Colaborador articulista: José Antonio Sánchez Cabezas
El Gato de
Schrödinger
La
física cuántica es absurda, ¿lo sabían? Probablemente no, y
quizás tampoco les importe. Pero el caso es que resulta absurda. Si
mides la velocidad de una partícula, es imposible saber su posición.
Si localizas la posición de una particular, es imposible averiguar
su velocidad. Los experimentos dan resultados totalmente distintos
según los hagas con las luces encendidas o apagadas. Y un electrón
puede estar en dos sitios al mismo tiempo; de hecho, estará en
varios lugares al mismo tiempo. Cuando lo localizas en un lugar
concreto, y entonces solo está en ese; pero hasta entonces estará
en varios al mismo tiempo.
Cuando,
a principios del siglo pasado, estos descubrimientos de la física
cuántica fueron aflorando, los científicos clásicos quedaron
horrorizados. Einstein lo rechazó de plazo, afirmado que “Dios no
juega a los dados”. Algo más original fue el físico Erwin
Schrödinger, que usó la siguiente metáfora:
Tenemos
un gato encerrado en una caja. Dentro de la caja hay un aparato que
detecta la posición de un electrón. Si su posición es X, se activa
un mecanismo que mata al gato. Si su posición no es X, entonces el
mecanismo permanece en pausa. Y la pregunta es: transcurrido una
hora, ¿cómo estará el gato? Y la respuesta, según la física
cuántica, es: vivo y muerto al mismo tiempo.
Absurdo,
¿verdad?
David
Ricardo: el mejor capitalismo es el que no está
Todos
los economistas conocen, o deberían conocer, la obra de David
Ricardo, economista de finales del siglo XVIII. Sus teorías
productivistas y librecambistas vienen a resumirse en que, si cada
nación se dedica a producir aquellos productos que genere de forma
más eficaz -es decir, más eficaz que los demás-, y de esa forma
todos ganan con el comercio internacional.
Así,
si Portugal cultiva más y mejor vino que Inglaterra, e Inglaterra
produce paños mejores y más baratos que Portugal, sería una pena
que los aranceles, aduanas y proteccionismos de esos países
distorsionaran el orden natural de las cosas, que es Inglaterra
produciendo paños y no vino, y Portugal produciendo vino y no paños.
De
hecho, esta analogía tiene tantas omisiones en sus premisas que no
puede calificarse sino de falacia. La primera observación es que
Inglaterra no puede producir vino; en su clima, las vides no crecen.
Así que sería Portugal, y solo Portugal, la que tiene que abrir sus
aduanas para que pasen los paños ingleses (es curioso como las
teorías librecambistas y liberales del siglo XVIII y XIX parecen
creadas expresamente para favorecer a Inglaterra y a la Compañía de
las Indias Orientales).
La
segunda omisión flagrante es el dinero: simplemente no forma parte
de la ecuación. Y así debe ser para el engaño funcione, porque si
de repente tenemos en cuenta el valor económico de las exportaciones
de paño de Inglaterra a Portugal, y el valor de a las exportaciones
de vino luso a la pérfida Albión, de repente resulta que no ganan
todos. Gana uno, y el otro pierde. ¿Adivinan cuál es el ganador y
cual el perdedor?
Sin
embargo, omitir el dinero es omitir el capitalismo. Los principios de
David Ricardo solo lograrían que “ganaran todos” en el supuesto
de que el intercambio fuese una especie de trueque destinado a cubrir
las necesidades de todo el mundo (así, en plan socialista), y no
basado en la plusvalía y el dinero.
Es
decir, que, según el Sr. David Ricardo, el libre mercado es lo
mejorcito, y todos ganan… pero solo si eliminamos al mercado de la
ecuación.
El
liberalismo no funciona por culpa del socialismo
Alguna
vez ya he incidido en ello, pero conviene repetirlo por si acaso cae
en el olvido: el sistema económico de nuestro querido Occidente solo
se sostiene sustrayendo materias primas y mano de obra barata del
llamado Tercer Mundo. Si nos viésemos imposibilitados de extraer los
recursos naturales y humanos de los países subdesarrollados, nuestra
economía se derrumbaría instantáneamente.
Igual que si tuviésemos
que pagar un precio justo por ellos, o – la peor opción de todas-
si el Tercer Mundo desarrollase su propia industria, y pasase de ser
un suministrador de materias primas y mano de obra, a ser un
competidor comercial. Solo hay que ver el daño que nos ha hecho el
crecimiento industrial de China…
Así
pues, no debemos ver a Occidente y al Tercer Mundo como dos sistemas
distintos, sino como dos caras del mismo sistema económico.
Dicho
esto, resulta que los liberales están muy cabreados. Han ganado la
Guerra Fría, pero, por raro que suene, no aceptan la victoria.
Asumir que el liberalismo es el sistema imperante en el mundo entero
sería también aceptar que los problemas del mundo se deben a las
limitaciones, contradicciones y defectos del liberalismo, y eso no
puede ser.
Así
que, según ellos, no hay liberalismo. Los Estados de los países
Europeos son “paquidérmicos”, enormes, insostenibles. En EEUU,
la FED distorsiona el mercado a base de imprimir dólares sin parar.
África está lleno de sátrapas (los mismos que les abren la puerta
a las multinacionales), y, claro eso no es liberalismo. ¿Asía?
Naciones comunistas, tiranías varias, y pseudocapitalismos
gobernados por keynesianos. ¿Sudamérica? Populistas, marxistas,
socialista, etc. ¿Canadá? Socialdemocracia. ¿La Antártida? ¡Ay,
si los eco-terroristas permitiesen al mercado explotar todos esos
recursos!
Pero
no todo es malo, ojo: en muchos países crece el PIB, la población
se ha duplicado en el mundo varias veces, y aumenta el número de
ricos en el mundo – también el de pobres, pero eso no lo miremos
ahora-, tenemos Ipads, tenemos robots de cocina, estaciones
espaciales, internet, … ¿y gracias a quién? ¿a la tecnología y
la ciencia? ¿a quemar combustibles fósiles por un tubo? No, hombre,
no: gracias al libremercado, que lleva doscientos años dirigiendo
los destinos del mundo hacia el progreso. Ese libremercado que
derriba aduanas, nos libera de fronteras, y gobierna nuestra economía
global de la forma más eficiente.
Olvidemos,
pues, del socialismo vs capitalismo, y el resto de anticuados
conceptos de la guerra fría. Estamos en una Nueva Era: la Era del
Liberalismo de Schrödinger, que está vivo y muerto al mismo tiempo.
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