Colaborador Articulista: Mendiarteco
Ha arrancado esta semana la famosa ponencia de renovación del estatus
de la Comunidad Autónoma
Vasca (que no Euskal Herria) que
anunciaba el PNV desde la creación de su programa electoral. Aunque el primer
tropiezo ya se ha dado entre jeltzales y socialistas por el tan discutido derecho
a decidir, se deja en relieve un término que, fuera de la concepción del
derecho a decidir, no me deja indiferente: el propio nombre de la ponencia.
En efecto: lo que busca el PNV es renovar el estatus político de
Euskadi, actualmente tres territorios forales agrupados en una comunidad
autónoma regida por un estatuto de acorde a la Constitución. La
renovación tiene por objetivo blindar la comunidad en un estatus de forma
jurídica aún indefinida, para que las leyes españolas no aplasten las
competencias de la comunidad autónoma –cosa que, dicho sea de paso, aplasta las
competencias de todas las comunidades españolas–. Si esto es así, no cabe duda
de que toda renovación requerirá la vía constitucional, y por ende, es
necesario contar con las grandes fuerzas nacionales que tienen representación
en Euskadi: PSOE y PP.
Ahora bien: fuera de cómo acabe este proceso –espero que favorablemente–
me parece curioso apelar a la novedad de este estatus. El nuevo estatus se basa
en una forma jurídico-institucional ya perdida hace siglos, precisamente por
culpa del constitucionalismo, quien lo derogó: los fueros, usos y costumbres de
las provincias exentas. Hay mucha mitología respecto a este tema, pero hay un
amplio consenso al afirmar que, históricamente, los territorios vascos sólo
acataban las leyes españolas siempre y cuando no fueran incompatibles con sus
leyes propias, y en caso de que así lo fueran, se apelaba al ya bien conocido
“se obedece, pero no se cumple”.
Lo que se pretende ahora es recuperar, no renovar, lo que entonces
teníamos y cuya abolición fue la causante de la problemática vasca. No puede
negarse –quien lo haga peca de ingenuo– que la situación es bien distinta al
siglo XIX, y que gracias a los adelantos de la modernidad, los vascos
gestionamos competencias que durante la pérdida de fueros obviamente ni
siquiera existían, por ejemplo, un sistema público de salud o de educación.
Pero el concepto clave de la articulación del pueblo vasco (o pueblos vascos,
si se quiere) dentro del estado español no es otra que el respecto bilateral a
las leyes propias, cosa que no es moderna en absoluto.
Por lo tanto, debo manifestar mi alegría porque durante los próximos
años se va a luchar por reintegrar más de lo que en su día se perdió,
robusteciendo el autogobierno y redundando en el bienestar de los ciudadanos de
Vasconia. Pero por otra parte siento lástima, ya que a estas alturas, este
estatus debería haber sido plenamente obtenido, y nuestros fueros, aunque actualizados,
recobrados. Demasiado tiempo para algo
tan básico.
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