Desde las filas liberales se asume que, en el libre mercado, cada trabajador cobra un salario acorde con lo que produce. ¿Podría ser verdad?
Dice la Ley de Godwin que en cualquier debate que se prolongue lo bastante, una de las partes llamará "nazi" a la otra; es cuestión de tiempo. Esta misma ley afirma que la parte que usa el término es la que ha perdido el debate, porque un insulto tan extremo como "nazi" solo se usa cuando te quedas sin argumentos.
josé antonio sánchez cabezas /l.d.
07 de julio de 2015
En
los debates con los liberales existe una variante de esta ley; en
cualquier discusión sobre la retribución de los trabajadores, el
liberal siempre acaba afirmado que el mercado retribuye al trabajador
en la medida de su producción. “Si
cobra poco es porque produce poco.”,
suelen decir.
La
idea subyacente es que cualquier regulación laboral, como lo es el
salario mínimo interprofesional, perjudica tanto a las empresas como
a los trabajadores. Las primeras deben cargar con sobrecostes
laborales, y los segundos no encuentran empleo cuando el valor de su
esfuerzo no alcanza a producir el valor de ese salario mínimo. En
otras palabras, si el salario mínimo es de 600 euros, y un
trabajador es incapaz de realizar un trabajo que “aporte” a la
empresa un valor superior a ese sueldo, no encontrará trabajo,
porque la empresa no va a contratar a alguien cuyo trabajo vale menos
que su sueldo, y tampoco puede ofrecerle un salario inferior al
mínimo interprofesional porque la ley no lo permite.
Las
fallas de esta tesis son muchas, y darían para un libro, pero vamos
a analizar solo algunas de las más evidentes:
El
rendimiento intrínseco del trabajador no existe
Para
empezar, la tesis liberal carga sobre las espaldas del propio
trabajador la culpa de su bajo salario. El mercado no puede
equivocarse, ergo, si un trabajador cobra una miseria, eso debe ser
lo que vale su desempeño.
Ahora
bien, es sabido que los salarios no son los mismos en todas partes.
El puesto de trabajo tiene una retribución completamente distinta en
países de nuestro entorno, como podrían ser Alemania, Francia,
Noruega o España. La legislación de esas naciones es variopinta;
unas veces es similar, en otras es más proteccionista, y en otras es
más liberal, sin que esta última opción asegure en absoluto
mejores salarios. Dinamarca es, por poner un ejemplo, la
socialdemocracia más desarrollada del continente, y ello no impide
que posea los salarios más altos y el mejor nivel de vida de Europa.
La
diferencia podría radicar en la “cultura
del esfuerzo”. Este concepto,
verdadero fetiche liberal, carga de nuevo las culpas sobre el
trabajador; si los españoles cobran menos que los alemanes en los
mismos empleos es porque los alemanes son trabajadores
hipereficientes, mientras que el asalariado español es de naturaleza
perezosa.
Ahora
bien, es sabido que, durante la crisis en la que nos hallamos aún
inmersos, cientos de miles de españoles han salido a buscarse la
vida más allá de nuestras fronteras, siendo así que los
empresarios extranjeros están mayormente encantados con sus
excelentes rendimientos. Tanto que hasta les pagan salarios decentes.

Jóvenes españoles emigrando al extranjero; imágenes de ayer, hoy, y siempre.
¿Es
posible que los trabajadores españoles digievolucionen
al cruzar los Pirineos? Tal vez la respuesta al misterio sea la
magia…
… o
tal vez estén interviniendo otros elementos muchos más
desagradables al oído liberal. Por ejemplo, es sabido que un
trabajador puede rendir más o menos dependiendo de si está bien
dirigido. Tal vez dejamos de mirar al esforzado empleado, y comenzar
fijarnos en la patronal de nuestro país para explicar cómo los
mismos trabajadores tienen un rendimiento completamente distinto
según el lado de la frontera en el que se encuentran.
Otra
explicación tentadora es invertir la relación causa-efecto: en
lugar de asumir que los salarios de miseria son la justa recompensa a
un trabajo penoso, podría ser que los empresarios obtienen del
trabajador un rendimiento acorde al salario que les ofrecen. Si
quieren un mayor rendimiento, que ofrezcan mejores salarios.
Esta
última idea tiene incluso un cierto aire liberal: es una ley del
mercado que la calidad se paga. Si eso sirve para coches,
restaurantes y smartphones, ¿por qué no iba a aplicase también al
trabajo? Al fin y al cabo, el trabajo es el producto que el empleado
ofrece en el mercado laboral.
Sin
embargo, acordes o no con la filosofía de mercado, estas variables
no se contemplan por los neoliberales. El rendimiento del trabajador
debe ser algo fijo, totalmente ajeno a lo hábil o torpe que sea el
empresario. De lo contrario, se está desplazando la responsabilidad
del rendimiento laboral hacia los empresarios. Y eso sí que no. De
ninguna manera, vamos.
El
salario de un trabajador viene determinado por su productividad
Estamos
ante la idea más falsa de todo el repertorio. Y es falsa por una
razón obvia: el valor de mercado de cualquier cosa no se basa en su
productividad, sino en su escasez.
La
escasez, recordémoslo, no significa “poco”. No cuando hablamos
en términos económicos. En economía, algo es escaso cuando su
oferta es inferior a su demanda; es esa
escasez, la diferencia entre oferta y demanda, la que determina su
valor.
Así,
el petróleo que hay en el mercado no es poco. Se producen y se ponen
a la venta millones de barriles cada mes, cada semana y cada día.
Sin embargo, la demanda es todavía mayor; por eso es un recurso
económicamente valioso.
Sin
embargo, si solo hubiese cuatro o cinco unidades de un producto en el
mercado, y no lo quisiese nadie, su valor económico sería cero. Lo
mismo que si existiesen unos miles, y se demandasen solo unas
docenas.
Volviendo
a nuestro país, con el estallido de la crisis inmobiliaria se
perdieron miles de puestos de trabajo en el sector de la
construcción. Y la razón de dicha crisis no fue que los albañiles
fuesen poco productivos; de hecho, durante aquellos años España
había construido muchas más viviendas que Francia, Italia y
Alemania juntas. Se produjeron tantas, de hecho, que ya no había
mercado. Han pasado siete años, y en nuestro país quedan medio
millón de viviendas que no encuentran comprador.
Oferta
y demanda, señoras y señores. Oferta y demanda. Si el mercado
demanda mil albañiles, y solo hay quinientos, los salarios se
dispararán por las nubes. Si el mercado demanda mil albañiles, y
hay diez mil buscando trabajo, los salarios caerán en picado. No es
una cuestión de productividad.
Si
lo gana es porque lo produce
Esta
expresión es una variante de la idea anterior, y suele utilizarse
cuando se produce un exceso en el mercado, véase el salario de los
futbolistas.
Esta
idea tampoco tiene mayor recorrido, y mucho menos en España, país
que ha visto declararse en concurso de acreedores a 22 equipos de
fútbol de primera y segunda división en los últimos años.
Y
de la misma manera que es totalmente falso que el trabajo de una
persona adulta y sana pueda valer menos que el salario mínimo,
resulta increíble que el desempeño de Kaká en el RM valiese los 40
millones que ganó durante su estancia en el conjunto blanco. Ni
siquiera en términos de mercado es sostenible tal afirmación.
En
el mundo financiero tienes, además, especuladores que ganan grandes
cantidades de dinero sin producir absolutamente nada, salvo ruina.
¿Otro ejemplo? Las casas de apuestas. Ganan miles de millones, pero…
¿Qué están produciendo exactamente? Un neoliberal, a falta de más
argumentos, podría responder “dinero”. Lo cual nos lleva al
siguiente punto…
El
error del dinero
Imagine
un general que, para sorprender al ejército enemigo, decide atacar a
través de un desierto.
Cuando
sus tropas ya se han internado en el páramo de arena, y avanzan
trabajosamente bajo un sol de justicia, los encargados de intendencia
le transmiten al general un mensaje preocupante: no había traído
provisiones suficientes. El general escucha la noticia con calma;
incluso sonríe. “Ya lo sabía,
señores. – les dice- Pero
no se preocupen; he traído dinero.”
Dos
semanas más tarde, diezmado, el ejército alcanza un rio llamado
“Camarones”. Tras recuperar las fuerzas, lo primero que hacen los
soldados supervivientes es amotinarse contra el estúpido general que
pensaba que se iba a encontrar un supermercado en mitad del desierto.
Esta
historia, que parece una especie de chiste, es
real. Le ocurrió en 1878 al dictador
boliviano Daza Groselle en su guerra contra Chile.

“No os preocupéis; he traído dinero.”
Dicho por Daza Groselle, en mitad del desierto.
Y
si bien es difícil que ningún militar repita semejante insensatez,
la anécdota sirve para ilustrar la siguiente afirmación: el dinero
no es real. Solo existe como una convención social, una ficción en
la que participamos todos, y en la que nos hallamos tan inmersos que,
como al dictador Daza Groselle, a veces se nos olvida su naturaleza
ficticia.
Dicho
esto, hay un lugar, un ente, que comete ese mismo error día tras
día: el mercado.
Belén
Esteban gana quince veces más que los obreros que construyen las
casas en las que vivimos, y Paquirrín gana veinte veces más que los
trabajadores del campo cuyo esfuerzo alimenta a toda la población
mundial. Y si preguntas a un defensor del Libre Mercado, te
responderá que si Belén Esteban o Paquirrín ganan esas cantidades,
es porque lo producen.
Que
producen, ¿el qué? ¿Viviendas en las que refugiarnos del frio?
¿Alimentos? ¿Vestido? ¿Vergüenza ajena? ¿Qué es lo que producen
para merecer tanto dinero?
Ah,
sí. Ya recuerdo: producen dinero.

Sí, él lo vale
Una
última anécdota: en 2006 fueron condenados los directivos de Enron,
multinacional que había protagonizado la mayor quiebra hasta aquel
momento – el relevo lo tomaría Lemmanh Brothers un par de años
más tarde-, por haber hinchado los beneficios de la empresa.

Otro heroico defensor del libre mercado, acosado por el sistema
Al
parecer, Enron se había acogido a un sistema denominado “Inversiones
a precio de mercado”, que les permitió computar en sus libros de
cuentas los beneficios de operaciones que todavía no se habían
realizado, usando como referencia el precio de mercado. Al jurado el
sistema de valoración a precio de mercado le pareció un fraude.
Normal:
siempre lo es.
josé antonio sánchez cabezas /l.d.
07 de julio de 2015
En
los debates con los liberales existe una variante de esta ley; en
cualquier discusión sobre la retribución de los trabajadores, el
liberal siempre acaba afirmado que el mercado retribuye al trabajador
en la medida de su producción. “Si
cobra poco es porque produce poco.”,
suelen decir.
La
idea subyacente es que cualquier regulación laboral, como lo es el
salario mínimo interprofesional, perjudica tanto a las empresas como
a los trabajadores. Las primeras deben cargar con sobrecostes
laborales, y los segundos no encuentran empleo cuando el valor de su
esfuerzo no alcanza a producir el valor de ese salario mínimo. En
otras palabras, si el salario mínimo es de 600 euros, y un
trabajador es incapaz de realizar un trabajo que “aporte” a la
empresa un valor superior a ese sueldo, no encontrará trabajo,
porque la empresa no va a contratar a alguien cuyo trabajo vale menos
que su sueldo, y tampoco puede ofrecerle un salario inferior al
mínimo interprofesional porque la ley no lo permite.
Las
fallas de esta tesis son muchas, y darían para un libro, pero vamos
a analizar solo algunas de las más evidentes:
El
rendimiento intrínseco del trabajador no existe
Para
empezar, la tesis liberal carga sobre las espaldas del propio
trabajador la culpa de su bajo salario. El mercado no puede
equivocarse, ergo, si un trabajador cobra una miseria, eso debe ser
lo que vale su desempeño.
Ahora
bien, es sabido que los salarios no son los mismos en todas partes.
El puesto de trabajo tiene una retribución completamente distinta en
países de nuestro entorno, como podrían ser Alemania, Francia,
Noruega o España. La legislación de esas naciones es variopinta;
unas veces es similar, en otras es más proteccionista, y en otras es
más liberal, sin que esta última opción asegure en absoluto
mejores salarios. Dinamarca es, por poner un ejemplo, la
socialdemocracia más desarrollada del continente, y ello no impide
que posea los salarios más altos y el mejor nivel de vida de Europa.
La
diferencia podría radicar en la “cultura
del esfuerzo”. Este concepto,
verdadero fetiche liberal, carga de nuevo las culpas sobre el
trabajador; si los españoles cobran menos que los alemanes en los
mismos empleos es porque los alemanes son trabajadores
hipereficientes, mientras que el asalariado español es de naturaleza
perezosa.
Ahora
bien, es sabido que, durante la crisis en la que nos hallamos aún
inmersos, cientos de miles de españoles han salido a buscarse la
vida más allá de nuestras fronteras, siendo así que los
empresarios extranjeros están mayormente encantados con sus
excelentes rendimientos. Tanto que hasta les pagan salarios decentes.
![]() |
Jóvenes españoles emigrando al extranjero; imágenes de ayer, hoy, y siempre. |
¿Es
posible que los trabajadores españoles digievolucionen
al cruzar los Pirineos? Tal vez la respuesta al misterio sea la
magia…
… o
tal vez estén interviniendo otros elementos muchos más
desagradables al oído liberal. Por ejemplo, es sabido que un
trabajador puede rendir más o menos dependiendo de si está bien
dirigido. Tal vez dejamos de mirar al esforzado empleado, y comenzar
fijarnos en la patronal de nuestro país para explicar cómo los
mismos trabajadores tienen un rendimiento completamente distinto
según el lado de la frontera en el que se encuentran.
Otra
explicación tentadora es invertir la relación causa-efecto: en
lugar de asumir que los salarios de miseria son la justa recompensa a
un trabajo penoso, podría ser que los empresarios obtienen del
trabajador un rendimiento acorde al salario que les ofrecen. Si
quieren un mayor rendimiento, que ofrezcan mejores salarios.
Esta
última idea tiene incluso un cierto aire liberal: es una ley del
mercado que la calidad se paga. Si eso sirve para coches,
restaurantes y smartphones, ¿por qué no iba a aplicase también al
trabajo? Al fin y al cabo, el trabajo es el producto que el empleado
ofrece en el mercado laboral.
Sin
embargo, acordes o no con la filosofía de mercado, estas variables
no se contemplan por los neoliberales. El rendimiento del trabajador
debe ser algo fijo, totalmente ajeno a lo hábil o torpe que sea el
empresario. De lo contrario, se está desplazando la responsabilidad
del rendimiento laboral hacia los empresarios. Y eso sí que no. De
ninguna manera, vamos.
El
salario de un trabajador viene determinado por su productividad
Estamos
ante la idea más falsa de todo el repertorio. Y es falsa por una
razón obvia: el valor de mercado de cualquier cosa no se basa en su
productividad, sino en su escasez.
La
escasez, recordémoslo, no significa “poco”. No cuando hablamos
en términos económicos. En economía, algo es escaso cuando su
oferta es inferior a su demanda; es esa
escasez, la diferencia entre oferta y demanda, la que determina su
valor.
Así,
el petróleo que hay en el mercado no es poco. Se producen y se ponen
a la venta millones de barriles cada mes, cada semana y cada día.
Sin embargo, la demanda es todavía mayor; por eso es un recurso
económicamente valioso.
Sin
embargo, si solo hubiese cuatro o cinco unidades de un producto en el
mercado, y no lo quisiese nadie, su valor económico sería cero. Lo
mismo que si existiesen unos miles, y se demandasen solo unas
docenas.
Volviendo
a nuestro país, con el estallido de la crisis inmobiliaria se
perdieron miles de puestos de trabajo en el sector de la
construcción. Y la razón de dicha crisis no fue que los albañiles
fuesen poco productivos; de hecho, durante aquellos años España
había construido muchas más viviendas que Francia, Italia y
Alemania juntas. Se produjeron tantas, de hecho, que ya no había
mercado. Han pasado siete años, y en nuestro país quedan medio
millón de viviendas que no encuentran comprador.
Oferta
y demanda, señoras y señores. Oferta y demanda. Si el mercado
demanda mil albañiles, y solo hay quinientos, los salarios se
dispararán por las nubes. Si el mercado demanda mil albañiles, y
hay diez mil buscando trabajo, los salarios caerán en picado. No es
una cuestión de productividad.
Si
lo gana es porque lo produce
Esta
expresión es una variante de la idea anterior, y suele utilizarse
cuando se produce un exceso en el mercado, véase el salario de los
futbolistas.
Esta
idea tampoco tiene mayor recorrido, y mucho menos en España, país
que ha visto declararse en concurso de acreedores a 22 equipos de
fútbol de primera y segunda división en los últimos años.
Y
de la misma manera que es totalmente falso que el trabajo de una
persona adulta y sana pueda valer menos que el salario mínimo,
resulta increíble que el desempeño de Kaká en el RM valiese los 40
millones que ganó durante su estancia en el conjunto blanco. Ni
siquiera en términos de mercado es sostenible tal afirmación.
En
el mundo financiero tienes, además, especuladores que ganan grandes
cantidades de dinero sin producir absolutamente nada, salvo ruina.
¿Otro ejemplo? Las casas de apuestas. Ganan miles de millones, pero…
¿Qué están produciendo exactamente? Un neoliberal, a falta de más
argumentos, podría responder “dinero”. Lo cual nos lleva al
siguiente punto…
El
error del dinero
Imagine
un general que, para sorprender al ejército enemigo, decide atacar a
través de un desierto.
Cuando
sus tropas ya se han internado en el páramo de arena, y avanzan
trabajosamente bajo un sol de justicia, los encargados de intendencia
le transmiten al general un mensaje preocupante: no había traído
provisiones suficientes. El general escucha la noticia con calma;
incluso sonríe. “Ya lo sabía,
señores. – les dice- Pero
no se preocupen; he traído dinero.”
Dos
semanas más tarde, diezmado, el ejército alcanza un rio llamado
“Camarones”. Tras recuperar las fuerzas, lo primero que hacen los
soldados supervivientes es amotinarse contra el estúpido general que
pensaba que se iba a encontrar un supermercado en mitad del desierto.
Esta
historia, que parece una especie de chiste, es
real. Le ocurrió en 1878 al dictador
boliviano Daza Groselle en su guerra contra Chile.
![]() |
“No os preocupéis; he traído dinero.”
Dicho por Daza Groselle, en mitad del desierto.
|
Y
si bien es difícil que ningún militar repita semejante insensatez,
la anécdota sirve para ilustrar la siguiente afirmación: el dinero
no es real. Solo existe como una convención social, una ficción en
la que participamos todos, y en la que nos hallamos tan inmersos que,
como al dictador Daza Groselle, a veces se nos olvida su naturaleza
ficticia.
Dicho
esto, hay un lugar, un ente, que comete ese mismo error día tras
día: el mercado.
Belén
Esteban gana quince veces más que los obreros que construyen las
casas en las que vivimos, y Paquirrín gana veinte veces más que los
trabajadores del campo cuyo esfuerzo alimenta a toda la población
mundial. Y si preguntas a un defensor del Libre Mercado, te
responderá que si Belén Esteban o Paquirrín ganan esas cantidades,
es porque lo producen.
Que
producen, ¿el qué? ¿Viviendas en las que refugiarnos del frio?
¿Alimentos? ¿Vestido? ¿Vergüenza ajena? ¿Qué es lo que producen
para merecer tanto dinero?
Ah,
sí. Ya recuerdo: producen dinero.
![]() |
Sí, él lo vale |
Una
última anécdota: en 2006 fueron condenados los directivos de Enron,
multinacional que había protagonizado la mayor quiebra hasta aquel
momento – el relevo lo tomaría Lemmanh Brothers un par de años
más tarde-, por haber hinchado los beneficios de la empresa.
![]() |
Otro heroico defensor del libre mercado, acosado por el sistema |
Al
parecer, Enron se había acogido a un sistema denominado “Inversiones
a precio de mercado”, que les permitió computar en sus libros de
cuentas los beneficios de operaciones que todavía no se habían
realizado, usando como referencia el precio de mercado. Al jurado el
sistema de valoración a precio de mercado le pareció un fraude.
Normal:
siempre lo es.
No hay comentarios:
Publicar un comentario