Colaborador Articulista: José Antonio Sánchez Cabezas
En una ocasión leí una nota de prensa en la que se trataba el tema de Corea del Norte; era el típico artículo que se dedicaba a desgranar los crímenes y abusos de Kim Jong Il. No obstante, y aunque el cuerpo del texto buscaba causar la máxima indignación en el lector, lo que más me llamó la atención fue el título:
En una ocasión leí una nota de prensa en la que se trataba el tema de Corea del Norte; era el típico artículo que se dedicaba a desgranar los crímenes y abusos de Kim Jong Il. No obstante, y aunque el cuerpo del texto buscaba causar la máxima indignación en el lector, lo que más me llamó la atención fue el título:
“Kim Jong Il
tiene secuestrados a 40 millones de norcoreanos”
Ante tal afirmación solo se me
ocurrió preguntarme... ¿él solo?
Existe, y ha existido siempre,
una tendencia a eximir a los pueblos de responsabilidad por los actos de sus
gobernantes, especialmente si estos son dictadores, emperadores o monarcas
absolutos. La idea central es dirigir la ira hacía el dirigente, al tiempo que
se presenta a sus súbditos como víctimas de aquel. Casi como si el tirano fuese una especie de
mago que ha sometido a toda la sociedad por su propia fuerza.
Así se absuelve al pueblo de los
excesos cometidos por sus gobernantes, lo cual es algo que siempre gusta oir al
ciudadano de a pie. Sin embargo, existe una trampa, pues al mismo tiempo que se
esconde la responsabilidad del pueblo también se le oculta su poder...
Toda forma de organización humana
que funcione, sea un país, una empresa o un simple barco, tiene una estructura
piramidal: hay una base amplia de personas que se ocupan de las tareas más
pesadas. Por encima de estos, sucesivos eslabones de personas que dirigen a las bases; estos
grupos, conforme vamos ascendiendo en la jerarquía, son cada vez más reducidos,
pero también más cada vez poderosos, hasta llegar a la cúspide, donde se halla
una persona que, al menos en apariencia, detenta el poder y la responsabilidad
en la toma de decisiones.
Este sistema piramidal, insisto,
es el único realmente sólido, y que se ha demostrado eficaz a lo largo de los
siglos. Tal vez por eso las sociedades antiguas de todos los continentes
reflejaban, inconscientemente o no, esa misma estructura en sus monumentos.
Sin embargo, de esta misma
estructura se desprende que, para mantenerse en la cúspide, la élite necesita
una base solida y amplia que le siga. Volviendo al ejemplo de Corea del Norte,
se puede señalar que son muchos los norcoreanos que han dado con sus huesos en
prisión – o en la tumba- por oponerse al régimen. Y que, por lo tanto, hay una
parte del pueblo coreano que no se opone a Kim Jong Il. Ahora bien, ¿quienes
son los que buscan y encierran a esos opositores? ¿a qué pueblo pertenecen los
soldados que ejecutan a los prisioneros? ¿de que nación son aquellos que
escriben e imprimen la propaganda del régimen?
En definitiva, ¿acaso no son los
propios norcoreanos los que, bien con su apoyo activo, bien cruzándose de
brazos, mantienen en el poder a su
“amado dictador”?
Otro buen ejemplo, también
marxista, lo encontramos en la otra punta del globo: Cuba.
La isla caribeña, en los años
cincuenta, estaba gobernada por un sanguinario dictador – si bien tales
palabras son redundantes, pues no hay dictador que no sea sanguinario- llamado
Fulgencio Batista. Este gobernante tenía en sus manos todos los elementos
conocidos de represión: un ejercito, una policía del régimen, propaganda, y el
apoyo de caciques locales y potencias extrajeras. Y sin embargo, nada de todo
aquello impidió que en 1959 tuviese que huir de la isla cuando el propio pueblo
cubano, organizado en guerrillas, derrotó a su ejercito profesional y marchó
sobre la capital para poner a Fidel Castro en el poder.
Setenta años después, los Castro
siguen en el poder. A pesar de ataques directos (Bahía de Cochinos), a pesar de
perder a su gran valedora (la URSS), a pesar de quedar totalmente aislada, a
pesar de la miseria y los embargos... nadie ha derribado a los Castro. Y no lo
han hecho porque los únicos que pueden conseguirlo son los propios cubanos, y
estos no han movido un dedo. Algunos, muy pocos realmente, se han quedado a
luchar en la isla. Otros, muchos más, se han marchado a EEUU -renunciando con
ello a dar batalla, pues no se puede tomar la Habana desde Miami-. El resto, la
mayoría, han seguido colaborando más o menos activamente con el régimen,
formando esa base que toda pirámide necesita para mantenerse en pie.
Todas las constituciones
democráticas del mundo repiten la misma idea: el poder emana del pueblo. Pero
eso no es así porque lo diga ninguna constitución, sino porque, de hecho, el
poder SIEMPRE emana del pueblo. En monarquías y en repúblicas. En democracias y
en dictaduras. Es el pueblo el que valida las leyes, acatándolas, pues, si los
ciudadanos deciden hacer caso omiso, los decretos de gobiernos y parlamentos
son papel mojado.
Los gobernantes, como el Mago de
Oz, se valen de humo y artificios para adoptar la apariencia de gigantes, sabedores que su poder se mantendrá
mientras subsista el espejismo de que son inalcanzables. Pero, aunque consigan
engañar al pueblo, ellos mismos saben bien lo débil de su posición y cuán
vacías están sus amenazas. Lo saben, y
tienen miedo. Porque basta con que el pueblo sople un poco para que
desaparezcan el humo y los espejismos.
Como ha ocurrido en Madrid.
Como ocurrió en Gamonal.
No nos engañemos, pues: es el
pueblo el que tiene el poder para cambiar el mundo. Y también la
responsabilidad de hacerlo.
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