El Rey Carlos Javier se dirigió al pueblo carlista y a todos los ciudadan@s del mundo.
La monarquía socialista es aquella basada en su tradición de lucha contra el dominio absorbente y dictatorial que impone la plutocracia capitalista.
14 de abril de 2015
Todos
los costarricenses que, amando a nuestra Patria, sin olvidar el
pillaje vil que los colonos españoles vinieron a hacer contra
nuestros aún no desagraviados nativos, reconocemos, también, en
nuestra lengua castellana, en mucha de nuestra música, en nuestra
religión católica y en nuestra idiosincrasia en general una
herencia ibérica que no podemos ocultar, no podemos ignorar el
mensaje que da este año el titular de la Casa de Borbón-Parma a sus
leales colaboradores con ocasión del 10 de marzo, Día de los
Mártires de la Tradición.
El mensaje es digno, pues contiene claves que no cualquier palabreríade diplomático rigor contiene.
En efecto, habla allí un Rey. En la memoria de los héroes
fallecidos en Zaragoza, deja S. M. el Rey Don Carlos Javier clara su
legitimidad, a diferencia de los que, apoltronados en la Zarzuela y
en otras partes, deslumbrados por la cortesanía burguesa, ni
intentan comprender el porqué de la hidalguía y la lucha eterna de
las grandes clases populares.
Empieza
Don Carlos Javier haciendo una hermosa valoración de la pobreza que
asumen los carlistas verdaderos: no aquella oprobiosa y miserable
sino la que se adopta como compromiso radical con unos ideales de
bien común, justicia e igualdad. Creo que ningún carlista o
socialista auténtico (nadie, de hecho, que se proclame
orgullosamente ‘de izquierda’) debería sentir jamás plena
comodidad material en su vida. La pobreza voluntaria en cierto grado
es precisa para solidarizarse con la involuntaria, la de las grandes
masas desposeídas que viven en las barriadas. De otra manera no se
puede hacer; a algo se referiría Nuestro Señor con aquello de
“primero pasará un camello por el ojo de una aguja” (Mc. 10,
25).
Tras
el pensamiento inicial, Don Carlos inicia la reflexión política ya
en el cuarto párrafo, que constituye una dura crítica a los que
encuentran en un mero conservadurismo sentimental la solución a las
duras encrucijadas que los pueblos enfrentan en nuestra realidad
actual. Con el valor de la memoria histórica prolijamente
salvaguardado en la reflexión introductoria, y especialmente en el
tercer párrafo, deja claro Don Carlos que los padecimientos de la
actualidad se resuelven viendo precisamente la actualidad. “No es
sorprendente que algunos vuelvan a preguntarse ‘¿Qué piensan
ahora los carlistas?’” Las glorias del pasado, presentes en el
“vuelvan a preguntarse”, deben quedar complementadas con el “¿Qué
piensan ahora?” ¿Cuál es el pensamiento actual de los carlistas?
El actual, no el de 1936 ni el de 1939. El mundo contemporáneo exige
que reflexionemos y rescatemos los valores eternos, no que hagamos un
terrorismo contra toda crítica, como es usual en el falso
“tradicionalismo de derecha” y, en el caso español, en algunos
sectores republicanos que se quedaron suspirando por Santiago
Carrillo o, aún más grave, en otros que anhelan la horrorosa sombra
de Franco, de Ledesma o de la Falange. Lo mismo ocurre con todos los
movimientos neohitlerianos, desde el Front National, de Marine Le Pen
en Francia, hasta el Amanecer Dorado en Grecia.
El
quinto y sexto párrafo merecen una glosa aparte. ¿A qué se refiere
Don Carlos con “ideales que puedan superar el materialismo
individualista”? ¡Precisamente a los que postulan que sí es
posible vivir otro mundo, fuera del capitalismo! ¿Cuál poderoso
empresario criollo osará decir que Su Majestad el Duque de Parma es
un chancletudo? ¿Quién cuestionará que “defender la propiedad
justa basada en el valor de la persona y de su trabajo, que hoy se
olvida en favor de la ingeniería monetaria” es una proclama
abierta en contra del poder del gran capital financiero, una llamada
a la lucha obrera, a la reforma agraria…? El llamado del Rey se
dirige precisamente hacia lo que el gran poder capitalista no
permite.
Pero
no se queda hasta aquí. El “absolutismo de Estado en nombre de
España” que Don Carlos repudia es la España de Franco, la España
que aplasta pueblos y costumbres centenarias, pero también con ella
la España decimonónica, la España arrodillada ante el liberalismo,
la España que renuncia a su patrimonio cultural e institucional, la
España que por perseguir un difuso ideal de modernización, se
entrega a los espurios intereses del poder foráneo. Y no sólo eso,
Su Majestad se refiere a una práctica política de manera integral,
la de los funcionarios y congresistas serviles y los burócratas que,
por medio de leguleyadas, pretenden mantener su posición sobajando
al gobernante de turno.
Si
el Rey habla de “recuperar la justicia y la libertad” es porque
se han perdido: la burguesía decimonónica las arrebató. ¿Cómo
actualizar el pasado? Caminando hacia el futuro. ¿Cómo? Con
comunidades organizadas y empoderadas (federalismo), con seguridad
social y un Estado que no abandone a los pequeños productores
agrícolas, ni a los miembros más desfavorecidos del pueblo
respectivo, así como con justicia y solidaridad entre los pueblos
(subsidiariedad interna y externa), con medios de producción bien
distribuidos entre las manos del pueblo trabajador, de modo que se
garantice la paz (autogestión global, economía y cohesión social)
y la función social de los bienes, con leyes justas y dignas de
respetar, que aseguren la integridad y los derechos humanos
(Constitución Política) y con un gobierno que esté radicalmente al
servicio del pueblo (monarquía para ellos, república parlamentaria
o presidencialista para nosotros).
En
este último sentido, Don Carlos Javier apela a los líderes de los
gobiernos para que no busquen transcurrir cómodamente por entre los
intereses ilegítimos que cunden alrededor de los círculos de poder
en una nación: deben ser ellos, los titulares del poder civil, los
que lleven la vanguardia en cuanto a los problemas de una
circunscripción. Cuando se habla de problemas, se incomoda. Por ello
la función de un mandatario debe ser profética, tesonera, sin miedo
de poner este u otro asunto urgente sobre la mesa. Y, sin duda, se
requiere temple para poner el dedo en la llaga. Sólo las
convicciones profundas, legítimas y verdaderas dan este requerido
temple.
Cuando
habla el Rey legítimo sobre quienes “esconden sus críticas en el
silencio y creen que, con ello, dan razón a su existencia”
condena, también, dos actitudes con presencia muy general.
La primera y, a mi parecer más grave, es el idiotismo: aquellos que, por concentrarse sólo en las necesidades del placer o la satisfacción propia, o del círculo más cercano, aún de la familia, institución muy sagrada pero que, mal concebida, puede hacer mucho daño, creen que no están para dedicar tiempo a los problemas de lo público. La segunda se refiere a un cierto tipo de piedad religiosa que sobreatribuye una carga soteriológica al sufrimiento humano y que, por sacrificio o mortificación personal, se abstiene de levantar la voz contra las grandes injusticias que contecen en el mundo y aún en nuestro alrededor más cercano. Por otro lado, rechaza el autoritarismo: “es una traición el no saber escuchar a nuestros compatriotas aunque tengan ideales que no coinciden del todo con los nuestros”.
La primera y, a mi parecer más grave, es el idiotismo: aquellos que, por concentrarse sólo en las necesidades del placer o la satisfacción propia, o del círculo más cercano, aún de la familia, institución muy sagrada pero que, mal concebida, puede hacer mucho daño, creen que no están para dedicar tiempo a los problemas de lo público. La segunda se refiere a un cierto tipo de piedad religiosa que sobreatribuye una carga soteriológica al sufrimiento humano y que, por sacrificio o mortificación personal, se abstiene de levantar la voz contra las grandes injusticias que contecen en el mundo y aún en nuestro alrededor más cercano. Por otro lado, rechaza el autoritarismo: “es una traición el no saber escuchar a nuestros compatriotas aunque tengan ideales que no coinciden del todo con los nuestros”.
“Muchas democracias están en decadencia porque sólo creen en la victoria de la mayoría. La democracia es mucho más que tener el derecho a manifestar la propia opinión, o tener un puñado de representantes más que los demás. Por que si no se trabaja por la comunidad, no se es demócrata”, afirma don Carlos.
A
estas tres líneas hay que entrarles con calma. Cualquier politólogo
entenderá la gravedad de los conflictos académicos que podrían
generarse entre los estudiosos de la democracia si se analizan con
cuidado estas afirmaciones. Don Carlos no está cuestionando de
manera acérrima los cimientos mismos de la democracia parlamentaria
burguesa, ni se opone a la libertad de opinión (individual, o la
llamada libertad de prensa), pero entiende que la verdadera
democracia trasciende esto, porque nada de esto es bueno por sí
mismo, y esto molesta a estas instituciones. “Porque si no se
trabaja por la comunidad, no se es demócrata”. Es decir, la
democracia social y económica queda más allá de la mera democracia
política, y en este punto específico, el Rey Don Carlos Javier, sin
dudas católico y con sus posiciones filosóficas muy claras, queda
circunstancialmente, y tal vez a su pesar, coincidiendo con Marx.
El
punto importante es que Don Carlos Javier propone un modelo de
democracia completamente nuevo, que pone su fundamento en lo social,
una democracia práctica, con un gobierno a su servicio (y no la
democracia al servicio del gobierno). Así he entendido que “una
democracia, más que llenar de discursos, se hace realidad actuando
en defensa de lo demás”.
En
este punto, no queda lugar para el egoísmo dentro del carlismo: “los
que sólo se preguntan ¿qué me pasará a mí?, en lugar de decir
¿qué les pasará a todos?, hay que dar de sí, antes que pensar en
sí”.
Pero
tal vez lo más sorprendente es la afirmación conclusiva, en que el
Rey asume de manera plena una posición internacionalista férrea.
¡Quién ha visto antes un monarca internacionalista!
Antes
de cerrar esta humilde glosa, vale la pena volver al tercer párrafo:
“quiero haceros unas reflexiones que puedan representar una pauta
en nuestra forma de ver y actuar”, dice Don Carlos Javier. ¡Un Rey
reflexivo, que propone y no impone, que incluye con un verbo en
plural, no excluye con una orden autoritaria! ¿España, lo has
visto?
“Por
su memoria y en su recuerdo, una oración”. Con la sobriedad de
esta frase final, y el retorno al recogimiento cristiano que debe
caracterizarnos siempre, aún al final de cada lucha (Ef. 4, 26),
cierra el proscripto rey su carta. Quienes quieran apreciar sus ideas
como las de un hombre más que ama a su pueblo verdaderamente, que
sepan leerla con serenidad. Quienes quieran dar un nuevo significado
a la historia de un pueblo tan hermano como lo es el pueblo español,
hoy tenemos, como no tenemos desde hace mucho tiempo, un motivo para
decir, con el pecho henchido y orgulloso:
¡Viva el Rey!
¡Viva el Rey!
¡Vivan
los mártires de la tradición! ¡Vivan los trabajadores explotados
del mundo entero! ¡Vivan todos los pueblos de las Españas! ¡Viva
siempre Latinoamérica, nuestra Patria Grande!
No hay comentarios:
Publicar un comentario