La Monarquía Socialista que el Carlismo representa
En marzo de 1976 el Partido Carlista reafirmaba junto a la Dinastía Borbón Parma, el Pacto Pueblo - Dinastía. Fuente: (J.Mª de Zavala; Partido Carlista; 1976: páginas 67-70)
josé maría de zavala
12 de marzo de 2015
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José Mª de Zavala; S.G. del P. Carlista en 1976 |
Al
analizar el Partido Carlista al observador ajeno siempre se le
plantea la cuestión monárquica. Antes de entrar en la explicación
de la postura del Partido Carlista sobre el tema, conviene detenerse
en dos cuestiones previas, referidas, la primera a si se puede
considerar partido monárquico y la segunda a la aparente
contradicción entre un programa de socialismo autogestionario y la
presencia de una dinastía.
Respecto
a lo de monárquico, lo mejor es fijarnos en lo de otros países que
reciben ese nombre. En Europa occidental sólo existen organizados en
Italia y Portugal y unos residuos de grupo legitimista en Francia. En
realidad son unas minorías con unos programas que tienen más de
nostalgia que de ideología política. En ese sentido, nada tienen
que ver con el Partido Carlista. Pero es que, además, son
radicalmente distintos en sus orígenes pues mientras en esos países
los partidos monárquicos pretenden la restauración de una corona,
el Carlismo, como al principio de estas páginas hemos visto, ha sido
siempre un movimiento reivindicativo de libertades forales y
comunales, que ha utilizado la bandera dinástica.
Si
continuamos el recorrido por Europa occidental, llegamos a países
como Inglaterra, Holanda o Suecia, de larga tradición democrática,
donde hay multitud de partidos políticos en regímenes monárquicos.
En no pocos casos el partido en el poder pertenece a la Internacional
Socialista y eso no es obstáculo para que muestre su acatamiento a
la Corona reinante. En nuestro mismo país, vemos partidos de la
oposición, de claro historial y confesión republicana, que
manifiestan estar dispuestos a aceptar la Monarquía que nos legó
Franco. Y aún más. Regímenes socialistas, como China o Cuba,
funcionan, de hecho, como auténticas monarquías, no sólo en el
sentido etimológico de la palabra, sino porque esos pueblos tienen
depositada su confianza en “el gobierno de uno”, que reviste
carácter de líder . Vemos así que, antes de aplicarlo, debe ser
muy matizado el concepto de partido monárquico, aunque está claro
que el Partido Carlista nada tiene que ver con su aceptación común,
porque su objetivo no es una forma de gobierno, sino una organización
del estado y la sociedad.
En
cuanto a esa aparente contradicción entre socialismo y monarquía,
hay que decir que para el Partido Carlista no existe tal
contradicción, sino todo lo contrario, pues consideramos la
monarquía fruto del pacto Pueblo-Dinastía, como instrumento de
garantía para alcanzar la sociedad socialista. Además, el mismo
análisis histórico del Carlismo es la mejor prueba de que no hay
tal contradicción. Históricamente el Carlismo ha defendido la
monarquía federal y popular, frente al monarquismo de la sangre, de
la clase dominante y del poder de la oligarquía.
En
las guerras carlistas no se luchó por la Ley Sálica o la colocación
de un pretendiente en el trono. En 1833 las masas campesinas que se
echaron al monte y a los caminos, sin hacer cuestión de principio la
forma de gobierno, defendían los derechos forales y comunales de los
que la Monarquía centralista y burguesa les había despojado y que
Carlos María Isidro respetaba. En aquella época el elemento
dinástico era, en sí mismo, motivo o solución de problemas.
En
los últimos tiempos, y a pesar de que la reciente historia del
Carlismo refrenda que no es un movimiento dinástico, las voces
autorizadas del Partido Carlista han salido al paso de los intereses
que quieren presentar una falsa imagen de los carlistas. En unas
declaraciones a la prensa en los primeros días de mayo de 1976, don
Carlos Hugo insistía en la evidencia de que el Carlismo no plantea
un pleito dinástico, sino un pleito político, democrático, de la
sociedad, frente al poder establecido:
“La etiqueta no hace la
institución. Nosotros proponemos una Monarquía Socialista,
democrática y popular. Por eso no planteamos un pleito dinástico.
Habría problema dinástico si dos dinastías estuvieran compitiendo
por el mismo trono, por el mismo poder. Dado que no competimos por el
mismo poder del sistema establecido, sino que queremos una sociedad
socialista cuya infraestructura ideológica, económica, política y
social será radicalmente distinta, no existe competencia. No existe
pleito dinástico, sino pleito político”.
En
la misma ocasión el líder carlista añadía: “En 1931 el
Carlismo y su Rey apoyaron en el primer momento a la República
considerando que era un paso adelante hacia una mayor democratización
pacífica en España. Estos antecedentes le explican que no hay, en
absoluto, antagonismo entre la concepción republicana y la
concepción monárquica de la democracia. El Carlismo considera la
Monarquía solamente en cuanto es una garantía institucional para el
funcionamiento de lasepúblicas españolas para las libertades de los
pueblos de España, para las libertades de los partidos políticos en
España, para las libertades de las instituciones sociales y
sindicales. La Monarquía para el Carlismo, es un poder político
pactado, defensor de las libertades comunitarias federales e
ideológicas”.
Como
asume hoy el Partido Carlista su “cuestión monárquica”, lo
expresa el documento de la Asamblea Federal de marzo de 1976, bajo el
epígrafe “El Pacto Pueblo-Dinastía”:
“El
Partido Carlista ha utilizado un pleito dinástico como arma de lucha
política entre el pueblo, en su manifestación socialista y federal,
contra un estado centralista y burgués, en su manifestación
totalitaria, fascista y oligárquica.
El
Partido Carlista conserva y ratifica internamente su pacto con la
Dinastía carlista personificado en Don Carlos Hugo de Borbón Parma.
El Partido Carlista se reserva el presentar en el futuro, cara a una
sociedad socialista, esta fórmula jurídica de pacto, como solución
al problema de la forma de gobierno. Será el pueblo, y solamente el
pueblo, quien decida la forma de gobierno que pueda presidir el
Estado Socialista Federal, cuando goce de su plena soberanía, a
través de un proceso democrático. Serán las repúblicas
socialistas federadas las que, mediante pacto, decidan la forma de
gobierno a través de lo que llamamos pacto federal”.
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