Víctimas del mercado según unos, zarrapastrosos vagos según otros...
bohemios supervivientes según ellos mismos, todos opinan sobre el fenómeno okupa, pero sólo la izquierda propone soluciones.
JOSÉ ANTONIO SÁNCHEZ CABEZAS /L.D.
27 de febrero de 2016
Mientras
escribo estas líneas, decenas de okupas duermen en los edificios
públicos – hasta ahora en desuso- que el consistorio madrileño ha
puesto a su disposición. Y los chillidos de la derecha, por lo
visto, no turban su sueño. Debe ser que, cuando te acostumbras a
ellos, no pasan de ser un ruido de fondo. Como el tráfico.
Pero
mientras ellos siguen en su feliz indiferencia, a su alrededor el
debate se recrudece. La derecha, por supuesto, no ha tardado ni un
segundo en lanzas sus andanadas, y esta vez con palabras a las que
son sensibles los oídos de la izquierda burguesa: ¿acaso vamos a
regalarle viviendas pagadas con dinero público a personas que no
contribuyen?
Dejemos
de lado preguntas filosóficas del tipo “¿qué haría un buen
cristiano?”, o el artículo 47 de la Constitución, y que resultan
tremendamente incómodas a la derecha. Centrémonos en un análisis
pragmático de la cuestión:
Para
empezar, tenemos un primer problema: los okupas son personas que,
bien constreñidos por una situación económica sin salida, bien por
cultura antisistema, no se incorporan a la sociedad siguiendo el
modelo estándar. Y una de sus características – no la única, ni
mucho menos, de su modo de vida contracultural - es la de “okupar”
pisos vacíos, y darles uso.
El
problema surge porque esos pisos “okupados” tienen un dueño.
Expónganos
un caso que no es hipotético, sino real, y que servidor ha conocido
de primera mano: un hombre – un simple trabajador- que ha heredado
un piso pequeño en un barrio humilde se encuentra con que ha sido
“okupado”. Inicia un procedimiento de desahucio por precario
(para los que no lo sepan, "precario" es que habitan una
casa por cuyo uso no ostentan justo título. Okupas, vaya). Tras UN
AÑO Y PICO de pagar trámites, abogado, procurador, cerrajero, etc,
logró que acudieran los funcionarios y les desahuciaran. Pues bien:
solo una semana más tarde, ya habían vuelto a entrar. ¿Y ahora
qué? ¿Otro año de trámites? ¿Y para qué?
La
frustración de ese hombre es muy comprensible, y nos lleva a sentir
empatía con el “okupado”, y odio hacia el okupa. Ahora bien, el
odio no resuelve nada; el problema sigue ahí, por mucho que lo
miremos con ira.
¿Cuáles
son las opciones?
Matar
a los okupas está descartado, entre otras consideraciones, porque
está prohibido por la Ley.
Meter
en la cárcel a los okupas significaría que los ciudadanos no solo
les pagarían exactamente lo que ellos buscan – un techo-, sino
también la comida, el agua, el gas, la electricidad, la tele (en las
celdas de las prisiones españolas hay televisión, por raro que
parezca), la reeducación, amén de otros costes como el salario de
los guardias. Es una ruina.
Obligarles
a trabajar daría lugar a otra de esas graciosísimas paradojas: y es
que, si los pones a trabajar en algo, como barrer calles o coser
camisetas, las personas que ahora se ganan la vida barriendo calles o
cosiendo camisetas perderán su puesto de trabajo, y tal vez
acabarían viéndose obligados a okupar casa ajena para tener un
techo. No obstante, sería algo muy español eso de obligar a
trabajar a quien no quiere mientras hay cuatro millones de personas
buscando desesperadamente un empleo…
Luego
tenemos la alternativa de dejarles vagar libremente, para que okupen
las casas de ciudadanos como el trabajador del ejemplo anteriormente
expuesto.
Paralelamente,
hay otro problema, y es que los ayuntamientos de España se han
encontrado al cargo de un montón de edificios que están actualmente
vacíos, por lo que se degradan a un ritmo alarmante (un inmueble
abandonado acaban derruido a una velocidad pasmosa), y el
mantenimiento cuesta un pico...
En
resumidas cuentas, lo que ha hecho Ahora Madrid es convertir dos
problemas en dos soluciones. Lo cual resulta tan inteligente y
práctico que en España debería estar castigado como delito de Alta
Traición.
JOSÉ ANTONIO SÁNCHEZ CABEZAS /L.D.
27 de febrero de 2016
Mientras
escribo estas líneas, decenas de okupas duermen en los edificios
públicos – hasta ahora en desuso- que el consistorio madrileño ha
puesto a su disposición. Y los chillidos de la derecha, por lo
visto, no turban su sueño. Debe ser que, cuando te acostumbras a
ellos, no pasan de ser un ruido de fondo. Como el tráfico.
Pero
mientras ellos siguen en su feliz indiferencia, a su alrededor el
debate se recrudece. La derecha, por supuesto, no ha tardado ni un
segundo en lanzas sus andanadas, y esta vez con palabras a las que
son sensibles los oídos de la izquierda burguesa: ¿acaso vamos a
regalarle viviendas pagadas con dinero público a personas que no
contribuyen?
Dejemos
de lado preguntas filosóficas del tipo “¿qué haría un buen
cristiano?”, o el artículo 47 de la Constitución, y que resultan
tremendamente incómodas a la derecha. Centrémonos en un análisis
pragmático de la cuestión:
Para
empezar, tenemos un primer problema: los okupas son personas que,
bien constreñidos por una situación económica sin salida, bien por
cultura antisistema, no se incorporan a la sociedad siguiendo el
modelo estándar. Y una de sus características – no la única, ni
mucho menos, de su modo de vida contracultural - es la de “okupar”
pisos vacíos, y darles uso.
El
problema surge porque esos pisos “okupados” tienen un dueño.
Expónganos
un caso que no es hipotético, sino real, y que servidor ha conocido
de primera mano: un hombre – un simple trabajador- que ha heredado
un piso pequeño en un barrio humilde se encuentra con que ha sido
“okupado”. Inicia un procedimiento de desahucio por precario
(para los que no lo sepan, "precario" es que habitan una
casa por cuyo uso no ostentan justo título. Okupas, vaya). Tras UN
AÑO Y PICO de pagar trámites, abogado, procurador, cerrajero, etc,
logró que acudieran los funcionarios y les desahuciaran. Pues bien:
solo una semana más tarde, ya habían vuelto a entrar. ¿Y ahora
qué? ¿Otro año de trámites? ¿Y para qué?
La
frustración de ese hombre es muy comprensible, y nos lleva a sentir
empatía con el “okupado”, y odio hacia el okupa. Ahora bien, el
odio no resuelve nada; el problema sigue ahí, por mucho que lo
miremos con ira.
¿Cuáles
son las opciones?
Matar
a los okupas está descartado, entre otras consideraciones, porque
está prohibido por la Ley.
Meter
en la cárcel a los okupas significaría que los ciudadanos no solo
les pagarían exactamente lo que ellos buscan – un techo-, sino
también la comida, el agua, el gas, la electricidad, la tele (en las
celdas de las prisiones españolas hay televisión, por raro que
parezca), la reeducación, amén de otros costes como el salario de
los guardias. Es una ruina.
Obligarles
a trabajar daría lugar a otra de esas graciosísimas paradojas: y es
que, si los pones a trabajar en algo, como barrer calles o coser
camisetas, las personas que ahora se ganan la vida barriendo calles o
cosiendo camisetas perderán su puesto de trabajo, y tal vez
acabarían viéndose obligados a okupar casa ajena para tener un
techo. No obstante, sería algo muy español eso de obligar a
trabajar a quien no quiere mientras hay cuatro millones de personas
buscando desesperadamente un empleo…
Luego
tenemos la alternativa de dejarles vagar libremente, para que okupen
las casas de ciudadanos como el trabajador del ejemplo anteriormente
expuesto.
Paralelamente,
hay otro problema, y es que los ayuntamientos de España se han
encontrado al cargo de un montón de edificios que están actualmente
vacíos, por lo que se degradan a un ritmo alarmante (un inmueble
abandonado acaban derruido a una velocidad pasmosa), y el
mantenimiento cuesta un pico...
En
resumidas cuentas, lo que ha hecho Ahora Madrid es convertir dos
problemas en dos soluciones. Lo cual resulta tan inteligente y
práctico que en España debería estar castigado como delito de Alta
Traición.
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