La crisis migratoria de Siria ha dejado al descubierto ciertas realidades sobre nosotros mismos...
...sobre las que no queremos pensar para no tener que contemplar el rostro de la crueldad y el egoísmo cada vez que nos miramos al espejo.
jOSÉ ANTONIO SÁNCHEZ CABEZAS/ l.d.
14 de septiembre de 2015
Los
Reyes magos son tres: Melchor, el rey europeo de largas barbas blancas, Gaspar, el rey de Oriente Próximo, y, por
supuesto, Baltasar, el monarca africano.
Y si preguntas a cualquiera “¿cuál
te gusta más?”, nueve de cada diez veces la respuesta es la misma:
Baltasar.
El
rey mago venido de África, con su blanca sonrisa que contrasta con su piel de
ébano, y su carácter exótico, al tiempo que cercano en su humanidad y su
alegría, es el favorito de todos, niños y adultos. Todos queremos a Baltasar.
Pero
no lo quieres viviendo en tu barrio.
“De fuera vendrá quien de tu casa te echará”,
reza el viejo adagio español. Un refrán
casi irónico en un país de emigrantes, como es el nuestro, en el que todos
tenemos un abuelo que tuvo que marchar a Francia o Alemania para sobrevivir a
la postguerra, y que se indigna ruidosamente cada vez que salta la noticia de
que en tal o cual país del norte de Europa se discrimina a nuestros
compatriotas.

“Esos malditos inmigrantes sirios que vienen a
Alemania a robarnos el empleo a los inmigrantes españoles…”
¿Pueda
ser el odio al ajeno? ¿Miedo al que es extranjero? Pudiera ser. No hablan
nuestra lengua. No tiene nuestras costumbres. Vienen de lugares lejanos, donde
rigen otras leyes, donde sufren otro clima.
Pudiera
ser… salvo porque no ves una marea de españoles manifestándose por la calles
contra la invasión alemana en Menorca. O la inglesa en Benidorm. O la
escandinava en tantos y tantos de nuestros pueblos que ahora tienen tantos
noruegos, suecos y finlandeses que hasta eligen alcalde a uno de los suyos. En
ninguna parte está escrito que para ser alcalde en España se tenga que saber
hablar el castellano, así que nadie dice nada.
Pero
claro, esos son europeos. Aunque daría igual que fuesen canadienses; serían
igualmente aceptados. Está bien. Los españoles siempre estamos secretamente
orgullosos de esos extranjeros pálidos del norte que vinieron en busca del sol
español.
¿Será
un tema de racismo? Es posible. En España llamamos “extranjero” al europeo que viene a vivir, pero reservamos el
término “inmigrante” para el africano
que hace eso mismo. No nos falta racismo; tenemos de sobra. El que no lo crea
dedicar un día a visitar el metro de Madrid, donde siempre encuentras un grupo
de "alegres" ultrasur en busca de "negros y sudacas" a los que partirles la cara.
Es
posible… pero, ¿acaso esos ultrasur no son los mismos que corean en el Bernabeu
los nombres de Marcelo y Keylor Navas? ¿No se dan de bofetadas por conseguir
una camisa firmada del colombiano James Rodriguez?
¿Quizás
tenga más que ver con la cultura, o la religión del otro? Es cierto que lo
españoles seguimos montando un escándalo cada vez que abren una Mezquita – una
“escuela de terroristas”-, y seguimos viendo un miembro de Alqaeda bajo cada
musulmán con el que nos cruzamos…
…
salvo que sea un jeque árabe. Nadie les pide la documentación a ellos, y en el
puerto no les esperan las porras de la guardia civil, sino que es el mismísimo
alcalde el que acude a recibirles cuando llega su yate. ¿Problemas con el Islam?
¡Por favor! ¡Si este es el país de La Alhambra!
¡Oh,
ya sé! ¡Es la delincuencia! Los de fuera son delincuentes. No queremos a
mafiosos rusos en nuestras calles… ¿o sí?
Es
poco conocido, pero existe un artículo en la reciente Ley de Emprendedores que
garantiza el permiso de residencia a los inmigrantes que adquieran una vivienda
en España por un importe superior a los 500.000 euros. Así que, amigo Dimitri,
si buscas un lugar donde blanquear el dinero negro de la droga, no dejes de
visitarnos. Por gastarte medio millón en ladrillo te regalamos la residencia;
si llegas a los cinco millones, te hacemos concejal.

“Votadme, y transformaré la Marbella de los mendigos
y delincuentes en una Marbella de millonarios y delincuentes”
Y
ahora, dejemos de lado la ironía, y hablemos claro: la diferencia entre un
respetable extranjero y un miserable inmigrante no es la raza. Ni la religión
es el motivo por el que se trata distinto al marroquí que salta la valla y al
jeque que llega a puerto. Ni la honradez es el motivo por el que lo llamamos
robar cuando lo hace el rumano de tu barrio, mientras que se convierte en
apropiación indebida cuando lo perpetra el empresario norteamericano.
Quitémonos
la careta. No les odiamos por su raza, su cultura o su religión.
Les
odiamos porque son pobres.
Somos
el producto de una sociedad burguesa, educada en el capitalismo. No importa
cuántas veces manifiestes tu solidaridad, y cuando maldigas a los políticos, a
los neonazis, a la periodista que patea a los inmigrantes sirios; en el fondo,
tú también les temes y les odias.
Eres
el producto de la sociedad en la que vives, y en una sociedad burguesa y
capitalista ser pobre es el único delito que jamás se perdona.
jOSÉ ANTONIO SÁNCHEZ CABEZAS/ l.d.
14 de septiembre de 2015
Los
Reyes magos son tres: Melchor, el rey europeo de largas barbas blancas, Gaspar, el rey de Oriente Próximo, y, por
supuesto, Baltasar, el monarca africano.
Y si preguntas a cualquiera “¿cuál
te gusta más?”, nueve de cada diez veces la respuesta es la misma:
Baltasar.
El
rey mago venido de África, con su blanca sonrisa que contrasta con su piel de
ébano, y su carácter exótico, al tiempo que cercano en su humanidad y su
alegría, es el favorito de todos, niños y adultos. Todos queremos a Baltasar.
Pero
no lo quieres viviendo en tu barrio.
“De fuera vendrá quien de tu casa te echará”,
reza el viejo adagio español. Un refrán
casi irónico en un país de emigrantes, como es el nuestro, en el que todos
tenemos un abuelo que tuvo que marchar a Francia o Alemania para sobrevivir a
la postguerra, y que se indigna ruidosamente cada vez que salta la noticia de
que en tal o cual país del norte de Europa se discrimina a nuestros
compatriotas.
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“Esos malditos inmigrantes sirios que vienen a Alemania a robarnos el empleo a los inmigrantes españoles…” |
¿Pueda
ser el odio al ajeno? ¿Miedo al que es extranjero? Pudiera ser. No hablan
nuestra lengua. No tiene nuestras costumbres. Vienen de lugares lejanos, donde
rigen otras leyes, donde sufren otro clima.
Pudiera
ser… salvo porque no ves una marea de españoles manifestándose por la calles
contra la invasión alemana en Menorca. O la inglesa en Benidorm. O la
escandinava en tantos y tantos de nuestros pueblos que ahora tienen tantos
noruegos, suecos y finlandeses que hasta eligen alcalde a uno de los suyos. En
ninguna parte está escrito que para ser alcalde en España se tenga que saber
hablar el castellano, así que nadie dice nada.
Pero
claro, esos son europeos. Aunque daría igual que fuesen canadienses; serían
igualmente aceptados. Está bien. Los españoles siempre estamos secretamente
orgullosos de esos extranjeros pálidos del norte que vinieron en busca del sol
español.
¿Será
un tema de racismo? Es posible. En España llamamos “extranjero” al europeo que viene a vivir, pero reservamos el
término “inmigrante” para el africano
que hace eso mismo. No nos falta racismo; tenemos de sobra. El que no lo crea
dedicar un día a visitar el metro de Madrid, donde siempre encuentras un grupo
de "alegres" ultrasur en busca de "negros y sudacas" a los que partirles la cara.
Es
posible… pero, ¿acaso esos ultrasur no son los mismos que corean en el Bernabeu
los nombres de Marcelo y Keylor Navas? ¿No se dan de bofetadas por conseguir
una camisa firmada del colombiano James Rodriguez?
¿Quizás
tenga más que ver con la cultura, o la religión del otro? Es cierto que lo
españoles seguimos montando un escándalo cada vez que abren una Mezquita – una
“escuela de terroristas”-, y seguimos viendo un miembro de Alqaeda bajo cada
musulmán con el que nos cruzamos…
…
salvo que sea un jeque árabe. Nadie les pide la documentación a ellos, y en el
puerto no les esperan las porras de la guardia civil, sino que es el mismísimo
alcalde el que acude a recibirles cuando llega su yate. ¿Problemas con el Islam?
¡Por favor! ¡Si este es el país de La Alhambra!
¡Oh,
ya sé! ¡Es la delincuencia! Los de fuera son delincuentes. No queremos a
mafiosos rusos en nuestras calles… ¿o sí?
Es
poco conocido, pero existe un artículo en la reciente Ley de Emprendedores que
garantiza el permiso de residencia a los inmigrantes que adquieran una vivienda
en España por un importe superior a los 500.000 euros. Así que, amigo Dimitri,
si buscas un lugar donde blanquear el dinero negro de la droga, no dejes de
visitarnos. Por gastarte medio millón en ladrillo te regalamos la residencia;
si llegas a los cinco millones, te hacemos concejal.
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“Votadme, y transformaré la Marbella de los mendigos y delincuentes en una Marbella de millonarios y delincuentes” |
Y
ahora, dejemos de lado la ironía, y hablemos claro: la diferencia entre un
respetable extranjero y un miserable inmigrante no es la raza. Ni la religión
es el motivo por el que se trata distinto al marroquí que salta la valla y al
jeque que llega a puerto. Ni la honradez es el motivo por el que lo llamamos
robar cuando lo hace el rumano de tu barrio, mientras que se convierte en
apropiación indebida cuando lo perpetra el empresario norteamericano.
Quitémonos
la careta. No les odiamos por su raza, su cultura o su religión.
Les
odiamos porque son pobres.
Somos
el producto de una sociedad burguesa, educada en el capitalismo. No importa
cuántas veces manifiestes tu solidaridad, y cuando maldigas a los políticos, a
los neonazis, a la periodista que patea a los inmigrantes sirios; en el fondo,
tú también les temes y les odias.
Eres
el producto de la sociedad en la que vives, y en una sociedad burguesa y
capitalista ser pobre es el único delito que jamás se perdona.
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