"Patinazo histórico" al calificar de franquista la batalla de Montejurra, ocurrida en 1873
La aplicación de la Ley de Memoria Histórica, lleva a errar a la Cátedra de la Complutense.
MANUEL MARTORELL/CUARTO PODER
12 de febrero de 2016

Don Carlos VII pasando revista a sus tropas antes de la batalla en 1873
Finalmente,
la polémica por el estudio sobre las calles franquistas de Madrid ha
provocado la renuncia del equipo de la Universidad Complutense que
estaba realizando ese trabajo para el Ayuntamiento de la capital
española, no
considerándose responsable de la lista publicada por varios
medios de comunicación.
Uno
de los hechos que ha terminado convirtiendo tan delicado asunto en un
escándalo público ha sido la aplicación de la ley de Memoria
Histórica a conocidas
personalidades del mundo de la cultura porque, en un momento
determinado, dieron su apoyo al denominado “Bando Nacional” o al
propio Franco.
Entre
ellos se encuentran Salvador
Dalí, Gerardo
Diego, Eugeni
D’Ors, Manuel
Machado,Alfonso
Paso, Josep
Pla o Luis
Lázaro Galdiano,
que cedió su impresionante museo de arte pictórico en Madrid. De
hacer caso a este criterio, que, según la nota de la Cátedra de la
Memoria Histórica de la Complutense, no corresponde a su estudio,
podrían verse afectados también los homenajes o placas dedicados,
por ejemplo, a Pedro
Laín Entralgo, Dionisio
Ridruejo o Joaquín
Ruiz Giménez.
Pero
si ya resulta cuestionable eliminar a estas personalidades del
callejero madrileño debido a que, en un momento dado, dieron su
apoyo al régimen franquista, incluir en la citada lista la batalla
de Montejurra, ocurrida en 1873, resulta un verdadero patinazo
histórico.
Habrá
quien lo justifique afirmando que esa batalla es un hito histórico
del carlismo, movimiento que, a su vez, se unió a la sublevación
contra el Gobierno del Frente Popular y que, por esa razón, el
Ayuntamiento le dedicó una calle.
Lógicamente,
el Ayuntamiento de Madrid tiene el derecho de cambiar esa y otras
calles bajo el criterio que considere conveniente, pero no puede
insultar calificando de franquistas a los miles de voluntarios que
participaron en aquel combate, enfrentándose y derrotando a un
Ejército regular, 70 años antes de que el Consistorio madrileño
decidiera utilizar este símbolo tergiversando su significado.
Pero
aún resulta más sorprendente que se incluya en la lista ese nombre
y no figuren las batallas de Luchana y Montesquinza, también
correspondientes a las Guerras Carlistas, aunque en este caso ganadas
por los liberales. Ambas calles fueron aprobadas por el primer
Ayuntamiento franquista de Madrid que, por cierto, repuso la estatua
de Isabel II en la plaza de la Ópera, que oficialmente lleva el
nombre de esa reina.
La
pregunta es la siguiente: ¿por qué una batalla ganada por los
carlistas es franquista y, sin embargo, las liberales no lo son?
Teniendo en cuenta las claras preferencias de Franco por la dinastía
liberal y su tampoco disimulada animadversión hacia la de Javier
de Borbón-Parma,
tal vez habría que concluir que las de Luchana y Montesquinza son
más franquistas que la de Montejurra.
Como
reconoció el propio Franco, sus principales fracasos políticos,
dentro del llamado “Bando Nacional”, fueron el cardenal Segura,
que estuvo a punto de excomulgarle, y los seguidores de Javier de
Borbón-Parma, por quien nada hizo cuando la Gestapo lo internó en
el campo de exterminio de Dachau por colaborar con la Resistencia
Francesa.
Algo
parecido ocurre con la plaza dedicada al parlamentario Juan
Vázquez de Mella.
En este caso, el tribuno no figura en el listado pero su eliminación
del callejero también ha sido cubierta por el tufillo del franquismo
pese a que murió en 1928. Es cierto que este político
tradicionalista tenía unas ideas conservadoras y acentuadamente
religiosas, pero si este fuera el criterio para retirar nombres del
callejero, habría que hacer tal limpieza de calles que ninguna
ciudad se reconocería a sí misma.
Ideológicamente
no se puede asociar el pensamiento de Mella al franquismo porque era
radicalmente opuesto al poder central del Estado y propugnaba la
práctica independencia de los antiguos reinos de España, que, en su
opinión, debían regirse por sus antiguas leyes o fueros más que
por una Constitución central. Su apuesta por el poder municipal con
la participación directa de los electores tenía como objetivo
combatir el caciquismo y acabar con un sistema de partidos turnantes
que hacían y deshacían al margen de la población. Sus propuestas
de restaurar el “mandato imperativo” o el “juicio de
residencia”, es decir que los políticos solo aprobaran aquello que
los electores dijeran y que, al final de su mandato, su actuación
fuera juzgada por quienes les habían elegido, son ideas de plena
actualidad.
Partidario
del voto de la mujer, Mella fue considerado, incluso por los
republicanos, el mejor parlamentario que había existido. Impulsor de
la Solidaritat Catalana, intentó extender esta experiencia
autonómica a todas las regiones, por lo que fue tachado de
separatista.
También
se podrá decir que su nombre fue utilizado por el franquismo para
atraer a un carlismo cada vez más distanciado del régimen,
legalizando los llamados Círculos Culturales Vázquez de Mella.
Varios de ellos sirvieron como centros de reunión para las
Comisiones Obreras en los duros años 60 y después para los primeros
organismos unitarios de oposición democrática. En algunas
ocasiones, excombatientes del Requeté que estaban en los locales
impidieron que la Policía entrara para detener a los “rojos” que
estaban reunidos. En septiembre de 1968, el Gobierno de Franco
prohibió el homenaje que se había organizado en Covandonga con
motivo del traslado de sus restos mortales desde Madrid a su Asturias
natal.
Pero
lo más lamentable del caso de Vázquez de Mella es que para borrar
su nombre del callejero madrileño se haya echado mano de la memoria
del concejal socialista Pedro
Zerolo,
cuyo espíritu de tolerancia seguramente no habría aceptado que,
para perpetuar su recuerdo, se borrara de la historia ni siquiera el
de un enemigo sustituyendo el nombre de su plaza por el suyo.
MANUEL MARTORELL/CUARTO PODER
12 de febrero de 2016
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Don Carlos VII pasando revista a sus tropas antes de la batalla en 1873 |
Finalmente,
la polémica por el estudio sobre las calles franquistas de Madrid ha
provocado la renuncia del equipo de la Universidad Complutense que
estaba realizando ese trabajo para el Ayuntamiento de la capital
española, no
considerándose responsable de la lista publicada por varios
medios de comunicación.
Uno
de los hechos que ha terminado convirtiendo tan delicado asunto en un
escándalo público ha sido la aplicación de la ley de Memoria
Histórica a conocidas
personalidades del mundo de la cultura porque, en un momento
determinado, dieron su apoyo al denominado “Bando Nacional” o al
propio Franco.
Entre
ellos se encuentran Salvador
Dalí, Gerardo
Diego, Eugeni
D’Ors, Manuel
Machado,Alfonso
Paso, Josep
Pla o Luis
Lázaro Galdiano,
que cedió su impresionante museo de arte pictórico en Madrid. De
hacer caso a este criterio, que, según la nota de la Cátedra de la
Memoria Histórica de la Complutense, no corresponde a su estudio,
podrían verse afectados también los homenajes o placas dedicados,
por ejemplo, a Pedro
Laín Entralgo, Dionisio
Ridruejo o Joaquín
Ruiz Giménez.
Pero
si ya resulta cuestionable eliminar a estas personalidades del
callejero madrileño debido a que, en un momento dado, dieron su
apoyo al régimen franquista, incluir en la citada lista la batalla
de Montejurra, ocurrida en 1873, resulta un verdadero patinazo
histórico.
Habrá
quien lo justifique afirmando que esa batalla es un hito histórico
del carlismo, movimiento que, a su vez, se unió a la sublevación
contra el Gobierno del Frente Popular y que, por esa razón, el
Ayuntamiento le dedicó una calle.
Lógicamente,
el Ayuntamiento de Madrid tiene el derecho de cambiar esa y otras
calles bajo el criterio que considere conveniente, pero no puede
insultar calificando de franquistas a los miles de voluntarios que
participaron en aquel combate, enfrentándose y derrotando a un
Ejército regular, 70 años antes de que el Consistorio madrileño
decidiera utilizar este símbolo tergiversando su significado.
Pero
aún resulta más sorprendente que se incluya en la lista ese nombre
y no figuren las batallas de Luchana y Montesquinza, también
correspondientes a las Guerras Carlistas, aunque en este caso ganadas
por los liberales. Ambas calles fueron aprobadas por el primer
Ayuntamiento franquista de Madrid que, por cierto, repuso la estatua
de Isabel II en la plaza de la Ópera, que oficialmente lleva el
nombre de esa reina.
La
pregunta es la siguiente: ¿por qué una batalla ganada por los
carlistas es franquista y, sin embargo, las liberales no lo son?
Teniendo en cuenta las claras preferencias de Franco por la dinastía
liberal y su tampoco disimulada animadversión hacia la de Javier
de Borbón-Parma,
tal vez habría que concluir que las de Luchana y Montesquinza son
más franquistas que la de Montejurra.
Como
reconoció el propio Franco, sus principales fracasos políticos,
dentro del llamado “Bando Nacional”, fueron el cardenal Segura,
que estuvo a punto de excomulgarle, y los seguidores de Javier de
Borbón-Parma, por quien nada hizo cuando la Gestapo lo internó en
el campo de exterminio de Dachau por colaborar con la Resistencia
Francesa.
Algo
parecido ocurre con la plaza dedicada al parlamentario Juan
Vázquez de Mella.
En este caso, el tribuno no figura en el listado pero su eliminación
del callejero también ha sido cubierta por el tufillo del franquismo
pese a que murió en 1928. Es cierto que este político
tradicionalista tenía unas ideas conservadoras y acentuadamente
religiosas, pero si este fuera el criterio para retirar nombres del
callejero, habría que hacer tal limpieza de calles que ninguna
ciudad se reconocería a sí misma.
Ideológicamente
no se puede asociar el pensamiento de Mella al franquismo porque era
radicalmente opuesto al poder central del Estado y propugnaba la
práctica independencia de los antiguos reinos de España, que, en su
opinión, debían regirse por sus antiguas leyes o fueros más que
por una Constitución central. Su apuesta por el poder municipal con
la participación directa de los electores tenía como objetivo
combatir el caciquismo y acabar con un sistema de partidos turnantes
que hacían y deshacían al margen de la población. Sus propuestas
de restaurar el “mandato imperativo” o el “juicio de
residencia”, es decir que los políticos solo aprobaran aquello que
los electores dijeran y que, al final de su mandato, su actuación
fuera juzgada por quienes les habían elegido, son ideas de plena
actualidad.
Partidario
del voto de la mujer, Mella fue considerado, incluso por los
republicanos, el mejor parlamentario que había existido. Impulsor de
la Solidaritat Catalana, intentó extender esta experiencia
autonómica a todas las regiones, por lo que fue tachado de
separatista.
También
se podrá decir que su nombre fue utilizado por el franquismo para
atraer a un carlismo cada vez más distanciado del régimen,
legalizando los llamados Círculos Culturales Vázquez de Mella.
Varios de ellos sirvieron como centros de reunión para las
Comisiones Obreras en los duros años 60 y después para los primeros
organismos unitarios de oposición democrática. En algunas
ocasiones, excombatientes del Requeté que estaban en los locales
impidieron que la Policía entrara para detener a los “rojos” que
estaban reunidos. En septiembre de 1968, el Gobierno de Franco
prohibió el homenaje que se había organizado en Covandonga con
motivo del traslado de sus restos mortales desde Madrid a su Asturias
natal.
Pero
lo más lamentable del caso de Vázquez de Mella es que para borrar
su nombre del callejero madrileño se haya echado mano de la memoria
del concejal socialista Pedro
Zerolo,
cuyo espíritu de tolerancia seguramente no habría aceptado que,
para perpetuar su recuerdo, se borrara de la historia ni siquiera el
de un enemigo sustituyendo el nombre de su plaza por el suyo.
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