos valores a los grupos poderosos para que especulen con ellos.
Además, los valores de que es
portador y defensor el Carlismo, no son suyos en exclusiva, pertenecen al
pueblo. Pero para que estos valores sean permanentes y aceptables deben
evolucionar constantemente, promoverlos conforme lo exijan las necesidades y
los tiempos. El inmovilismo sería la muerte y eso es lo que esperaban muchos de
los que se titulan «guardianes» de la pureza y del dogma.
No es extraño que otra vez se
desprendan algunos de nuestras filas, porque les faltará la fe. Pero habrá, y
la hay cada vez más, una constante incorporación del pueblo español cuando, con
nuestra presencia política, vea la solución ampliamente nacional que representa
el Carlismo, porque será la mayor posibilidad de asegurar a nuestra querida patria
el orden, la prosperidad, la justicia y con ésta, el bien social mayor para
todos: la paz.
El Carlismo se perfila como una
solución de hoy y de futuro. Para ello debemos presentar un Carlismo posible.
La evolución es una necesidad. Evolución nuestra y de la sociedad actual, ya
que esta no responde en absoluto a los principios de justicia y de libertad.
A fin de que todos sepan cual
es la línea política actual y no queden dudas, voy a exponer mi pensamiento
político.
Revolución Social
En la evolución constante del
Carlismo, en sus diversos intentos por resolver la problemática social y
política española, con un sentido de justicia y de libertad, algo hubo
permanente; la constante búsqueda de un pueblo junto con su dinastía, de unas
estructuras que permitieran a la sociedad resolver sus problemas por un
mecanismo democrático, devolver a la sociedad su poder de autogobernarse. Es
realmente revolucionar el planteamiento político actual para que sea acorde con
una concepción comunitaria de la vida pública.
La concepción carlista de la
Revolución Social se opone tanto a la revolución individualista capitalista
como a la colectivista comunista, fuerzas que hoy se adueñan de la sociedad
mundial, quedando entre ambas una revolución !atente, que es la social y que puede
además ser pacífica.
Hay que reconocer sin embargo,
que cada una de estas fuerzas presentan unos valores y han recorrido
experiencias interesantes. Tanto una como otra han aportado valiosos elementos
políticos al mundo actual, aunque no podamos aceptar ninguna de las dos
interpretaciones en su totalidad. La interpretación capitalista, porque no
concebimos la defensa de la libertad individual como única base de la justicia
social. La comunista, porque no concebimos la defensa de la justicia social sin
la de la libertad.
En el transcurso de la historia
contemporánea hemos podido ver que el paso de una sociedad monolítica y
clasista a una sociedad pluralista, en la mayoría de los casos ha sido empujada
por revoluciones violentas, pero hoy nos encontramos en plena metamorfosis del
cambio con el trasfondo económico de una sociedad de consumo.
La Revolución Social que
propugnamos, necesaria, pretende que las estructuras de la sociedad deben ser
de representación diferenciada, tanto de las realidades ideológicas, como
laborales y regionales.
Una Revolución Social, con la
invasión del campo de la cultura y de la investigación, por el pueblo. Este
será el signo de la nueva sociedad: la promoción del pueblo en la política, en
las ciencias, en la cultura, con una amplia libertad y sentido democrático de
la propiedad de estos bienes.
Integración de todos en los
derechos y en la igualdad de oportunidades en materia de decisión política.
Esta es nuestra Revolución
Social.
El Pacto
Si somos y nos llamamos
demócratas es porque siempre hemos definido nuestra Monarquía como popular y
sostenida por el pueblo. Mediante el Pacto, renovado entre la Corona y el
Pueblo, éste delegaba parte del poder en aquella y ambos se comprometían a la
defensa de las libertades sociales más sagradas. Hoy tenemos que saber dar una
fórmula viva y actual a este Pacto que es conciencia democrática, conciencia
viva del pueblo, expresado en las inquietudes y en los problemas de hoy.
El Pacto debe estar
fundamentado en estas tres grandes libertades: Libertad Política, Libertad
Regional y Libertad Sindical. No se cambia nada. Se perfecciona. Se avanza en
la dinámica política.
El diálogo es parte
consustancial del Pacto. Sin diálogo no puede formularse pacto. Pero el diálogo
no es posible con los que niegan los principios de justicia y libertad.
El Carlismo dialogará con todos
aquellos grupos que sean portadores de soluciones basadas en los derechos de la
persona y de estos principios de justicia y libertad, para iniciar la
reconquista de la sociedad, haciendo posible la promoción de todo el pueblo en
esta tarea.
Mi responsabilidad es grande.
He oído personalmente a la mayoría de los dirigentes del Carlismo y a gran
parte del pueblo Carlista, en su diversidad intelectual y popular. Y hoy, en esta
importante etapa de la vida nacional, he tomado la decisión de llevar al
Carlismo por caminos de una acción política clara y en consonancia con los
tiempos, con el sentir de un pueblo que pide justicia y con el sentir, en el
orden espiritual y moral, de una iglesia atenta a las realidades sociales y
dispuesta a la conquista de las almas por el camino del diálogo y de la
apertura.
He aquí la primera parte del
pacto. Ahora vemos al Pacto Social y político con el pueblo español a través de
aquellos grupos que persiguen estos mismos fines.
El Poder
Nuestra meta es el poder
político. Parecería simpleza el repetirlo si no fuera porque algunos pretenden
decir que el Carlismo tiene otras finalidades distintas. Lo repetimos, pues,
porque siempre fue el poder político el fin por el que luchó el Carlismo.
Mis antecesores los Reyes
Carlistas, no conquistaron este objetivo porque perdieron las guerras que el
pueblo hizo para ello. Pero su objetivo no era otro. Hoy sigue siendo nuestra
meta, pero no se trata de conquistar el poder por el poder, sino de crear las
estructuras nuevas de libertad que permitan devolver a la sociedad su poder de
autogobernarse.
Vemos también que estos caminos
no se recorren armónicamente sin un gran entusiasmo popular por una parte y sin
una gran autoridad moral con un liderazgo político dinámico por otra.
Muchas resistencias se tendrán
que vencer, muchos intereses creados, muchas incomprensiones, mucho miedo.
La libertad
Defendemos la libertad porque
el hombre es portador de ella. La libertad es atributo del hombre y su derecho
más sagrado. Pero esta libertad no debe quedar plasmada solamente en una teoría
del derecho, como muchos pretenden. Debe ser real y efectiva, pragmática, con
todas sus consecuencias. Los políticos tenemos la responsabilidad de abrir los
cauces naturales por donde debe discurrir.
El miedo a la libertad es el
dique que frena momentáneamente esta promoción, pero que terminará, si antes no
se abren los cauces, desbordando y arrollando el sistema que engendra este
miedo. Por eso rechazamos las soluciones políticas de «primero, el orden
público», porque mantienen la violencia de la represión como único remedio a la
violencia de la injusticia. Sostienen situaciones inadmisibles, tanto desde el
punto de vista moral como desde el punto de vista de prudencia política.
Mantienen así, una guerra civil latente, justificación de un Estado cuya
principal función es la represión.
No existe antitesis más
profunda de una concepción cristiana de la vida, que la de un Estado
totalitario o de fuerza, sea de signo comunista (en que el hombre es propiedad
del partido), sea signo fascista (en que es propiedad del Estado), sea de signo
capitalista (en que es propiedad de los grupos de presión económico-político).
Estas tres fórmulas reducen realmente a la inmensa mayoría de los ciudadanos a
ser meros individuos, sin participación ni responsabilidad. Es decir, sin
libertad, sin patrimonio social. El Carlismo proclamó siempre la libertad
política. La proclamó y la defendió para que fuese auténtica y dentro del
exponente que el hombre marcaba según el fundamento de sus derechos. Hoy la
libertad política, que es la que más escandaliza a algunos, aparece como más
consustancial que nunca con el hombre y con los pueblos.
Estructuras de libertad
Como en otras ocasiones lo he
hecho y lo ha hecho mi Junta Suprema y las demás autoridades del Carlismo,
volvemos a exponer los cauces de la libertad para poder llevar a cabo la
estructuración de la sociedad.
Si la iniciativa de promover
los cambios de estructuras políticas con la formación y participación del
pueblo, está reservada principalmente al partido político; y el de llevar la
responsabilidad de las decisiones económicas, al mecanismo sindical; la
responsabilidad en el campo de interpretación y aplicación de las leyes en la
sociedad recae principalmente sobre el municipio y sobre la región. Como
consecuencia establecemos las siguientes bases:
1º. Pleno reconocimiento y
respeto a la personalidad de los diversos pueblos que forman la nación
española. Su libertad será la vía de su promoción tanto de aquellos que tienen
ya una personalidad acusada, como de los que siguen sometidos a la presión de
un silencio impuesto y desplazados de la vida pública. Proponemos la federación
de los pueblos en una unidad de Repúblicas Sociales, presidida por la Corona.
Los Reyes de mi Dinastía no
concedían fueros o libertades, los reconocían. Cuando los Reyes carlistas
juraban los fueros no era meramente una promesa de no interferir en los asuntos
internos de los pueblos. Se comprometía el Rey, como poder político, a ser el
defensor del fuero, contra cualquiera y en primer lugar contra la misma
administración central. Carlos VII se definía, a este respecto, como el Rey de
las Repúblicas Españolas, es decir, como el que daba su garantía de libertad y
de autonomía a las estructuras regionales del país.
2º. El mundo del trabajo debe
tener sus cauces libres de representación para que a través de él pueda
participar en todas las decisiones socio-económicas. Es la libertad sindical la
que abrirá este cauce, estableciendo su propia constitución y fuero, evitando
las interferencias del poder y de los grupos oligárquicos.
3º. La libertad política, como
derecho inalienable de la persona, debe tener su cauce de representación,
abriendo también un campo de actuación a las ideologías debidamente
organizadas, evitando quede en una fórmula teórica que sólo sirva para frenar
el ansia y el derecho de los españoles.
En el mundo de las ideologías
es donde el hombre se mueve con más impaciencia y personalidad. Negar esta
realidad sería atentar contra un derecho natural del hombre. Las reglas que
marquen el ordenamiento para el quehacer político deben ser la base de una
constitución orgánica que de cabida a los grupos ideológicos o partidos
políticos, con la misión de formar, promover y encauzar la intervención del
pueblo en las tareas políticas.
Así podemos concebir un triple
sistema de fueros o libertades: los fueros de las regiones, los fueros de los
sindicatos y los fueros de los partidos políticos.
Un triple sistema de repúblicas
que corresponden a las tres principales facetas de la vida del hombre: la de su
convivencia dentro de un marco territorial o regional, la profesión o sindical
y la ideológica o de partidos políticos.
Tres campos de responsabilidad:
el de la administración del poder público, el de las decisiones
socio-económicas y el de la promoción política.
Esta triple representación,
esta triple democracia, esta triple responsabilidad es lo que considero como lo
más importante de nuestra aportación a una construcción doctrinal y encontrarán
su coordinación y equilibrio en las Cámaras.
Sobre estos tres grandes ejes
el Carlismo dará al pueblo español un proyecto político, posible y aceptable,
para que, con el ejercicio de la plena libertad, polarice adhesiones y se
construya con una gran corriente de la opinión nacional, la solución que
conduzca a la Revolución Social pacífica. Solamente ésta frenará al Capitalismo
egoísta y explotador, por un lado, y neutralizará la acción filosófica de un marxismo
materialista arrollador que no encuentra hoy barreras.
A fin de formular una doctrina
actual y profundamente estudiada sobre esta temática esencial, deseo que se
trabaje en el Carlismo. Esta labor intelectual no está reñida con la marcha
hacia el poder político, sino que va vinculada a ella.
El formular una doctrina
política nueva no se puede hacer sin la colaboración de muchos hombres que no
pertenecen a nuestro partido. De este estudio comunitario surge una
enriquecedora vinculación entre tendencias políticas y la posibilidad de una
doctrina de alcance general.
La Monarquía
Para realizar y llevar a cabo
estas estructuras de la sociedad, es necesario definamos el carácter de nuestra
Monarquía, la forma de gobierno que proponemos.
Monarquía Social, democrática y
abierta a la evolución que nazca del Pacto Social entre la Corona y el Pueblo.
Aquí la Monarquía es una sola
concepción, un solo cuerpo: Rey-Pueblo. El pueblo está eligiendo continuamente
a su representante en el ejercicio democrático de su libertad. El pueblo es
elector, no mediante un sufragio universal ficticio, sino en un sufragio a
través de los pactos que se formulan en los estados republicanos de los países,
sindicatos y partidos políticos.
Rechazamos fórmulas de imposición
y de teocracia que simulan una legitimidad. La legitimidad de ejercicio se
adquiere con el pacto y el pacto se formula de mutuo acuerdo, sin coacciones ni
imposiciones. La legitimidad de la sangre se tiene y se convalida con le
ejercicio democrático.
Si en este proceso la Monarquía
se consolida, y tiene la adhesión del Pueblo, es porque es válida.
Esta es la razón de la
Monarquía. Con esta definición, para algunos puede parecer menoscabado su
concepto, cuando, en realidad, es lo contrario. Fue cuando la Monarquía se
opuso al progreso de los pueblos, cuando perdió su razón de ser.
Este es el Carlismo
Os digo que este es el
Carlismo, el Carlismo que presido y dirijo, unido con el pueblo español que nos
sigue y participa de esta doctrina. No hay otro Carlismo. Este es el Carlismo
de ayer, renovado hoy y dispuesto a proyectarse al futuro con la evolución de
los tiempos.
Esta es la doctrina promulgada
por mí, y formulada hoy, obra de una colectividad organizada en partido,
susceptible de evolución, corrección y perfección. Abierta al diálogo y a las
aportaciones del ejercicio político de un pueblo.
Cargo con esta responsabilidad,
como vuestro Rey Legítimo que soy y como cabeza de un partido político que va a
la conquista del poder político, con el pueblo y para el pueblo español, con el
fin de que este pueda alcanzar y ejercitar su libertad. El Rey en el Carlismo
tiene hoy un necesario papel de liderazgo político de un partido que pretende
ser un partido-líder en la vida pública.
Para esta acción de organizar
el Carlismo y conducirlo al poder, tiene hoy toda mi autoridad y
responsabilidad el Príncipe, mi hijo y heredero. Yo le asisto plenamente, pues
no por ello abdico mis graves deberes ni dejo el puesto sumamente difícil que
llevo, mientras Dios me de salud y fuerza. Mi hijo, todos lo sabéis, es el
modelo de lo que debe ser hoy un Príncipe moderno y cristiano. Se le ataca
porque es incómodo. Pero recordad, para que no quepa la menor duda, que el que
le ataca a El, me ataca directamente a Mi, y por tanto al Carlismo.
Así, desde la cumbre de mis
muchos años, cuando he visto desmoronarse tantas cosas en Europa y en el mundo,
mi fe está intacta, mi confianza y amor al gran pueblo que sigue con admirable
lealtad nuestras banderas, son ilimitadas. Doy gracias a Dios por su ayuda en
tantas dificultades y peligros y espero con seguridad y confianza el porvenir
de la Causa que siempre serví, que es la de la noble nación española.
Vuestro viejo Rey:
Francisco Javier
Valcarlos – 6 de Diciembre de 1970
Francisco Javier
Valcarlos – 6 de Diciembre de 1970
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