Catalunya y la vía confederal
En estos tiempos en los que la situación en Catalunya devuelve a la actualidad el debate sobre la organización del Estado, el término "confederación" sigue oculto en las páginas de los libros raros, aquellos que se guardan en lo alto de la estantería y que acumulan polvo.
rafael arencón (educador y presbítero anglicano / l. D.
16 de septiembre de 2015

"E PUR SI MUOVE" Exposición Madrid 2013
Como el
Guadiana, las confederaciones han aparecido y desparecido inopinadamanete a lo
largo de la Historia. Han gozado de los
nombres más exóticos (Liga Hanseática, Liga Iroquesa, Senegambia...) Su bandera
ha sigo levantada por los oficialmente “malos de la película” (Guerra de
Secesión). Se ha dicho de ellas que, siendo lo que son, en realidad no lo son
(Confederación Helvética)...
En la
Europa de postguerra el intento por experimentar el confederalismo ha cosechado
un estrepitoso fracaso. Ni el Consejo de Municipios y Regiones de Europa
(presidido en su momento por Pasqual Maragall y a partir de diciembre de este
año por el alcalde de Santander, Íñigo de la Serna) ni la Asamblea de las Regiones
de Europa (que presidió también en su momento Jordi Pujol) han significado
contrapeso alguno para las políticas dictadas por los Estados dominantes en
Europa.
Para
más inri, otros recientes intentos de aplicar las más modernas aproximaciones
al concepto de confederalismo han sido protagonizados por pueblos esparcidos
por diferentes Estados en escenarios de lo más convulsos (los kurdos asediados
por ISIS y Turquía).
Así
que, en resumidas cuentas, el concepto de “confederación” se ha visto caricaturizado
con la paradoja de un “anacronismo inaplicable”.
Y sin
embargo... como dijo Galileo: “e pur si muove”.
Algo se
mueve en la dirección del confederalismo, pese a las caricaturas denigrantes.
No lo escribo con un sentido de inexorabilidad histórica ni tengo ínfulas de
clarividente. Me limito a observar el presente y ver cómo crece el sustrato
para el confederalismo. Ese sustrato se llama “participación”.
Los
Estados han despreciado históricamente el valor de la participación de sus
ciudadanos, construyendo sistemas totalitarios o bien democracias
representativas (con la participación reducida a introducir una papeleta en una
urna). El creciente rechazo hacia los políticos burócratas, en muchas
democracias occidentales, pone de manifiesto que los ciudadanos desconfían cada
vez más del uso que los representantes hacen de su poder delegado.. Los
ciudadanos reclaman ser protagonistas y también guionistas de su propio futuro.
Un buen
ejemplo de ello es la agitación política que se vive en Cataluña.
Las
apariencias engañan. Hay fuerzas políticas interesadas en reconducir el deseo
de mayor participación ciudadana en la dirección de reclamar un nuevo
Estado-nación independiente. Pero lo cierto es que el llamado “proceso” se
inició con una reivindicación en favor del “derecho a decidir”.
Las
encuestan encuentran un consenso, casi absoluto y transversal a las simpatías
partidistas, en este deseo de recuperar para los ciudadanos la capacidad de
decidir su futuro, el “derecho a decidir”. Pero curiosamente, cuanto más grande
es la participación electoral, más reducido es el porcentaje de aquéllos que
apoyan la independencia de Cataluña y la constitución de un nuevo Estado-nación
independiente y separado de España.
El
derecho a decidir va más allá de un clamor por la independencia. Ésa es
solamente una de las vías por las que ese derecho puede hacer camino; y
probablemente esté aún lejos de ser siquiera la vía mayoritaria. Los ciudadanos
lo que reclaman es que no se les robe la capacidad de decidir por si mismos,
precisamente porque tienen distintas formas de imaginar ese futuro. Desean que
les dejen construir otro tipo de Estado, que se relacione de una forma distinta
con sus ciudadanos. Una nueva entidad política construida según el sentir y
entender de los propios ciudadanos. Y ahí es donde surge la oportunidad para el
confederalismo, como mejor expresión del respeto a la participación.
El
corazón del moderno confederalismo es garantizar la participación popular Ya no
se trata solamente de establecer las relaciones entre instituciones (Estados
que se relacionan voluntariamente para cooperar creando una Confederación). Se
trata de mantener en el pueblo la capacidad de decisión y dejar para los
políticos el cumplimiento administrativo de esas decisiones. Hacer realidad el
principio de subsidiariedad, siendo los primeros interesados quienes tomen la
responsabilidad de elegir sus opciones de futuro.
En
palabras de Murray Bookchin, el confederalismo democrático consiste en “un
cuerpo conscientemente formado de interdependencias que une la participación
ciudadana en municipalidades con un escrupulosamente supervisado sistema de
coordinación”. Esa coordinación para Bookchin es clave para alejar el peligro
de lo que él llama “parroquianismo”, un enroque en sí mismo que fosilizaría las
posibilidades de crecimiento creativo de ese cuerpo interdependiente.
La
reivindicación catalana del derecho a decidir puede culminar en la creación de
un nuevo Estado-nación, independiente y cerrado en si mismo; pero eso es
altamente improbable. Sin embargo, el proceso puede hacer camino hacia algo
mucho más creativo.
Es
posible un renovado foralismo, impulsado por la voluntad popular de conservar
el derecho a participar y autogobernarse, sin miedo a construir
interdependencias voluntarias.
Un
moderno confederalismo, que en su ejemplaridad puede ser avanzadilla de las
nuevas formas de organización social que nos traerá este siglo, que aún está en
su adolescencia.
Rafa
Arencón
rafael arencón (educador y presbítero anglicano / l. D.
16 de septiembre de 2015
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"E PUR SI MUOVE" Exposición Madrid 2013 |
Como el
Guadiana, las confederaciones han aparecido y desparecido inopinadamanete a lo
largo de la Historia. Han gozado de los
nombres más exóticos (Liga Hanseática, Liga Iroquesa, Senegambia...) Su bandera
ha sigo levantada por los oficialmente “malos de la película” (Guerra de
Secesión). Se ha dicho de ellas que, siendo lo que son, en realidad no lo son
(Confederación Helvética)...
En la
Europa de postguerra el intento por experimentar el confederalismo ha cosechado
un estrepitoso fracaso. Ni el Consejo de Municipios y Regiones de Europa
(presidido en su momento por Pasqual Maragall y a partir de diciembre de este
año por el alcalde de Santander, Íñigo de la Serna) ni la Asamblea de las Regiones
de Europa (que presidió también en su momento Jordi Pujol) han significado
contrapeso alguno para las políticas dictadas por los Estados dominantes en
Europa.
Para
más inri, otros recientes intentos de aplicar las más modernas aproximaciones
al concepto de confederalismo han sido protagonizados por pueblos esparcidos
por diferentes Estados en escenarios de lo más convulsos (los kurdos asediados
por ISIS y Turquía).
Así
que, en resumidas cuentas, el concepto de “confederación” se ha visto caricaturizado
con la paradoja de un “anacronismo inaplicable”.
Y sin
embargo... como dijo Galileo: “e pur si muove”.
Algo se
mueve en la dirección del confederalismo, pese a las caricaturas denigrantes.
No lo escribo con un sentido de inexorabilidad histórica ni tengo ínfulas de
clarividente. Me limito a observar el presente y ver cómo crece el sustrato
para el confederalismo. Ese sustrato se llama “participación”.
Los
Estados han despreciado históricamente el valor de la participación de sus
ciudadanos, construyendo sistemas totalitarios o bien democracias
representativas (con la participación reducida a introducir una papeleta en una
urna). El creciente rechazo hacia los políticos burócratas, en muchas
democracias occidentales, pone de manifiesto que los ciudadanos desconfían cada
vez más del uso que los representantes hacen de su poder delegado.. Los
ciudadanos reclaman ser protagonistas y también guionistas de su propio futuro.
Un buen
ejemplo de ello es la agitación política que se vive en Cataluña.
Las
apariencias engañan. Hay fuerzas políticas interesadas en reconducir el deseo
de mayor participación ciudadana en la dirección de reclamar un nuevo
Estado-nación independiente. Pero lo cierto es que el llamado “proceso” se
inició con una reivindicación en favor del “derecho a decidir”.
Las
encuestan encuentran un consenso, casi absoluto y transversal a las simpatías
partidistas, en este deseo de recuperar para los ciudadanos la capacidad de
decidir su futuro, el “derecho a decidir”. Pero curiosamente, cuanto más grande
es la participación electoral, más reducido es el porcentaje de aquéllos que
apoyan la independencia de Cataluña y la constitución de un nuevo Estado-nación
independiente y separado de España.
El
derecho a decidir va más allá de un clamor por la independencia. Ésa es
solamente una de las vías por las que ese derecho puede hacer camino; y
probablemente esté aún lejos de ser siquiera la vía mayoritaria. Los ciudadanos
lo que reclaman es que no se les robe la capacidad de decidir por si mismos,
precisamente porque tienen distintas formas de imaginar ese futuro. Desean que
les dejen construir otro tipo de Estado, que se relacione de una forma distinta
con sus ciudadanos. Una nueva entidad política construida según el sentir y
entender de los propios ciudadanos. Y ahí es donde surge la oportunidad para el
confederalismo, como mejor expresión del respeto a la participación.
El
corazón del moderno confederalismo es garantizar la participación popular Ya no
se trata solamente de establecer las relaciones entre instituciones (Estados
que se relacionan voluntariamente para cooperar creando una Confederación). Se
trata de mantener en el pueblo la capacidad de decisión y dejar para los
políticos el cumplimiento administrativo de esas decisiones. Hacer realidad el
principio de subsidiariedad, siendo los primeros interesados quienes tomen la
responsabilidad de elegir sus opciones de futuro.
En
palabras de Murray Bookchin, el confederalismo democrático consiste en “un
cuerpo conscientemente formado de interdependencias que une la participación
ciudadana en municipalidades con un escrupulosamente supervisado sistema de
coordinación”. Esa coordinación para Bookchin es clave para alejar el peligro
de lo que él llama “parroquianismo”, un enroque en sí mismo que fosilizaría las
posibilidades de crecimiento creativo de ese cuerpo interdependiente.
La
reivindicación catalana del derecho a decidir puede culminar en la creación de
un nuevo Estado-nación, independiente y cerrado en si mismo; pero eso es
altamente improbable. Sin embargo, el proceso puede hacer camino hacia algo
mucho más creativo.
Es
posible un renovado foralismo, impulsado por la voluntad popular de conservar
el derecho a participar y autogobernarse, sin miedo a construir
interdependencias voluntarias.
Un
moderno confederalismo, que en su ejemplaridad puede ser avanzadilla de las
nuevas formas de organización social que nos traerá este siglo, que aún está en
su adolescencia.
Rafa
Arencón
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