Colaborador Articulista: José Antonio Sánchez Cabezas
"Antes pasará un
camello por el ojo de una aguja, que entrará un rico en el reino de los Cielos."
Estamos en el año I de nuestra
era, y, en el Mundo Conocido, el poder romano es incontestable. Su Imperium se
extiende a través de tres continentes, desde las Columnas de Hercules,
golpeadas por las olas del Oceano Atlántico en el oeste, hasta las llanuras
fluviales del Eufrates, en el oriente. Desde Egipto y los grandes desiertos de
Africa en el sur, hasta los brumosos bosques de Gran Bretaña, al norte.
Y, en el centro de todo, la
Ciudad Eterna, la Urbe hacia la cual se dirigen todos los caminos: Roma.

El poder de La Ciudad, como la
conocen sus habitantes, va más allá de los ejercitos y la política. Es también
la encarnación de una corriente religiosa y filosófica, una forma de ver y
entender la realidad, según la cual la fuerza y los heroes militares deben ser
reverenciados, y los ricos y comerciantes admirados. Y por ellos se alzan a lo
largo y ancho del Imperio estatuas y templos a Marte, Dios de la Guerra; a
Hercules Invicto; a Pluto, Dios de las Riquezas y el Comercio.
Es un Imperio conquistado por
la fuerza de las armas, y que por la fuerza de las armas se sostiene, y un
mundo en el que la mayoría de los habitantes son esclavos, humanos que son
literalmente objeto de comercio. Más nada de malo hay en ello. Muy al
contrario, el mundo no solo es como es, sino como debe ser. El Fuerte, sobre el
Débil. El Rico, sobre el Pobre. Marte y Pluto, sobre los hombres.
Sin embargo, en el confín más
oriental del Mare Nostrum ha nacido un niño que llevará una vida humilde,
predicará para los pocos que alcanzen a oir su voz, y morirá ajusticiado casi
en el anonimato. Cuando en el año 33 Jesucristo sea crucificado nadie en Roma
conoce su nombre. Ninguna fuente contemporanea deja constancia de su
existencia. Sin embargo, por alguna razón, sus palabras no se las llevará el
viento; formarán un árbol que se alzará despacio, pero imparable, y cuyas
raices en constante crecimiento resquebrajarán los suelos de marmol blanco de
Roma.
"...
si tu prógimo golpea tu rostro, ofrecele la otra mejilla..."
"...
si quieres seguirme, abandona tus bienes y sigueme..."
"No
se puede servir a Dios y al dinero, pues nadie puede servir a dos amos."
"Los
mansos heredarán la tierra"
"Dadle
al Cesar lo que es del Cesar, y a Dios lo que es de Dios"
"¿No
os oprimen los ricos, y no son ellos mismos los que los arrastran a los
tribunales? "
"Antes
pasará un camello por el ojo de una aguja que entrará un rico en el reino de
los Cielos."
Las enseñanzas del Hijo del
Carpintero, el hombre que condenaba toda forma de violencia, pero que azotaba a
los comerciantes del Templo, y condenaba al infierno a los ricos por el hecho
de serlo, iban en contra de los mismísimos cimientos de Roma. Es por ello que
las élites del Imperio decidieron ignorarlas. Ellos tenían a Marte, a Hércules
y a Pluto, dioses hechos a su medida, y que salvaguardaban sus intereses.
Sin embargo, y ante la inicial
indiferencia de las élites romana, las palabras del Hijo del Carpintero se
extendían como el fuego por las maltratadas clases bajas del Imperio, pues ¿por
qué iba el pueblo llano a adorar a Marte, eran ellos y sus hijos los que morían
en las guerras? ¿qué amor podían sentir por Pluto, dios del dinero, cuando
vivían condenados a la miseria, constantemente explotados por los banqueros y
comerciantes?
El pueblo soportaba sobre sus
maltratadas espaldas a los poderosos porque le habían enseñado que aquello no
solo era inevitable, sino que era bueno. Pero ahora una voz les decía que
aquello NO era correcto. Que todos los hombres eran iguales; que jamás, bajo
ningún concepto, había que responder a la violencia con más violencia; que no
había que buscar las victorias, sino la Paz; que la religión y el Estado son
dos cosas distintas que no deben mezclarse; que las desigualdades económicas
eran condenables, y la busqueda de riqueza algo despreciable.
Jesucristo predicó la dignidad de la pobreza, y la gloria de los humildes. Y los pobres y humildes le
escucharon.
Solo mucho después los ricos y
poderosos de Roma, aterrorizados, se dieron cuenta del peligro; ante ellos se
desplegó la imagen de un futuro en el que las legiones que se negaran a luchar
contra su prógimo, el pueblo abandonase las viejas religiones que
salvaguardaban sus intereses, y las multitudes les condenaban por ser ricos
comerciantes en lugar de admirarles por ello.
Su primera reacción fue la
prohibición. Luego, el uso de la fuerza y el miedo.
Las llamas, sin embargo, siguieron extendiendose por todos los confines del Imperio. Aparecían cruces pintadas con tiza en cada pared; la crucifixión, el instrumento con el que los privilegiados pretendían sembrar el miedo entre la plebe, se había convertido en un simbolo temido por los propios patricios.
Las llamas, sin embargo, siguieron extendiendose por todos los confines del Imperio. Aparecían cruces pintadas con tiza en cada pared; la crucifixión, el instrumento con el que los privilegiados pretendían sembrar el miedo entre la plebe, se había convertido en un simbolo temido por los propios patricios.
Finalmente se dieron cuenta de
que las Ideas no podían ser derribadas por las lanzas, ni detenidas por un muro
de escudos. Y entonces decidieron que, si no podían detener los principios
cristianos, lo que debían hacer era pervertirlos.
Las élites se apropiaron de la
imagen de Jesus, y sobre ella edificaron una Iglesia que era un fiel reflejo de
las viejas religiones. Tallaron su efigie en palacios a los que denominaron
"Catedrales", y pusieron al frente de las mismas a miembros escogidos
de sus propias filas.

Las damas de alta sociedad
exhibieron crucifijos de oro con incrustaciones de diamante. Negaron a las
clases bajas la lectura del Nuevo Testamento, y convirtieron la cercana imagen
del humilde Hijo del Carpintero...

...en un idolo lejano e
inexcrutable que les exigía oro en forma de diezmos, les invitaba a empuñar las
armas para asesinar al bárbaro, degollar al infiel y quemar al hereje, y les
obligaba a obedecer a sus amos.

La imagen de Cristo fue
utilizada para destruir Su mensaje.
Dos mil años más tarde, en el
Occidente que un día fue el Imperio Romano sigue librandose una pugna desigual:
los herederos de las viejas religiones romanas continúan hoy glorificando el
comercio y a los héroes militares. Aún se afeitan el rostro y mantienen cortos
sus cabellos. Y todavía se apoyan en la religión para imponer sus opiniones
políticas y sociales. Se les conoce como "Derecha".

Frente a estos, y a pesar de su
tremenda inferioridad de medios, se levantan aquellos que rechazan la guerra,
que defienden la Igualdad entre los hombres, la maldad inherente en el desigual
reparto de la riqueza y la dignidad de los humildes. Son los idealistas que se
dejan crecer los cabellos y las barbas en inconsciente imitación del primero de
ellos. Es lo que hoy llamamos "Izquierda".
Fracturada la obra de Cristo
entre su imagen y Su mensaje, la pragmática Derecha se apropió de la primera
para poder comercializarla, y hoy luce orgullosa los laureles del triunfo. Por
contra, la utópica Izquierda, sempiterna perdedora, hoy más desorientada que
nunca, continúa aferrándose a Sus enseñanzas.
La desigualdad de la lucha es
inevitable, dado que los principios rectores de la Derecha se apoya en los
vicios y defectos de la naturaleza humana. Las idealistas aspiraciones de la
Izquierda, por el contrario, siempre se desvanecen ante la realidad. No
obstante, la lucha continúa, pues ni siquiera la realidad de Lo Que Somos puede
impedirnos soñar con Lo Que Queremos Ser.
Tal es el estado de cosas hoy,
en el año 2014 después de Jesucristo.
2 comentarios:
Hombre, eso de "Derecha" e "Izquierda", sin más detalles, es una barbaridad. A ver si alguien va a identificarlos con la derecha e izquierda política.
De hecho, aún más que de "izquierdas", Jesucristo era "liberal". Pues la libertad es un bien máximo que se le dio al hombre, incluyendo la libertad para obrar bien o mal. Así que Jesucristo podría definirse como un "liberal" "comunista" (creía en el bien común, falta de posesiones materiales, etc., aunque no en el comunismo político donde la persona pasa a ser un recurso más, en este caso de la "sociedad", como en un capitalismo de lo más salvaje).
Es difícil estar de acuerdo con su idea de un Jesucristo liberal, dado que las bases del liberalismo se hallan en el egoísmo individualista, tal y como lo expuso Adam Smith en "La Riqueza de las Naciones".
Aunque entiendo que quiera desvincular a Jesucristo de la siempre desagradable arena política. Y en eso sí le debo dar la razón; ¿como era aquello de "Dadle al Cesar lo que es del Cesar..."?
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